lunes, 22 de mayo de 2017

APARICIONES DE JESÚS DE NAZARET


Enero de 1973 En un proyecto secreto(Caballo de Troya), dos pilotos de la USAF (Fuerza Aérea Norteamericana) viajan en el tiempo al año 30 de nuestra era, concretamente, a la provincia romana de la Judea (actual Israel). 

Objetivo aparente: seguir los pasos de Jesús de Nazaret y comprobar, con el máximo rigor, cómo fueron sus últimos días. ¿Por qué fue condenado a muerte? ¿Quién era aquel Hombre? ¿Se trataba de un Dios, como aseguran sus seguidores?

Jasón y Eliseo, responsables de la exploración, viven paso a paso las terroríficas horas de la llamada Pasión y Muerte del Galileo.

Jasón, en su diario, es claro y rotundo: «Los evangelistas no contaron toda la verdad.» Los hechos, al parecer, fueron tergiversados, censurados y mutilados, obedeciendo a determinados intereses. Lo que hoy se cuenta sobre los postreros momentos del Maestro es una sombra de lo que sucedió en realidad. Jasón se aventura en Nazaret y reconstruye la infancia y juventud de Jesús. Nada es como se ha contado.

Fascinados por la figura y el pensamiento de Jesús de Nazaret, los pilotos toman una decisión: Acompañarán al Maestro durante su vida pública o de predicación, dejando constancia de cuanto vean y oigan. Para ello deben actuar al margen de lo establecido oficialmente por la operación Caballo de Troya. Y aunque sus vidas se hallan hipotecadas por un mal irreversible —consecuencia del propio experimento—,  los científicos  se  arriesgan  en  un  tercer  «salto»  en  el tiempo, retrocediendo al mes de agosto del año 25 de nuestra era.

Para muchas personas el Diario del Mayor (Jasón) es solo una saga, una novela de ciencia ficción y se encargan de desprestigiar la valiente  misión de JJ Benítez, escogido por este científico (Jasón) para que lo publicase y lo diera a conocer al mundo, como un derecho que tenemos todos los seres humanos de conocer la verdad de este maravilloso Ser Jesús de Nazaret  "Mikael de Nebadon".

Las enseñanzas de este Hombre-Dios Jesús de Nazaret no fueron dadas exclusivamente para ese tiempo y lugar; sino para todas las generaciones, hasta que logremos encarnar y vivir toda la filosofía que Él transmitió." El que tenga oídos, que oiga".

En este blog iremos entregando poco a poco, los episodios más relevantes de la vida de Jesús, los diálogos que tuvo con Jasón tal cual los narró él en su diario.



Queridos hermanos lectores de estas páginas.

Es el mayor interés de la Corporación CEMRI, dar a conocer a la humanidad sedienta de saber, los acontecimientos más relevantes de la vida de nuestro amado Jesús de Nazaret (Mikael de Nebadón).

Las apariciones de Jesús de Nazaret, este increíble acontecimiento con resonancia universal, al igual que todos los sucesos que vivió  a lo largo de  sus 36 años de vida,  no fueron escritos en su totalidad. Jesús realizó diecinueve apariciones y no tres como cuenta los evangelistas. Lucas 24: 1-53, Mateo 28: 1-10, Marcos 16: 1-8, Juan 20:1-10.

Jesús Mikael resucita, pero lo hace en un cuerpo GLORIOSO; no en el cuerpo de materia que le sirvió como vehículo de manifestación, en este plano material. Su cuerpo de carne y hueso quedó reducido a despojos humanos. Ante la lógica científica  no podía hacerlo en este cuerpo.

El cuerpo que vieron los discípulos y todas aquellas personas a quienes Jesús se les apareció en  diecinueve ocasiones, es un cuerpo GLORIOSO que puede atravesar paredes, aparecer y desaparecer súbitamente a voluntad, como Él mismo lo demostró.

 Jesús no apareció con heridas, ni cicatrices, ni llagas. Esta es una más de las tantas mentiras ridículas que le han hecho creer a la humanidad.


Más adelante daremos a conocer en estas páginas los Mundos de Moroncia, lugar al que llegaremos en nuestra ascensión espiritual, después de dejar la vida de materia y donde ocuparemos como espíritus  un cuerpo Moroncial o Glorioso, tal como lo prometió Jesús en sus enseñanzas  sobre la inmortalidad del espíritu (La vida eterna)

Primera Aparición

Fecha: Abril 9 del año 30
Hora:   5:47
Testigos: María la de Magdala y otras cuatro mujeres más. (Juana, esposa de Chuza... María, la madre de los gemelos Alfeo... Salomé, la madre de Juan y Santiago de Zebedeo y Susana, la más joven, hija de Ezra, el de Alejandría.
Lugar: Finca de José de Arimatea. Cerca al sepulcro.
Duración: Unos cinco minutos



Éstas que ves aquí -señaló María  la de Magdala- y otras diez o quince mujeres más, pasamos la fiesta del shabbat recluidas en casa de José de Arimatea. Nuestra tristeza era tan grande y tan profunda nuestra desolación, que creímos morir. “ Y Antes de que apuntara el primer día de la semana, de acuerdo con lo prometido a José y Nicodemo, cargamos con los aceites y aromas...”Caminamos presurosas. No tardaría en amanecer y deseábamos concluir lo antes posible el doloroso trance del lavado y de la preparación del cuerpo de nuestro Señor. ¡Llegamos a la tumba y, al ver la losa...Estaba removida!

-Salomé intervino- Cuando llegamos a la puerta de los Peces nos cruzamos con una patrulla de Antonia. Eran unos diez legionarios. Y parecían tener mucha prisa. Gritaban entre ellos y no cesaban de mirar hacia atrás. Como si alguien les persiguiera... “Extrañadas, intentamos averiguar lo que sucedía. Pero los soldados, desencajados y sudorosos, nos ignoraron y siguieron su precipitada marcha hacia la fortaleza. Así que, muertas de miedo -añadió-, cruzamos los huertos, adentrándonos finalmente en la propiedad de José de Arimatea .

-Durante un tiempo, desconcertadas ante la visión de la tumba abierta, no acertamos a movernos del filo de las escaleras. No sabíamos qué hacer. Y el miedo fue apoderándose de todas. Algunas insinuaron que debíamos regresar y dar cuenta a los hombres. Pero yo sentí una irresistible curiosidad. Y les animé a bajar los escalones. Dejamos los bultos en el suelo y, sacando fuerzas de flaqueza, me acerqué a la boca de la gruta. Todo estaba oscuro y, al no disponer de teas, mi primera observación del interior fue nula.  -Mis hermanas, inmóviles al pie de los peldaños, me suplicaron que lo dejara y que volviera con ellas. Sin embargo, aunque todo mi cuerpo temblaba, tomé la firme decisión de entrar y averiguar qué estaba sucediendo. Y así lo hice. Sin pensarlo, desaparecí en el oscuro agujero. Y, tanteando, di al fin con el banco de piedra sobre el que debía reposar el cadáver del Señor.

-Al notar que se hallaba vacío, casi caigo desmayada. Grité horrorizada. Y, medio enloquecida por el susto, con las manos extendidas, luché por encontrar la salida. Pero el pánico confundió mis sentidos y fui a chocar con una de las paredes de la sepultura. Fueron momentos angustiosos...-Cuando, al fin, palpé las aristas de la boca y salí al exterior, éstas habían desaparecido.

-Susana intervino- Al oír el alarido de María, la tensión y el pavor estallaron y corrimos. Corrimos como locas, tropezando aquí y allá, hasta llegar a las mismísimas murallas.  Una vez junto a la ciudad, mientras intentábamos recuperar el aliento, Juana, más serena que nosotras, nos hizo ver que habíamos abandonado a María. Cogidas de la mano y tiritando de miedo, deshicimos el camino, entrando de nuevo en el huerto-.

-Cuando las vi aparecer me lancé a su encuentro, gritándoles: Ya no está! Se lo han llevado!- 
-Entonces, casi a rastras, las conduje hasta la boca del sepulcro, obligándolas a que entraran y certificaran lo que les decía.

-Estábamos tan confusas; ni José ni Nicodemo nos habían insinuado que el cuerpo debiera ser trasladado. Llegamos a enfadarnos, incluso, molestas por lo que estimábamos una falta de delicadeza. Pero, casi al momento, rechazamos esta posibilidad. El hurto tenía que ser obra de otras personas.
Seguramente, comentamos, los responsables han sido Caifás y sus ratas... además, había otro detalle inexplicable. Cuando empezó a clarear, con algo más de luz y serenidad, entramos de nuevo en la tumba, confirmando el extraño orden de los lienzos. Era muy raro -insistieron-. Si alguien roba un cadáver, ¿por qué va a entretenerse en dejar la sábana tan bien dispuesta.

-El primer toque de las trompetas del Templo -avanzó la de Magdala- nos sacó de tan enmarañada discusión. Y nos disponíamos regresar para comunicar estos sucesos cuando, de improviso, al subir las escaleras del panteón, vimos a un hombre bajo los árboles. -Su túnica y manto eran los de un hombre. Algo diferentes, si, pero los de un hombre... -No sabría explicártelo. -Eran de lino y lana. De eso casi estamos seguras. Pero sus colores... Las ropas parecían nevadas. Su brillo era mate. En un primer momento tuve la impresión de que sus vestidos se hallaban cubiertos de miles de pequeñísimos copos de nieve. Pero sé que eso es imposible...

-Una de mis compañeras nos susurró algo sobre el jardinero de José. Pero no estábamos seguras. Era tan alto y fuerte como el hortelano, eso si, pero vestía de forma muy diferente. Además, su rostro...su rostro era como el cristal. -Es tan difícil de explicar!...

-¿Quieres decir que su cara era luminosa?

-No. Era otra cosa. Aunque siempre nos mantuvimos a una cierta distancia, pudimos apreciar sus rasgos y sus cabellos. No eran como los de un ser humano. ¡Parecían transparentes! -Os digo lo que éstas y yo hemos visto!... ¡Qué Dios me fulmine si miento!

-Mis hermanas no se atrevieron a dar un solo paso; pero yo, pensando que aquel hombre sabía algo sobre la desaparición del cadáver, me fui hacia él. Y cuando estaba a dos o tres metros llamé su atención, preguntándole: “¿Dónde has llevado al Maestro? ¿Dónde reposa? Di, para que vayamos a recogerlo.”

“El extranjero no contestó. Ni siquiera me miró. Siguió allí, con los largos brazos desmayados a lo largo de la túnica y la cabeza baja, mirando hacia el suelo.

-Aquel “extranjero”, al fin, levantó su rostro y nos habló.

-” ¿Qué buscáis?”

-Quedé desconcertada. Aquella voz... Me sequé las lágrimas como pude y, mirándole, acerté a responder: “Buscamos a Jesús... enterrado en la tumba de José... Pero ya no está. ¿Sabes tú dónde le han llevado?”

-Era Él... Entonces lo supe. Su voz..., su voz...

Todos los allí reunidos, conmovidos, no se atrevieron a respirar.

-Su voz. Sí, yo la conozco. Era Él!

-”Este Jesús, ¿no os ha dicho, hasta en la misma Galilea, que moriría, pero que resucitaría?”

Todas nos conmovimos –prosiguió Salomé. Todas comprendimos…Pero no supimos reaccionar. Al poco, volvió a hablar. Su voz, dulce y afectuosa, pronunció un nombre: !María¡ -Entonces, al escuchar mi nombre, ya no dudé. ¡Era el Maestro! ¡Pero, estaba tan cambiado!...Sus pies  eran como el vidrio! ¡Sí, Dios mío!  podía ver la tierra a través de ellos! “Y presa de una mezcla de alegría, sorpresa y miedo, enterré mi rostro en el polvo de la finca, murmurando: "Mi Señor!... ¡Mi Maestro!“

“Mis hermanas me imitaron y cayeron igualmente de rodillas, atónitas. Sé que puede parecerte una niñería, pero, ardiendo en deseos de abrazarle, de besarle, de estrujarle entre mis brazos, fui acercándome a Él. Y cuando me disponía a hacerlo, retrocedió, diciendo:

 “¡No me toques, María! No soy el que tú has conocido en la carne...“

-Por supuesto, no me atreví a desobedecerle. Y me quedé allí, de rodillas, ensimismada.. Después de ordenarme que no le tocara, añadió:

-“...Bajo esta forma permaneceré entre vosotros antes de ir cerca del Padre-.”

La de Magdala se levantó y, con los ojos fijos en el tozudo Pedro, gritó: -Y dijo algo más! Rodeó los divanes y, aproximándose al pescador, estalló: 

-”Ahora íd todas y decid a mis apóstoles, y a Pedro! que he resucitado y que me habéis hablado.”

María repitió las palabras de Jesús, poniendo especial énfasis en la alusión al incrédulo Pedro.

-¿Por qué crees que te dijo que no era el que tú habías conocido en la carne?

En esta ocasión, María replicó con una lógica aplastante:.-Porque, aunque tenía forma humana, no parecía de carne y hueso.

La reacción del tosco galileo (Pedro)nos desconcertó a todos. Al oír su nombre se alzó y, lívido, sin desviar los ojos de la Magdalena, tartamudeó:
-¿Di...jo mí nom...bre?

-Todas lo escuchamos -respondieron las mujeres al unísono.


Y algo que yacía dormido en el corazón de Pedro despertó, obligándole a reaccionar. Se echó el manto por los hombros y, en otro de sus característicos arranques, salió de la estancia a la carrera. Un segundo después, como movido por otro resorte, Juan Zebedeo le imitaba. Saltó del banco y corrió tras él. Ninguno de los restantes discípulos movió un solo dedo. La incredulidad continuaba pintada en sus rostros.


Segunda aparición

Fecha: Abril 9 del año 30
Hora: 9: 35 aproximadamente
Testigos: María de Magdala
Lugar: Afuera del sepulcro. María arrodillada y con los brazos abiertos no cesaba de clamar, repitiendo una misma y única palabra: Rabbuní!..Rabbuní.
Duración: Segundos

- ¡Le he visto! - ¡ahora! ¡Ha sido ahora! ¡Os repito que le he visto por segunda vez! ¡Aquí! –Era ÉL!...

Y María, sin que nadie le preguntase repitió la misma descripción del “Extranjero con túnica y mantos nevados”, y me ha hablado –Prosiguió con una creciente emoción-. Ha dicho: “No permanezcas en la duda. Ten valor... Cree lo que has visto y oído. Vuelve con los apóstoles y diles otra vez que he resucitado... que apareceré ante ellos y que, pronto, como he prometido, les precederé en Galilea.”


TERCERA APARICIÓN

Fecha: Abril 9 del año 30
Hora: Sexta (mediodía), poco mas o menos.
Testigos: Santiago su hermano
Lugar: Betania, Jardín de la hacienda de la familia de Lázaro
Duración: De tres a cuatro minutos.

Cuando los ánimos empezaron a encresparse, decidí salir de la vivienda. Y Fue como una sensación… Fue como si alguien tocara en mi hombro. -Me di la vuelta y lo vi...Me recordó una nube. O quizá humo... No sé. Era una “masa” brumosa que, partiendo de la cabeza, fue moldeando una figura. Espantado, no tuve fuerzas ni para huir. Y poco a poco, la nube se convirtió en un hombre. -La forma, entonces, me habló. Y dijo: “Santiago, te llamo para el servicio del reino. Únete seriamente a tus hermanos y sígueme.".

“Aquello” no tenía nada que ver con el Jesús que conocí en vida. Era otra cosa. ¿Una niebla? ¿Humo? ¿Una nube?... Sólo la voz... -Al escuchar mi nombre, “Santiago", entonces supe que era Él.
¡Era su voz,! ¡La de siempre! -Aturdido y muerto de miedo pensé en postrarme a sus pies. ¡Mi padre y mi hermano! Fue lo único que acerté a decir. Pero, cuando me disponía a arrojarme al suelo, Jesús me pidió que siguiera en pie.

-Entonces paseamos hablamos unos momentos de las cosas que habían ocurrido y de las que... -... tienen que suceder. - se despidió, diciendo: “Adiós, Santiago, hasta que os salve a todos juntos.” Y dejé de verle. -Debo ser fiel a la promesa hecha a mi hermano y Señor...


CUARTA APARICIÓN

Fecha: abril 9 del año 30
Hora: Hacia la hora nona (15.30 horas)
Testigos: Veinte testigos. Entre otros, la familia de Lázaro, David Zebedeo, Salomé, su madre, la Señora, Santiago (hermano de Jesús) y la Magdalena.
Lugar: En el umbral de una de las estancias de la casa de Lázaro
Duración: Segundos.

Narrado por David Zebedeo.

-No pasaría mucho de la hora nona, cuando, aquí mismo, de repente, alguien gritó...
-La puerta, ésa que ves ahí, estaba abierta, igual que en estos momentos y, ante los gritos, las miradas se dirigieron hacia fuera de la habitación.  Era un hombre. Nos miraba desde fuera de la estancia, quizá a un paso del dintel. Su figura, alta y atlética, se recortaba contra la claridad del patio...
-Ni dentro ni bajo el marco de la puerta: fuera! Y todos pudimos oírle. Levantó su brazo izquierdo y nos saludó:

"La paz sea con vosotros." 


Nos quedamos mudos. Pero El continuó:

“Saludos para aquellos que estuvieron cerca de mí en la carne y en la comunión de mis hermanos y hermanas en el reino de los cielos.

 ¿Cómo habéis podido dudar? ¿Por qué habéis esperado tanto para seguir de todo corazón la luz de la verdad?  Entrad en la comunión del Espíritu de la Verdad en el reino del Padre.“

-Cuando medio nos repusimos del susto, algunos se levantaron y corrieron a abrazarle. Pero se esfumó.

 -Era un hombre. Sus ropas eran como las nuestras -Como sabes, yo también estaba presente cuando ocurrió. Y puedo asegurarte que aquel cuerpo no era como el humo o la nube que te describí...La figura se hallaba completa, “como la de un ser humano”


QUINTA APARICIÓN

Fecha: abril 9 del año 30
Hora: 16.15 aproximadamente
Testigos: María la de Magdala, y veinticuatro mujeres más
Lugar: Interior de la casa de José de Arimatea, en Jerusalén.
Duración: Entre 1 y 2 minutos.

Inexplicablemente, sentimos frío.  Fue una clara sensación.  Como de un viento helado.  Nos miramos mutuamente, en silencio, extrañadas... Y de pronto, en el centro del corro, vimos la forma del Maestro. ¡Era Él! Y nos saludó, diciendo:

“Que la paz sea con vosotras.”

-Después nos dijo: 


“En la comunión del reino no habrá ni judío ni gentil. Ni rico ni pobre. Ni hombre ni mujer. Ni esclavo ni señor... Vosotras también estáis llamadas a proclamar la buena nueva de la liberación de la Humanidad por el evangelio de la unión con Dios en el reino de los cielos.

 Id por el mundo entero anunciando este evangelio y confirmar a los creyentes en esta fe. A la vez que hacéis esto, no olvidéis a los enfermos, alentar a los tímidos y temerosos. Siempre estaré con vosotras hasta los confines de la tierra.”

 Y dicho esto, desapareció. Nosotras, como ya sabéis, caímos de rodillas, muertas de miedo. Supongo que perdí el sentido.

A raíz de esta aparición, el Sanedrín dicta normas contra los que propaguen noticias sobre la vuelta a la vida del rabí de Galilea.


SEXTA APARICIÓN

Fecha: abril 9 del año 30
Hora: 16.30 aproximadamente
Testigos: Más de cuarenta griegos, seguidores de las enseñanzas del Maestro. Algunos de ellos se    hallaban en Getsemaní en la noche del prendimiento.
Lugar: Interior de la casa de Flavio, (pagano) antiguo conocido de Jesús. Vecino de Jerusalén. Aparición repentina.
Duración: Poco más de un minuto

-” Que la paz sea con vosotros. Aun cuando el Hijo del Hombre haya aparecido
en la tierra entre judíos, traía su ministerio para todos los hombres...” Dentro del reino de mi Padre, no hay ni habrá judíos ni gentiles. Todos seréis hermanos... Los hijos de Dios.” “Id por lo tanto por el mundo entero extendiendo este evangelio de salvación, como lo recibisteis de los embajadores del reino y yo os recibiré en la comunión de la fraternidad de los hijos del Padre en la fe y la verdad.” 

Dicho esto, desaparece fulminantemente.




SÉPTIMA APARICIÓN

Fecha: abril 9 del año 30
Hora: 18 horas aproximadamente
Testigos: los hermanos Cleofás y Jacobo, (pastores).
Lugar:  En el camino de la ruta Santa a Ammaus. Quizá a cinco o seis kilómetros de Jerusalén.
Duración: Una hora y media, aproximadamente.

Nos encontrábamos discutiendo sobre la noticia del día: la tumba vacía. ¡Nos salió al encuentro un hombre...-Un hombre!...

-Nos acompañó un trecho y, de buenas a primeras, sin venir a cuento, nos desconcertó con la siguiente pregunta:


 “¿Cuáles eran las palabras que intercambiabais con tanta seriedad cuando me he aproximado a vosotros?”

-"Mi hermano y yo, perplejos, nos detuvimos, mirándole sin dar crédito a lo que habíamos escuchado. ¿Cómo sabía aquel hombre lo que nos traíamos entre manos? Y yo le dije: ¿Es posible que vivas en Jerusalén y no sepas los acontecimientos que han ocurrido? Y él preguntó: 


-“¿Qué acontecimientos?”


"Si desconoces esos hechos (le dije un tanto malhumorado), eres el único en la ciudad que no está al tanto de los rumores referentes a Jesús de Nazaret, que era un profeta rico en palabras y obras ante Dios y el pueblo. Los jefes de los sacerdotes y los dirigentes judíos le han entregado a los romanos, exigiendo su crucifixión. Pero esto no es todo.

Muchos de nosotros esperábamos que librase a Israel del yugo de los gentiles, además, hoy estamos en el tercer día desde su crucifixión y algunas mujeres nos han asombrado, declarando que habían salido muy de mañana hacia el sepulcro, encontrando la tumba vacía. Y estas mismas mujeres repiten con insistencia que han conversado con Jesús y sostienen que ha resucitado de entre los muertos.  Cuando lo contaron a los hombres, dos de los discípulos corrieron a la tumba y también la hallaron vacía...

 Éste, después de mis explicaciones sobre la visita de los apóstoles al sepulcro, comentó para vergüenza de los dos: 


“Pero no han visto a Jesús. “

-Seguimos caminando y, después de un rato de silencio, aquel hombre habló y nos dijo:

 “Qué lentos sois para comprender la verdad! Si decís que el motivo de vuestra discusión eran las enseñanzas y las obras de este hombre, os lo voy a aclarar, ya que estoy más acostumbrado a estas enseñanzas.

- ¿No recordáis lo que siempre dijo y predicó Jesús?: ¿que su reino no era de este mundo y que todos los hombres son hijos de Dios? Por ello deben encontrar la liberación y la libertad en la alegría espiritual de la comunión fraterna del servicio afectuoso en este nuevo reino de la verdad del amor del Padre celestial. “

-“¿No recordáis cómo el Hijo del Hombre proclama la salvación de Dios para todos los hombres, sanando a los enfermos y a los afligidos y liberando a aquellos que estaban unidos por el miedo y que eran esclavos del mal?

- ¿No sabéis que este hombre de Nazaret avisó a sus discípulos de que habría que ir a Jerusalén y de que le entregarían a sus enemigos, que le condenarían a muerte, resucitando al tercer día?

- ¿No habéis leído los pasajes de las Escrituras relativos a este día de salvación de los judíos y gentiles, donde se dice que en Él, todas las familias de la tierra serán en verdad bendecidas, que oirá el grito lastimero de los necesitados y que salvará las almas de los pobres que buscan su ayuda y que todas las naciones le calificarán de bendito?

- ¿No habéis oído que este Liberador aparecerá a la sombra de una gran roca, en un país desértico?
-
¿Que alimentará el rebaño como un verdadero pastor, acogiendo en sus brazos a los corderos y llevándolos dulcemente sobre su pecho?

- ¿Que abrirá los ojos a los ciegos espirituales y liberará a los presos de la desesperación en plena libertad y luz?”

- “¿Que todos los que moran en las tinieblas verán la gran luz de la salvación eterna?

- ¿Que curará los corazones destrozados, proclamará la libertad de los cautivos del pecado y abrirá las puertas de la cárcel a los esclavos del miedo y del mal?

- ¿Que llevará el consuelo a los afligidos y extenderá sobre ellos la alegría de la salvación, en lugar del dolor y de la opresión?

- ¿Que será el deseo de todas las naciones y la alegría perpetua de los que buscan la justicia?

- ¿Qué este Hijo de la Verdad y de la rectitud se levantará sobre el mundo con una luz de curación y un poder de salvación?

- ¿Que perdonará los pecados a sus fieles? ¿Que buscará y salvará a los extraviados?

- ¿Que destruirá a los débiles, pero que llevará la salvación a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia?

- ¿No habéis oído que los que crean en Él gozarán de la vida eterna?

- ¿Qué extenderá su espíritu sobre toda la carne, y que en cada creyente este Espíritu de la Verdad será un manantial de agua viva, incluso en la vida eterna?

- ¿No habéis comprendido la grandeza del Evangelio del Reino que ese hombre os ha dado?

- ¿No veis cuán grande es la salvación de la que os beneficiáis?"

-No nos atrevimos a abrir la boca. ¿Qué podíamos replicarle nosotros, pobres miserables arreadores de ganado? Y así llegamos a la aldea.

 La noche apuntaba ya por el este y le rogamos que se quedara con nosotros. Le mostramos nuestra humilde choza y aunque parecía tener el propósito de seguir su camino, terminó por aceptar.

Jacobo y yo, nerviosos y felices por tan distinguida compañía, nos esmeramos en la cena: la mejor hogaza de pan, el mejor queso y el mejor vino... Nos sentamos a la mesa y, a la luz de la lámpara de aceite, le hice entrega del “redondel” de pan de trigo. Me excusé. Estaba un poco duro... Pero el hombre sonrió y, troceándolo con gran facilidad, lo bendijo, dándonos un trozo a cada uno...

¡Entonces caí en la cuenta! ¡Era Jesús! ¡Y, cuando, tras dar un codazo a mi hermano, comenté “Es el Maestro!", desapareció. -! ¡Desapareció de nuestra vista! No sé cómo, pero lo hizo...


OCTAVA APARICIÓN

Fecha: abril 9 del año 30
Hora:  20.30 horas
Testigos: Simón Pedro.
Lugar: Patio a cielo abierto en el hogar de los Marcos, en Jerusalén.
Duración: más de cinco minutos.

Yo estaba en el patio, paseando y decidido a renunciar a mi misión en el reino, cuando frente a mí, apareció la forma de un hombre. No le reconocí, pero sí su voz...Y aquella voz familiar me habló. Y me dijo: 


“Pedro, el enemigo quería poseerte, pero yo no te he abandonado.”

“Sabía que en tu corazón no habías renegado de mí. Por ello, te perdoné antes de que me lo pidieras. Ahora hay que dejar de pensar en uno mismo y en las actuales dificultades. Prepárate a llevar la buena nueva del evangelio a aquellos que se encuentran en las tinieblas. 


 No te preocupes por lo que puedas conseguir del reino, más bien, mira lo que tú puedas dar a los que viven en la horrenda miseria espiritual. Estate prestos Simón para el combate de un nuevo día, para la lucha contra el oscurantismo espiritual y las nefastas dudas del pensamiento natural de los hombres.”

-Creedme' -añadió Simón al descubrir las caras de asombro e incredulidad de sus compañeros-.

 Después de esto, aquel Hombre y yo paseamos por el patio durante más de cinco minutos, recordando cosas del pasado. Y hablamos también del presente y del futuro.  Después, al despedirse, volvió a decirme:

- “Adiós, Pedro, hasta que te vea en compañía de tus compañeros. “

-Después de aquella visión, Simón permaneció unos minutos en el patio como hipnotizado. Y cuando comprendió que había visto y hablado con el Galileo, salió a la carrera -loco de alegría- hacia el piso superior.
El torbellino de preguntas de los discípulos fue inevitable. Y Simón Pedro, con la boca abierta y sin saber a quién responder, terminó por bajar los ojos, consciente de que era objeto de las mismas dudas y suspicacias que él había manifestado a lo largo de toda la jornada.  Y le vi llorar amargamente.


NOVENA APARICIÓN

Fecha: abril 9 del año 30
Hora: 21.30 horas
Testigos: El cabeza de familia, José de Arimatea, diez de los once discípulos (faltaba Tomás) y quien esto escribe.
Lugar: Planta superior de la casa de Elías Marcos (Jerusalén).
Duración: Imposible de precisar quizás uno o dos minutos.

Puertas cerradas y atrancadas. Un viento helado hace oscilar las llamas de las lucernas. La estancia queda a oscuras. Una zigzagueante y azulada chispa eléctrica (?) aparece al fondo del salón.
La «chispa» (?) dibuja una figura humana, nítidamente perfilada por una sutil línea violeta. Una «cascada de luz» (?) se derrama desde la parte superior, colmando la silueta. Aparece un «hombre luminoso». Nadie reconoce al Maestro. Copas metálicas y espadas, situadas cerca de la «aparición», entrechocan, cayendo al suelo.

La forma violácea habla y parece como si la voz partiera de toda la estructura.

 -La paz sea con vosotros! -¿Por qué estáis tan asustados, como si se tratara de un espíritu?. ¿No os dije que los principales sacerdotes y dirigentes me entregarían a la muerte, que uno de vosotros me traicionaría y que resucitaría al tercer día?

…-fue bajando los brazos muy despacio- y prosiguió la “voz“

- ¿Y entonces a qué tantas discusiones y dudas sobre lo que manifestaron las mujeres, Cleofás, Jacobo o el mismo Pedro? Y ahora que me veis, ¿me vais a creer?

Nadie respondió. ¿Quién, en su sano juicio, lo hubiera hecho?

-Uno de vosotros todavía está ausente. ¡Cuando os reunáis una vez más y sepáis con seguridad que el Hijo del Hombre ha resucitado, marchad para Galilea... Tened fe en Dios! ¡Tened fe los unos en los otros! Así entraréis en el nuevo servicio del reino de los cielos.

El “ser” hizo una brevísima pausa. ¡Era asombroso! ¡Había matices en el timbre de su voz!

-Permaneceré en Jerusalén hasta que estéis en condiciones de partir hacia Galilea. Os dejo en paz.

Y en una fracción de segundo -quizá en menos-, toda la figura de luz se esfumó, recogiéndose sobre sí misma, hasta que sólo quedó un punto brillante.


DÉCIMA APARICIÓN

Fecha: abril 11 del año 30 (martes)
Hora:  Poco antes de las 8 horas
Testigos: Lázaro y más de ciento cincuenta seguidores del Maestro.
Lugar: Interior de una de las sinagogas de Filadelfia (más allá de la Perea).
Duración: Alrededor de tres minutos.

La reunión tenía por objeto difundir la última noticia procedente de la Ciudad Santa: “La resurrección del Maestro”.
 Cuando Lázaro y Abner, el jefe de aquellos creyentes, se disponían a hablar, un «hombre» surgió «de la nada», a escasos pasos de los oradores. Tampoco lo reconocieron. Según los emisarios que dieron cuenta del hecho, el Resucitado dijo:

«La paz sea con vosotros...» Ya sabéis que tenéis un solo Padre en el cielo y que únicamente existe un evangelio del reino: La buena nueva del regalo de la vida eterna que los hombres reciben por la fe. Al gozar de vuestra fidelidad al evangelio, rogad a Dios para que la verdad se extienda en vuestros corazones con un nuevo y más bello amor hacia vuestros hermanos.

Amad a todos los hombres como yo os he amado y servidles como yo os he servido. Recibid en vuestra comunidad, con agradable comprensión y afecto fraternal, a todos los hermanos consagrados a la divulgación de la buena nueva. Sean judíos o gentiles. Griegos o romanos. Persas o etíopes. Juan predicó el reino por adelantado. Vosotros, la fuerza del evangelio. Los griegos anuncian ya la buena nueva y yo, en breve, voy a enviar al Espíritu de la Verdad al alma de todos estos hombres, mis hermanos, que tan generosamente han consagrado sus vidas a la iluminación de sus semejantes, hundidos en las tinieblas espirituales.

Todos sois hijos de la luz. No tropecéis en el error de la desconfianza y la intolerancia. Si, gracias a  la fe, os habéis elevado hasta amar a los no creyentes, ¿no deberíais igualmente amar a vuestros compañeros creyentes de la gran familia de la fe? Recordad que, según os améis, todos los hombres reconocerán que sois mis discípulos. «Marchad, pues, por todo el mundo, anunciando el evangelio de la paternidad de Dios y de la hermandad de los hombres. Hacedlo con todas las razas y naciones. Sed prudentes al escoger los métodos para la divulgación de estas verdades.

Habéis recibido gratuitamente este evangelio del reino y gratuitamente lo entregaréis. »No temáis... Yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin del tiempo. »Os dejo mi paz...»

Dicho esto, el «Hombre» desaparece de la vista de los allí congregados. Los testigos, impresionados, se apresuran a dar cumplida cuenta de lo ocurrido a los íntimos del Maestro y a salir a los caminos, anunciando lo solicitado por el «Hombre». A decir verdad, son los primeros «misioneros». Los pioneros en la difusión de un mensaje -el gran mensaje- no contaminado...


DÉCIMA PRIMERA

Fecha: abril 16 del año 30
Hora: 18 horas
Testigos: Los once íntimos y quien esto escribe (Jasón)
Lugar: Cenáculo, en la casa de los Marcos (Jerusalén).
Duración: Cuatro minutos.

Nos encontrábamos en plena cena, de repente, las candelas amarillentas de las lucernas oscilaron ligeramente. Se hizo un silencio de muerte. Instantáneo. Y supongo que el mismo escalofrío que me recorrió de pies a cabeza, sacudió igualmente a los otros once.

Frente a mí, como salido del otro lado del muro, avanzó una figura alta y corpulenta, difuminada por la penumbra de la cámara. Las llamas recuperaron la verticalidad y yo, espantado, creí que mi corazón se partía en dos.

El “hombre" -porque en esta ocasión no hubo fenómenos luminosos ni extraños- se detuvo entre los divanes ocupados por Santiago y Mateo Leví, frente por frente al lugar de Tomás.

¡Era El! Vestía su familiar atuendo: Manto color vino y la inmaculada túnica blanca. Creo que fui el único que se puso en pie, impulsado por una feroz descarga de adrenalina. El resto, pillado por sorpresa, no reaccionó. ¡Aquel cuerpo... absolutamente humano! Esa fue, al menos, mi impresión.  ¡Era el mismo Jesús que había conocido en vida! Pero, ¿cómo podía ser si yo le había visto muerto? Mis ojos se clavaron en su rostro, en sus cabellos, en su torso, en sus brazos, en las sandalias... ¡Todo era normal! ¿Normal? ¡Dios mío!, qué locura! además, ¿por dónde había entrado?

Y al plantarse frente a los mudos y casi hipnotizados discípulos, les saludó así: 


-Que la paz sea con vosotros...He esperado una semana hasta que estuvierais todos reunidos, para aparecer de nuevo y daros, una vez más, la orden de recorrer el mundo divulgando el evangelio del reino... Os lo repito: lo mismo que el Padre me ha enviado al mundo, yo os mando. Lo mismo que he revelado al Padre, vosotros vais a extender el amor Divino, no sólo con palabras, sino también con vuestras vidas cotidianas. Os envío, no para amar las almas de los hombres, sino para amar a los hombres. No basta que proclaméis las alegrías del cielo. Es preciso también demostrar las realidades espirituales de la vida Divina en vuestra experiencia diaria.

Sabéis por la fe que la vida eterna es un don de Dios. Cuando tengáis más fe y el poder de arriba (el Espíritu de la Verdad) haya penetrado en vosotros, no ocultaréis vuestra luz.

 Aquí, tras las puertas cerradas, daréis a conocer a toda la Humanidad el amor y la misericordia de Dios?. Por miedo, huís ahora ante una desagradable experiencia. Pero, al estar bautizados del Espíritu de la Verdad, iréis felices y alegres a propagar las nuevas experiencias de la vida eterna en el reino del Padre... Vuestra misión en el mundo se basa en lo que he vivido con vosotros: una vida revelando a Dios y en torno a la verdad de que sois hijos del Padre, al igual que todos los hombres. Esta misión se concretará en la vida que haréis entre los hombres, en la experiencia afectiva y viviente del amor a todos ellos, tal y como yo os he amado y servido.

-... Podéis permanecer aquí o en Galilea durante un corto periodo. Así podréis reponeros del golpe de la transición entre la falsa seguridad de la autoridad del tradicionalismo y el nuevo orden de la autoridad de los hechos, de la verdad y de la fe, en las realidades supremas de la viva experiencia.

Que la fe ilumine al mundo y que la revelación de la verdad abra los ojos cegados por la tradición.

Que vuestro amor destruya los prejuicios engendrados por la ignorancia. Al acercaros a vuestros contemporáneos con simpatía comprensiva y una entrega desinteresada, les conduciréis a la salvación por el conocimiento del amor del Padre.

 Los judíos han exaltado la bondad. Los griegos, la belleza. Los hindúes, la devoción. Los lejanos ascetas, el respeto. Los romanos, la fidelidad... Pero yo pido la vida de mis discípulos. Una vida de amor al servicio de sus hermanos encarnados.

El Maestro hizo una breve pausa. Sus ojos seguían irradiando aquella mágica luz y aquella afilada fuerza, y concentrándolos en los de Thomas, le dijo sin reproches: 


Y tú, Tomás, que has dicho que no creerías a menos que me vieras y pusieras tus dedos en las heridas de los clavos de mis muñecas, ahora me has visto y oído... A pesar de que no veas ninguna señal de clavos...

Y Jesús acompañó aquellas palabras con un movimiento de sus brazos. Los alzó hasta que las palmas quedaron a la altura de su rostro. Las amplias mangas se deslizaron al momento hacia abajo. Los antebrazos y muñecas, en efecto, no presentaban cicatrices o señales de las pasadas torturas.

Miré de soslayo al perplejo discípulo. Estaba lívido.

Las miradas de todos se centraron en las extremidades superiores del rabí, que permaneció unos segundos en la misma posición. ¡Fue desconcertante! Su piel aparecía tersa, con el mismo y abundante vello de antes y con los vasos perfectamente marcados.

-... Ya que ahora vivo bajo una forma que tú también tendrás cuando dejes este mundo -reanudó su importante aclaración-, ¿qué les dirás a tus hermanos? El mismo Jesús respondió a su pregunta.
-Reconocerás la verdad, ya que, en tu corazón, habías empezado a creer, a pesar de manifestar con insistencia tu incredulidad.

Es justo el momento en que las dudas empiezan a desmoronarse... Thomás, te pido que no pierdas la fe. Sé creyente... Sé que creerás con todo tu corazón.

Al ver las muñecas de su Maestro y escuchar estas palabras, Thomás se alzó del diván, cayendo de rodillas sobre el entarimado. Y asustado, exclamó: - ¡Creo, mi Señor y mi Maestro!

 Fue la única vez que vi sonreír a Jesús. Fue una sonrisa fugaz pero clara. Y el “hombre" replicó:

-Has creído, Tomás, porque me has visto y oído. ¡Benditos sean en los tiempos venideros...! 



-La sangre se me heló en las venas. Jesús giró ligeramente su rostro, mirándome a los ojos. Y repitió: -... 



Benditos sean en los tiempos venideros los que crean sin haberme visto con los ojos de la carne, ¡ni oírme con los oídos humanos!


Una mezcla de emoción, miedo y ganas de gritar me inundó el alma, dejándome como muerto. Finalizadas estas históricas frases caminó hacia el extremo en el que me hallaba y al llegar a mi altura, se volvió hacia los boquiabiertos testigos. Entonces, a manera de despedida, les comunicó: 



 -Ahora, id todos a Galilea. allí os apareceré muy pronto. 


Se volvió nuevamente hacia mí, me sonrió y caminó despacio, sin prisas, hacia la penumbra de la pared por la que le habíamos visto surgir. Y dejamos de verle. Simplemente, se esfumó...Y yo, con los dispositivos conectados, permanecí en pie, como una estatua, tan ensimismado, perplejo y confuso como los demás.


DÉCIMA SEGUNDA APARICIÓN

Fecha: abril 18 del año 30 (martes)
Hora: Poco después de las 20 horas
Testigos: Unos ochenta griegos y judíos que compartían las enseñanzas del Maestro.
Lugar:  Residencia de Rodán (ciudad de Alejandría, en Egipto).
Duración: Dos minutos escasos.


Cuando uno de los «correos» enviados por David Zebedeo concluye su exposición sobre la muerte de Jesús de Nazaret, un «Hombre» aparece de pronto entre los allí reunidos.  Rodán, Natán de Busiris (el mensajero) y otros lo reconocen. El Resucitado, según Natán, dice textualmente:

«Que la paz sea con vosotros...

 El Padre me ha enviado para establecer algo que no es propiedad de ninguna raza, nación, ni tampoco de ningún grupo especial de educadores o predicadores. El evangelio del reino pertenece a judíos y gentiles, a ricos y pobres, a hombres libres y a esclavos, a mujeres y varones e, incluso, a los niños. Extended este evangelio de amor y verdad a través de vuestras vidas. Os amaréis con un nuevo amor, como yo os he amado. Serviréis a la humanidad con una devoción nueva y sorprendente, como yo os he servido.  Entonces, cuando los hombres vean cómo los amáis, y cuánto trabajáis en su favor, comprenderán que habéis entrado por la fe en la comunidad del reino de los cielos. Entonces seguirán al Espíritu de la Verdad, al que descubrirán en vuestras vidas, hasta hallar la salvación eterna. »Al igual que mi Padre me envió a este mundo, yo también os envío. Todos estáis llamados a difundir esta buena nueva a quienes se debaten en las tinieblas. El evangelio del reino pertenece a todos aquellos que creen en él...¡Prestad atención!: este evangelio no debe ser confiado exclusivamente a los sacerdotes...
»En breve, el Espíritu descenderá sobre vosotros y os guiará hacia la verdad. Id, pues, y predicad esta gran noticia...»Y no olvidéis que estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos.»

 El «Hombre» se esfuma. Dos días después -jueves, 20 de abril- otro «correo» llega a Alejandría con la noticia de la resurrección.
Rodán y su gente proporcionan al perplejo mensajero otra no menos valiosa información: «Sí, lo sabemos. Nosotros acabamos de verlo.»


DÉCIMA TERCERA APARICIÓN

Fecha: abril 21 del año 30 (viernes)
Hora: Poco después del amanecer
Testigos: Testigos «oficiales»: Diez de los apóstoles (faltaba Simón el Zelota), el adolescente Juan Marcos y quien esto escribe.
Lugar: Playa de Saidan, en el lago de Tiberíades.
Duración: Oficialmente unas cuatro horas.

A las 06 horas y 30 minutos de aquel viernes, 21 de abril, las dos embarcaciones enfilaron la costa de Saidan. ¡Eran ellos! Jesús, atento a las maniobras de los remeros, se separó de la fogata.
A poco más de cien metros de la orilla, la primera de las barcas - capitaneada por Simón Pedro- aflojó la boga. Algunos de los remeros repararon entonces en el hombre que parecía esperarlos cerca del fuego. Se produjo una breve discusión. Quizá se trataba de alguno de los habituales compradores de pescado de Nahum o de Tarichea, que acudía a recibirlos.

Cuando la barca se hallaba a poco más de 50 metros, Jesús levantó su brazo izquierdo y, dirigiéndose a los pescadores, les gritó:



 -¡Muchachos!, ¿habéis pescado algo?

Simón Pedro, con gesto adusto, le respondió con un seco y lacónico «No».

El Resucitado se dirigió de nuevo a la tripulación. Y señalando a estribor ordenó con potente voz:

- ¡Lanzad la red a la derecha de la barca..., y encontraréis peces!

La superficie del yam se agitaba ante la súbita aparición de un nutrido banco de peces.  Pedro, olvidando al hombre de la playa, comenzó a vociferar y a gesticular, advirtiendo a los ocupantes de la segunda lancha, la proximidad del pescado. Juan Zebedeo soltó el ancla, e incorporándose a la brega de los remeros, bogó con fuerza hacia el apetitoso botín. A escasa distancia de la espumosa «mancha», con admirable precisión, las embarcaciones se aproximaron. Arrojaron la red trazando un círculo. Al momento, ocho de los diez hombres, entre gritos  de entusiasmo, se apresuraron a recoger el “arte” arrastrando la bolsa hacia las popas de las lanchas.

El Maestro, visiblemente complacido, dio media vuelta, retornando al lado de la fogata. Y cruzando los brazos sobre el pecho, esperó.

Objetivamente hablando, Jesús se limitó a señalar una «mancha» de pescado que, desde las lanchas, quizá hubiera pasado inadvertida.
 Después -ya se sabe-, con el paso del tiempo, aquel hecho, totalmente fortuito, fue deformado y equiparado a la categoría de «pesca milagrosa».

Muy cerca, Juan Zebedeo intuye que aquel «Hombre» es el Maestro. Simón Pedro se lanza al agua. A pesar de sus temibles modales, el tosco galileo amaba a su Señor por encima de sus amigos y parientes. Y al llegar a la orilla se detuvo, permaneció inmóvil. Los nueve, intrigados por el anormal comportamiento de Pedro, fueron aproximándose a la playa.  Los rostros pasaron de la sorpresa al miedo. Sólo el de Juan se iluminó. Algunos incluso retrocedieron. El silencio era plomizo. Significativo. El Maestro, con una mirada capaz de perforar el acero, fue escrutando a cada uno de sus hombres. Pero tampoco habló o hizo ademán alguno.

El Maestro en un tono distendido, comentó:

-Juan, estoy contento de volver a verte en Galilea, donde podremos tener una buena conversación. Quédate con nosotros a desayunar.

Y dirigiéndose a los petrificados discípulos les ordenó:

-Traed vuestro pescado y preparad algunos para desayunar. Tenemos fuego y mucho pan.

Los discípulos, animados por las palabras del Resucitado, lograron sacudirse el aturdimiento. Volvieron sobre sus pasos, arrastrando la red hacia tierra firme. Pedro reaccionó. Se encaminó al encuentro del rabí. Cayó de rodillas a sus pies y, abriendo sus brazos, exclamó con aquel recio vozarrón que le caracterizaba, quebrado ahora por la emoción: - ¡Mi Señor! y mi Maestro! 


El resucitado, palmeando suave y entrañablemente las mojadas espaldas de Pedro, le invitó a que acompañara a sus hermanos a concluir la faena. El rabí se entregó a la preparación del fuego. Las lenguas de fuego se retorcieron y Jesús, acusando el roce de las llamas, retiró los brazos. 




Felipe y los gemelos, al percatarse de las manipulaciones de su Maestro, acudieron prestos, con la sana intención de ocupar su lugar. Jesús no lo permitió. A continuación, solicitando de Santiago uno de los largos cuchillos el rabí se situó con los peces al borde del yam.  Se remangó y, hábilmente, fue descabezándolos y extrayendo las entrañas.  Una vez lavados retornó junto al fuego, esperando a que la improvisada «parrilla» alcanzase la temperatura idónea.

Minutos más tarde, las apetitosas tilapias se asaban sobre la negra roca. Los aparejos fueron extendidos sobre la playa y, frotándose las manos de satisfacción, rodearon al diligente «cocinero». 


Sirviéndose del cuchillo, el Maestro vigiló el asado de los peces. Cuando el desayuno estuvo a punto, Jesús, con los ojos llorosos por el humo, indicó a sus amigos que se sentaran. Los gemelos, siguiendo su costumbre, se dispusieron a servir el pan y las tilapias.

-No… -Intervino el rabí-, vosotros también debéis sentaros. Juan Marcos lo hará.

Jesús una vez más- rompió el hielo, bromeando sobre el chapuzón de Simón Pedro y su poco estético vientre.  Las risas afloraron de nuevo y, por espacio de una media hora, se entretuvieron en rememorar viejos recuerdos y experiencias, muchas de ellas vividas allí mismo, en el lago. Jesús reía con ganas, absolutamente feliz.

Hacia las 09 horas la conversación decayó.

Y el Maestro, alzándose, hizo una señal a Juan Zebedeo y a Simón Pedro para que le acompañaran. Jesús, flanqueado por sus dos hombres, caminó despacio por la orilla del agua, en dirección a la desembocadura del Jordán. De pronto, pasando su brazo izquierdo sobre los hombros del Zebedeo, le preguntó:

-Juan, ¿me amas?

- ¡Sí, Maestro!... ¡De todo corazón!

Y el Resucitado, ante la atónita mirada de los galileos, exclamó con vehemencia: 



-Entonces, renuncia a tu intolerancia y aprende a amar a los hombres como yo te he amado. Consagra tu vida a demostrar que el amor es lo más grande del mundo. Es el amor de Dios quien conduce a los hombres a la salvación. El amor es la bondad espiritual y la esencia de la verdadera belleza.

Y volviéndose hacia el rudo Pedro, taladrándole con aquella mirada de halcón, le formuló la misma cuestión.

-Pedro, ¿me amas?

- ¡Señor, sabes que te amo con toda mi alma!

-Si me amas -argumentó con un hilo de tristeza-, alimenta a mis corderos…

imparable, como siempre, el pescador quiso replicar; pero el Resucitado, sellando los labios del galileo con su mano izquierda, prosiguió:

-No escatimes tu ministerio a los débiles, a los pobres ni a los jóvenes.  Predica el evangelio sin temor ni preferencias. No olvides que Dios no hace excepciones. Sirve a tus contemporáneos como yo te serví. Perdona a los hombres como yo te he perdonado. Deja que la experiencia te demuestre el valor de la meditación y el poder de la reflexión inteligente.

Sí, Señor, sabes que te amo.

-Cuida bien de mis ovejas.
Sé un buen pastor para mi rebaño.
No traiciones la confianza que tengo en ti.
No te dejes sorprender por el enemigo.
Debes estar siempre vigilante. ¡Vela y reza!

-El confuso discípulo permaneció clavado en la arena.  Jesús y el Zebedeo se distanciaron unos metros. Pero el Maestro se volvió hacia el pescador, planteándole por tercera vez el mismo dilema.

-Pedro, ¿me amas verdaderamente?

Simón bajó la cabeza, entristecido. Jesús aguardó. Y, Pedro remontándose por encima de la tristeza, le gritó sin esconder su enojo:

- ¡Conoces todas mis cosas, Señor!... ¡Por lo tanto, sabes que, en realidad, te quiero!

Y el Resucitado, autoritario, le ordenó:

- ¡Alimenta mis ovejas!...
¡No abandones el rebaño!
¡Sirve de ejemplo e inspiración a todos tus compañeros pastores!...
¡Ama al rebaño como yo te he amado!
¡Conságrale toda tu felicidad, como yo lo hice contigo!
¡Y sígueme!... ¡Sígueme hasta el fin!

Estas consignas fueron acompañadas de bruscos y sucesivos movimientos afirmativos de cabeza por parte de Pedro. El rabí se disponía a reanudar el paseo cuando, en otro de sus irreflexivos arranques, Simón señaló hacia Juan, preguntando:

-Si te sigo, ¿qué hará éste?

Jesús le miró con benevolencia. Y con una paciencia infinita le aclaró:

-No te preocupes de lo que hagan tus hermanos. Si quiero que Juan permanezca aquí al marcharte tú, y hasta que yo vuelva, ¿en qué te concierne?

Avanzó unos pasos hasta situarse a medio metro del galileo y, colocando sus manos sobre los hombros de Pedro, repitió con firmeza:

 - ¡Tú asegúrate únicamente de seguirme!

Jesús dio por concluido el breve paseo, rogando a los desconcertados Pedro y Juan que avisaran a sus hermanos Andrés y Santiago Zebedeo para que se reunieran con él.

También Andrés y Santiago acompañaron al Señor por la orilla del lago. Transcurridos unos minutos de embarazoso silencio, Jesús le habló así al ex jefe de los íntimos:

-Andrés, ¿tienes confianza en mí?

Y con exquisita calma respondió:

-Sí, Maestro, tengo absoluta confianza en ti.... y lo sabes. El Resucitado le sonrió complacido.

-Andrés, si tienes confianza en mí -replicó Jesús, poniendo el dedo en uno de los graves defectos del galileo-, ten más confianza en tus hermanos y, sobre todo, en Pedro...

Andrés, bajando la mirada, aceptó de buen grado la Sutil reprimenda.

-... Antaño -prosiguió en tono animoso- te encomendé  la  dirección del grupo. Ahora es preciso que les des confianza, en tanto que yo te dejo para ir hacia el Padre.  Cuando tus hermanos se dispersen como consecuencia de las persecuciones, sé un sabio y previsor consejero para Santiago, mi hermano por la sangre, ya que tendrá que soportar una pesada carga, que su experiencia no le permite llevar. Después sigue teniendo confianza. ¡No te faltaré! Y al fin vendrás junto a mí. 


Seguidamente, volviéndose hacia el frío y distante Santiago de Zebedeo, le formuló la misma pregunta:

-Tienes confianza en mí?

El pétreo rostro del pescador no se inmutó. Pero su voz, reposada y segura, denunció el gran afecto que le profesaba.

-Sí, Maestro, de todo corazón...

-Santiago, si es cierto que tienes confianza en mí, deberías ser menos impaciente con tus hermanos...

El Zebedeo no pestañeó. El rabí tenía toda la razón. Pero, demasiado orgulloso para admitirlo, sostuvo desafiante la mirada del Resucitado.

-Si de verdad deseas disfrutar de mi confianza, esto te ayudará a ser mejor para con la hermandad de los creyentes.

La irresistible luz de aquellos ojos venció finalmente la audacia del Zebedeo quien inclinando la cabeza, asintió en silencio.

-...Aprende a pensar en las consecuencias de tus palabras y actos. Recuerda que la cosecha es obra de la siembra.  Reza por la tranquilidad de espíritu y cultiva la paciencia. Con fe viva, éstas gracias te sostendrán cuando llegue la hora de beber la copa del sacrificio.  No temas nunca. Cuando hayas acabado en la Tierra vendrás a morar junto a mí.


Nueva y dramática «profecía»: «... cuando llegue la hora de beber la copa del sacrificio.» Santiago moriría catorce años después...

A continuación, fueron reclamados Tomás, el «mellizo», y Bartolomé.

-Thomás, ¿me sirves?

-Sí, Señor... Te sirvo ahora y siempre.

-Si quieres servirme -le anunció al tiempo que le estrechaba contra su costado derecho-, sirve a tus hermanos mortales como yo te he servido.  No te canses de obrar en este sentido y persevera, puesto que has recibido la ordenación de Dios para este servicio de amor.  Al terminar en la Tierra servirás conmigo en la gloria. Thomás, tienes que dejar de dudar. ¡Acrecienta tu fe y tu conocimiento de la Verdad! Si lo deseas, cree en Dios como un niño, pero no actúes infantilmente...Y, deteniéndose, le alentó con vehemencia: -¡Ten valor! ¡Sé fuerte en la fe y en el reino de Dios!

Bartolomé (Natanael) escuchó la misma pregunta:

- ¿Me sirves?

-Sí, Maestro, con una total entrega.

-Si me amas de todo corazón -prosiguió Jesús-, asegúrate de trabajar por el bienestar de mis hermanos terrestres. Une la amistad a tus consejos y añade el amor a la filosofía.  Sirve a tus contemporáneos como yo serví.  Sé fiel a los hombres, lo mismo que he velado por ti. No seas crítico y espera menos de algunos hombres. Así, tu decepción será menor.  Al término de tu trabajo en la Tierra servirás arriba, conmigo.

Les tocó el turno a Mateo Leví y Felipe.

 El bromista del grupo -Felipe- parecía haber perdido su habitual y encomiable sentido del humor. Fatigado y ojeroso por la pasada noche en el yam, me dio la sensación de que estaba a punto de dormirse.

-Felipe, ¿me obedeces?

-Sí, Señor, te obedeceré aun a costa de mi vida.

Sin poder evitarlo, bostezó ruidosamente. El Maestro, paciente ante el honesto aunque poco espiritual galileo, aguardó a que el de Caná recuperara una cierta compostura.  Después, señalando hacia el este, le dijo algo que marcaría su destino:

 -Si quieres obedecerme, ve al país de los gentiles y proclama el evangelio. 

El intendente siguió la dirección apuntada por el dedo del Maestro. Sin embargo creo que no le comprendió del todo. 

-… Los profetas han dicho que más vale obedecer que sacrificar.  Por la fe, conociendo a Dios, eres un hijo del reino. Sólo hay una ley a observar: difundir el evangelio. ¡Deja de temer a los hombres! ¡No te asuste predicar la buena nueva de la vida eterna a tus semejantes que languidecen en las tinieblas y que tienen sed de luz y de verdad!

Muerto de cansancio, Felipe oía sin escuchar. Pero súbitamente, cuando le mencionó el tema «dinero», su atolondramiento se esfumó.

-.. No te ocupes más del dinero -concluyó Jesús-, ni de las provisiones. Desde ahora, al igual que tus hermanos, eres libre para extender la buena nueva. Te precederé y acompañaré hasta el final. 

Con una sonrisa de alivio, Felipe retornó junto al fuego.

Mateo Leví, el «ex recaudador» de impuestos, uno de los hombres más serios y cabales del grupo, aguardó su turno con evidente curiosidad.

-¿Tu corazón, Mateo, está en disposición de obedecerme?

-Sí, Señor -replicó el discípulo con serenidad-, estoy enteramente consagrado a seguir tu voluntad.

Entonces, si quieres obedecerme, ve a enseñar a todos los pueblos el evangelio del reino.  No proporcionarás a tus hermanos las cosas materiales de la vida. Sin embargo, proclamarás la buena nueva de la salud y de la salvación espiritual. A partir de ahora, no tendrás otro objetivo que ejecutar el mandamiento de predicar este evangelio del reino del Padre. Igual que yo he seguido en la Tierra la voluntad del Padre, tú cumplirás también tu misión divina... 

Jesús puso especial énfasis en estas tres últimas palabras: « tu misión divina.» -Acuérdate que judíos y gentiles son ambos tus hermanos. No tengas temor de ningún hombre cuando proclames las verdades salvadoras del evangelio del reino de los cielos.   Allí donde yo voy, tú vendrás pronto.

La última pareja con la que el Resucitado dialogó aquella mañana fue la formada por los dóciles e ingenuos gemelos.

-Jacobo y Judas -les preguntó conjuntamente-

¿creéis en mí? La respuesta fue fulminante:

-Sí, Maestro, creemos.

Jesús los contempló con ternura. No cabía duda: a pesar de su corta capacidad intelectual, los de Alfeo le idolatraban. Les sonrió y, contagiados de aquel inmenso afecto, se precipitaron sobre el rabí, abrazándole.

-Muy pronto os voy a dejar -les manifestó con dulzura y como si temiera lastimarlos- Ya veis que lo he hecho físicamente... Su exquisito tacto no evitó que los hermanos, presintiendo su marcha, rompieran a llorar. El Maestro intentó infundirles ánimo: 

-Estaré poco tiempo en mi actual forma, antes de ir con el Padre...-Creéis en mí. Sois mis discípulos y siempre lo seréis. Seguid creyendo cuando haya partido y recordad siempre vuestra asociación conmigo. Incluso cuando regreséis a vuestro antiguo trabajo. No dejéis jamás que el cambio de labor influya en vuestra obediencia. Tened fe en Dios hasta el fin de vuestros días terrestres. No olvidéis que sois hijos de Dios por la fe y que todo trabajo honrado es sagrado para el reino.

Nada de cuanto haga un hijo de Dios puede ser ordinario; por lo tanto, haced ahora vuestro trabajo como si fuera para Dios. Cuando hayáis acabado en este mundo -Jesús levantó el rostro hacia el azul del cielo- tengo otros mejores, donde trabajaréis también para mí.  En esta obra, en éste y otros mundos, trabajaré con vosotros y mi espíritu vivirá en vosotros.

Y hacia las 10 horas, en compañía de los angustiados gemelos, Jesús de Nazaret retornó junto a sus pensativos hombres.

Pidió dos voluntarios para ir en busca de Simón, el Zelote, con la súplica de que se uniera al grupo. Andrés y Pedro prometieron traerlo ese mismo día. Acto seguido, en pie, a un par de metros del círculo que formaban los galileos, de espaldas al lago, se despidió con las siguientes palabras:

- ¡Adiós!... Hasta que vuelva a verlos a todos mañana, a la hora sexta, en la montaña de vuestra ordenación.

Ni los pescadores, ni nosotros, podríamos explicar satisfactoriamente lo que ocurrió a continuación.  Las palabras están de más. Ni la tecnología, ni todo el saber actual podrían aclarar el cómo de semejante desaparición. Sencillamente, Jesús -o lo que fuera- dejó de «estar». Insisto, los galileos,  y yo dejamos de verle. Se disolvió sin ruido, sin rastro, sin destellos y sin la implosión que, lógicamente, debería haber provocado. ¡Nada


DÉCIMA CUARTA APARICIÓN

Fecha: abril 22 del año 30 (sábado)
Hora: Sexta (mediodía)
Testigos: Los once discípulos.
Lugar: Monte de la Ordenación (hoy llamado de las Bienaventuranzas), al norte del kennereth (lago de Galilea).
Duración: Una hora

A las 11.45 se detenían a corta distancia de la cima. El Maestro, en pie, los esperaba.  El Señor los saludó, invitándolos a que se aproximaran. El Zelote, más impresionado que el resto, fue el último en llegar hasta Él. Y a una orden del Resucitado, los once se arrodillaron a su alrededor.
Entonces, levantando el rostro hacia los cielos, pronunció unas solemnes palabras. Más que hablar, Jesús gritó, pleno de seguridad, poder y majestad. Al oírle nos estremecimos.

- ¡Padre mío, te traigo de nuevo a estos hombres: ¡Mis mensajeros! De entre los hijos de la Tierra, he elegido a éstos para que me representen, como yo he venido representándote.  ¡Ámalos y acompáñalos, como tú me has amado y acompañado! Y ahora, Padre mío, dadles la sabiduría, ya que pongo en sus manos todos los asuntos del reino. Nuevamente, Padre mío, te doy las gracias por estos hombres y los dejo bajo tu guardia...

Concluida la plegaria, en mitad de un respetuoso silencio, el Resucitado se acercó a cada uno de los presentes, colocando las manos sobre sus cabezas. En cada imposición, el Señor cerraba sus ojos, permaneciendo así por espacio de varios segundos. Sólo Felipe y Simón Pedro -los más curiosos- se permitieron alzar ligeramente los ojos, espiando los movimientos de Jesús. Terminada la imposición de manos, les rogó que se alzaran. Y recuperando su buen humor, departió con ellos durante una media hora, rememorando -como sucediera en la playa de Saidan- los «viejos tiempos».

Por último, hacia las 12.45 horas se dirigió a Simón, el Zelote, abrazándolo durante casi un minuto. No hubo palabras en aquel efusivo abrazo. Pero los ojos del patriota se llenaron de lágrimas.  Acto seguido, uno por uno, repitió la entrañable despedida. Y retrocediendo hasta el centro del círculo que formaban los íntimos, desapareció fulminantemente. Tras unos minutos de confusión, los discípulos emprendieron el regreso a Nahum.


DÉCIMA QUINTA APARICIÓN

Fecha: abril 29 del año 30 (sábado)
Hora: Hacia la hora nona (Quince horas)
Testigos: Los once discípulos, el joven Juan Marcos, la Señora, parte de la familia de los Zebedeo, alrededor de quinientos vecinos de las localidades próximas y quien esto escribe.
Lugar: Playa de Saidan.
Duración: Quince segundos aproximadamente.

Convocados por Simón Pedro para hablarles sobre el resucitado de Galilea, hacia las 14 horas, comenzó a registrarse un lento e ininterrumpido fluir de hombres, mujeres y niños. Aquellas gentes -en su mayoría- eran sencillos felah,(campesinos, trabajadores, artesanos) y un buen número de am-ha-arez (la escoria del pueblo, semidesnudos). Aquello -más que una reunión de carácter religioso- era una festiva jornada «de campo o de playa». A nadie parecía preocuparle la prometida aparición de los discípulos del rabí. Los niños jugaban, las mujeres asaban tilapias, los hombres pendientes de las fogatas. etc. etc.

Y así continuó la «fiesta» hasta que, poco antes de la hora nona (las tres), Pedro apareció en primer lugar.  Se detuvo unos instantes inspeccionando el gentío. Y con voz ronca se dirigió a los presentes, recordando quién era el Hijo del Hombre. Pedro, les hizo ver que «sólo había un camino: Imitar al Resucitado».
Y tras cincuenta minutos de discurso, con un público embelesado y rendido, Simón Pedro cerró la alocución con un audaz acto de fe:  -” Y afirmamos que Jesús de Nazaret no está muerto. Y declaramos que se ha levantado de la tumba. Y proclamamos que le hemos visto y hemos hablado con Él.

De repente sucedió «algo» que, obviamente, nadie esperaba. Las gentes, atónitas, no reaccionaron. Recuerdo que el viento cesó. Y lo hizo bruscamente y a destiempo. Las fogatas - «alimentadas» por una fuerza invisible- estiraron sus lenguas de fuego. Pero fue un crepitar silencioso. En realidad, «todo» era silencio. Un inmenso y antinatural silencio. Sin embargo, el oleaje batía la costa. Y en aquel atronador silencio, en el centro de la barca, surgió una alta figura. Vestía una larga túnica blanca, sin manto, con los brazos desmayados a lo largo del «cuerpo». De improviso, las gentes retrocedieron. Algunos tropezaron y cayeron. No escuché exclamaciones. El movimiento -provocado por el miedo- fue igualmente silencioso. Y durante unos instantes sus ojos se pasearon por la desconcertada y temerosa concurrencia.

Y abriendo los finos labios, con su templada, vigorosa y acariciante voz, exclamó: 

« Que la paz sea con vosotros... » «... Mi paz os dejo. »

E instantáneamente dejé -dejamos- de verle. Sencillamente se volatilizó. Y sin intervalo alguno, con el eco de la última frase en mi cerebro, todo recuperó la normalidad.


DÉCIMA SEXTA APARICIÓN

Fecha: mayo 5 del año 30 (viernes)
Hora: Primera vigilia de la noche (hacia las 21 horas).
Testigos: El anfitrión (Nicodemo), los once discípulos y alrededor de setenta seguidores del Maestro, entre los que se encuentran mujeres y griegos.
Lugar:  Patio a cielo abierto en la casa de Nicodemo (Jerusalén).
Duración: Unos cuatro minutos.

A la media hora de iniciada la reunión, un «Hombre» se presenta de improviso entre ellos. Es reconocido de inmediato. Y Jesús, según las informaciones que obran en mi poder, les dice:

 “La paz sea con vosotros... He aquí el grupo más representativo de creyentes, embajadores del reino, discípulos, hombres y mujeres, al que he aparecido desde que me liberé de la carne. Os recuerdo ahora lo que os anuncié tiempo atrás: “Que mi estancia entre vosotros terminaría.  Os manifesté que tenía que volver junto al Padre. También os expuse claramente cómo los sacerdotes principales y los líderes de los judíos me entregarían para ser condenado a muerte. Pero también os dije que me levantaría del sepulcro…Entonces, ¿cuál es la razón de vuestro desconcierto? ¿Por qué tanta sorpresa cuando, al tercer día, resucité? No me creísteis porque escuchasteis mis palabras sin entenderlas.» Ahora, por tanto, prestad atención para no caer de nuevo en el error de oírme con la mente, ignorándome con el corazón.

» Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podéis acceder al conocimiento de ese gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...» ¡Dios os ama!... Y es un hecho que sois sus hijos...» Por la fe en mis palabras, esto se convierte en una verdad eternamente viva en vuestros corazones. «Cuando, por esa fe viva, os hagáis conscientes de ese Dios y de cuanto afirmo, entonces habréis nacido como hijos de la luz y de la vida. Y yo os prometo que seguiréis ascendiendo y que encontraréis al Padre en el Paraíso... «Debéis marchar, predicando el amor de Dios y el servicio a los hombres».  Lo que el mundo necesita es saber que todos son hijos del Padre y que, gracias a esa fe, pueden conocer y experimentar esa noble verdad.

 Mi encarnación debería ayudar a comprender que los hombres son hijos del cielo, pero sé también que, sin la fe, no es posible alcanzar el auténtico sentido de esa revelación. Ahora, aquí, estáis compartiendo la realidad de mi resurrección. Pero esto no tiene nada de extraño. Yo tengo el poder para sacrificar mi vida... y para recuperarla. Es el Padre quien me otorga ese poder... Más que por esto, vuestros corazones deberían estremecerse por la realidad de esos muertos de una época que han emprendido la ascensión eterna poco después de que yo abandonara la tumba de José de Arimatea. He vivido para mostraros cómo, con amor, podéis revelar a Dios a vuestros semejantes. El hecho de amaros y serviros ha sido una revelación. Si he permanecido entre vosotros como el Hijo del Hombre ha sido para que lleguéis a conocer esta gran verdad: ¡sois hijos de un Dios! Id, pues, y gritad este evangelio.

«Amad como yo os he amado. Servid como yo os he servido. «Habéis recibido con generosidad... Sed, pues, generosos. «Quedaos en Jerusalén hasta que vaya al Padre y os envíe el Espíritu de la Verdad. Él, después, os conducirá a una verdad más extensa y os acompañará por todo el mundo.
«Siempre estaré con vosotros...» Os dejo mi paz.»

Dicho esto, el «Hombre» desaparece.


DÉCIMA SÉPTIMA APARICIÓN

Fecha: mayo 13 del año 30 (sábado)
Hora: Hacia la décima (16 horas)
Testigos: Alrededor de setenta y cinco samaritanos, fieles seguidores del Maestro
Lugar: Cerca del pozo de Jacob (ciudad de Sicar, en Samaría).
Duración: Tres minutos

Mientras comentan las noticias sobre la resurrección, el rabí aparece ante ellos. Todos lo identifican. El texto, con las palabras del Resucitado, es enviado igualmente a la casa de los Marcos. Decía así:

«La paz sea con vosotros... Estáis gozosos al saber que soy la resurrección y la vida. Pero nada de esto os servirá si antes no nacéis del espíritu y encontráis a Dios. Si llegáis a ser hijos del Padre por la fe..., nunca moriréis. «El evangelio del reino os enseña que todos los hombres son hijos de Dios. Pues bien, es preciso que esta buena nueva sea extendida por todo el mundo. Ha llegado la hora... Ya no deberéis adorar a Dios en el monte Gerizim o en Jerusalén, sino allí donde os encontréis. Allí donde estéis..., en espíritu y en verdad. 

Es vuestra fe la que salva el alma. La salvación es una gracia de Dios para todos aquellos que se consideran sus hijos. Pero no os equivoquéis. Aun cuando la salvación es un regalo del Padre, ofrecido a cuantos lo desean por la fe, es menester rendir frutos espirituales en la vida.

» La aceptación de la verdad sobre la paternidad de Dios significa que debéis hacer vuestra la segunda gran revelación: Todos los hombres son hermanos..., ¡físicamente!» Por lo tanto, si el hombre es vuestro hermano, es mucho más que vuestro prójimo. Y el Padre exige que lo améis como a vosotros mismos.

» Si el hombre pertenece, pues, a vuestra propia familia, no sólo lo amaréis con un amor fraterno, sino que lo serviréis como os serviríais a vosotros mismos. Y así lo haréis porque yo, primero, lo hice con vosotros.
» Id, pues, por el mundo, anunciando esta buena nueva a todas las criaturas de cada raza, tribu y nación.
«Mi espíritu os precederá y estaré siempre con vosotros.»

Acto seguido, ante el temor y la perplejidad de los samaritanos, el Resucitado desaparece.


DÉCIMA OCTAVA APARICIÓN

Fecha: mayo 16 del año 30 (martes)
Hora: Poco antes de las 21 horas
Testigos: Los emisarios no consiguen ponerse de acuerdo. Algunos mencionan cincuenta. Otros hablan de un centenar de gentiles, todos ellos conocedores de las enseñanzas de Jesús.
Lugar:  Ciudad de Tiro (Costa de Fenicia)
Duración: Entre cuatro y cinco minutos

En el instante de la aparición discuten sobre la pretendida vuelta a la vida del Galileo. Al presentarse súbitamente ante ellos, casi todos lo reconocen.

 «Es un "Hombre" normal y corriente.» Éstas son las palabras del Resucitado:

«La paz sea con vosotros...» Os regocijáis al saber que el Hijo del Hombre ha resucitado de entre los muertos. Así sabéis que vosotros, al igual que vuestros hermanos, también venceréis a la muerte.  Pero para alcanzar esa supervivencia es preciso que, previamente, hayáis nacido del espíritu que busca la verdad y hayáis descubierto al Padre. El pan y el agua de la vida se otorgan únicamente a los que tienen hambre de verdad y sed de Dios. No os confundáis... Que los muertos resuciten no constituye el evangelio del reino. Estas cosas sólo son el resultado, una consecuencia más, de la fe en la buena nueva.  Forma parte del evangelio y de la sublime experiencia de aquellos que, por la fe, se convierten en hijos de Dios... pero recordad..., no es el evangelio.

» Mi Padre me ha enviado para difundir esta noticia: ¡todos sois hijos de ese Dios!» Así, pues, yo os envío lejos, para que prediquéis esta salvación.» La salvación es un don de Dios, pero los que nacen del espíritu demuestran los frutos inmediatamente, a través del servicio a sus semejantes. Éstos son esos frutos: Servicio amoroso, abnegación desinteresada, fidelidad, equilibrio, honradez, permanente esperanza, confianza sin reservas, misericordia, bondad continua, piadosa clemencia y paz sin fin.

Si los creyentes no aportan estos frutos en su vida diaria..., ¡están muertos! El espíritu de la Verdad -no os engañéis- no reside en ellos.  Son sarmientos inútiles de una viña viva y, a no tardar, serán podados.

»Mi Padre exige que todos los hijos de la fe rindan un máximo de frutos. Si vosotros sois estériles, Él cavará alrededor de las raíces y cortará las ramas inútiles.

Ésta es la gran verdad: Conforme avancéis en el reino de los cielos, esos frutos deberán ser más cuantiosos. Podéis entrar en el reino como un niño, pero os aseguro que mi Padre solicitará que alcancéis, por la gracia, la plenitud de un adulto.

Estad tranquilos... Cuando salgáis a proclamar esta buena nueva, yo os precederé y mi Espíritu de la Verdad habitará en vosotros.» Os dejo mi paz...»

A continuación, el «Hombre» desaparece. Al día siguiente -según los emisarios que trajeron la noticia- aquellos gentiles (tirios y sidonios en su mayoría) se lanzaron valientemente a las calles, llenando de estupor a los habitantes de Tiro, Sidón, Antioquía y Damasco.


DÉCIMA NOVENA APARICIÓN

Fecha: mayo 18 del año 30 (jueves)
Hora: 6:30 horas
Testigos: Los íntimos (once), María Marcos, Rodé, una de las sirvientas, y quien esto escribe.
Lugar:  Estancia superior de la casa de los Marcos, en la Ciudad Santa
Duración: Una hora y veinte minutos aproximadamente.

María Marcos dispuso dos grandes bandejas de madera y en ellas, el desayuno de los once. Le supliqué que me permitiera ayudarla. Cedió con una sonrisa y me pasó la bandeja.
Y cruzando el patio, se dirigió a las escaleras que conducían a la planta superior. A mi espalda, con las restantes colaciones, Rode, una de las sirvientas.
La dueña batió palmas, anunciando el nuevo día y la leche caliente.  En ese instante me vine abajo. ¿Cómo reaccionaría el Zebedeo al descubrir mi presencia? No lo pensé dos veces. Y tratando de evitar nuevos y desagradables enfrentamientos, recuperé la bandeja y, dando media vuelta, me encaminé hacia la salida.

Y entre la penumbra, cuando me encontraba a dos pasos de la puerta apareció aquel «Hombre». La verdad es que casi tropecé con él. Y aturdido, al excusarme e intentar rodearlo, me habló en voz baja. Estupefacto, la bandeja resbaló entre mis dedos, cayendo con estrépito sobre el piso. Y el «hombre», sonriendo, se inclinó. Recogió la pieza y, al entregármela, susurró: -Tampoco es para tanto...

Y rebasándome se dirigió al centro de la sala. ¿Cómo explicarlo? Sencillamente, me quedé atornillado al suelo y mirando a la puerta. Y a mis espaldas sonó un grito. Y la segunda bandeja corrió la misma suerte. Murmullos. Pasos precipitados. Uno o dos «sofás» que caen y, al fin, un nombre...¡Maestro!
Y con el vello erizado, giré sobre los talones. Aquel Hombre volvió a agacharse. Tomó la bandeja de Rode y tuvo que insistir para que la aterrorizada muchacha terminara de agarrarla. -Era Él.... de nuevo!

Manto color vino fajando el atlético tórax. Túnica blanca, inmaculada, de amplias mangas...El Resucitado miraba al grupo de los íntimos. Los once hombres, espantados, apelotonados en una esquina, contrastaban dramáticamente con la estampa de las mujeres. ¡Era Él..., de nuevo!

Parpadeó y el sereno semblante se iluminó con aquella acogedora y dulce sonrisa. Y tendiendo las manos hacia adelante agitó los dedos, animando a los suyos a que se acercaran. Pero nadie reaccionó.
Y al reforzar la sonrisa, una blanca e impecable dentadura animó el claroscuro del cenáculo y de los corazones.  Y los once, eufóricos, entre lágrimas, risas, hipos y empujones, besaron y se disputaron las manos del Galileo. Emocionado, sentí envidia. Yo también deseé besar aquellas largas y mágicas manos. Y suave pero firmemente, el Maestro fue retirándolas. Y la mano derecha se dirigió hacia las mujeres. Y la izquierda, hacia lo que quedaba de este explorador. Aquél sería un beso que jamás olvidaré...

-Que la paz sea con vosotros...

-Os pedí que permanecierais aquí, en Jerusalén, hasta mi ascensión junto al Padre...

-Y os dije que enviaría al Espíritu de la Verdad, que pronto será derramado sobre toda carne y que os conferirá el poder de lo alto...

Simón, el Zelota, se destacó en la penumbra. Y tartamudeando preguntó: -Entonces, Maestro, ¿restablecerás el reino?... ¿Veremos la gloria de Dios manifestarse en el mundo?

Pero el Maestro, girando hacia quien esto escribe, transmitió una clara y triste sensación de impotencia. Después, dirigiéndose al antiguo guerrillero, se lamentó:

-Simón, todavía te aferras a tus viejas ideas sobre el Mesías judío y el reino material... -No te preocupes, recibirás poder espiritual cuando el Espíritu haya descendido sobre ti...

Y el Maestro, alzando los brazos ligeramente, abrió las manos e intentó despabilar a los equivocados galileos. Y su voz vibró.

 -Después marcharéis por todo el mundo predicando esta buena noticia del reino. Así como el Padre me envió, así os envío yo ahora...- ¡Y deseo que os améis y tengáis confianza los unos en los otros! 

Y los once, con una sola voz, replicaron con un decidido «Sí, Maestro». 

-Judas ya no está con vosotros porque su amor se enfrió y porque os negó su confianza...- ¿No habéis leído en las Escrituras que «no es bueno que el hombre esté solo»? Ningún hombre vive para sí mismo. Todo aquel que quiera tener amigos deberá mostrarse amistoso.  ¿Acaso no os envié a enseñar de dos en dos, con el fin de que no os sintierais solos y de que no cayerais en los errores y sufrimientos que provoca la soledad? También sabéis que durante mi encarnación no me permití estar a solas por largos períodos. Desde el principio tuve siempre a mi lado a dos o tres de vosotros..., incluso cuando hablaba con el Padre...- ¡Confiad, pues, los unos en los otros! 

Y de pronto, con el tono desmayado, sin disimular un punto de amargura, concluyó:

 Y esto es hoy mucho más necesario porque vais a quedar solos...

Y los rostros se enturbiaron. Y los murmullos redoblaron como un presagio. 

-La hora ha llegado... -Estoy a punto de regresar cerca del Padre...

 Les indicó que lo siguieran. Dio media vuelta y con los ojos bajos caminó hacia la puerta.  Lo vimos alejarse y descender por la escalera. Y una vez más fueron las mujeres las que tiraron de aquel pelotón de perplejos e inútiles hombres. Eran las siete horas... Fui el último en abandonar el lugar. Y confundido, me lancé tras el grupo, manteniendo una discreta y prudencial distancia.  El Maestro, en cabeza, caminaba con sus características grandes zancadas. Parecía tener prisa.

Jesús dio unos pasos y se asomó a la ladera, contemplando la ciudad. Y la luz, despegando desde los perfiles de Moab, bañó aquel rostro. No podía creerlo. Lo tenía a la vista, sí. Le había escuchado, sí. Y a pesar de todo..., me costaba entenderlo. ¿Muerto? No, aquél era un ser humano..., ¡vivo! ¡Vivo! ¡Dios mío! Y como si hubiera leído en mi corazón, buscó la mirada de este atormentado explorador y revalidó el pensamiento capital con una media sonrisa: «Un ser humano..., ¡vivo!». Y regresando junto a los suyos se dispuso a hablarles. Los íntimos imitando  a Pedro, se arrodillaron  frente a Él. Yo, con un nudo en la garganta, permanecí de pie.

-Os he pedido que permanecierais en Jerusalén hasta que recibáis el poder de lo alto.
» Ahora estoy a punto de despedirme de vosotros y ascender junto al Padre. Y pronto, muy pronto, enviaremos al Espíritu de la Verdad a este mundo donde he vivido...

Los discípulos, sin comprender, le miraban como niños.

-Y cuando Él llegue, difundiréis el evangelio del reino. Primero en Jerusalén. Después... Y desplazando el rostro hacia este explorador, me salió al encuentro. Me estremecí. -Después..., por todo el mundo.

Y la voz se tensó. Y repitió, traspasándome: - ¡Por todo el mundo! En ese instante lo supe. Aquella mirada de halcón me abrió el alma. Y descendiendo sobre los once, dulcificando tono y semblante, continuó:

 -Amad a los hombres con el mismo amor con que os he amado. Y servid a vuestros semejantes como yo os he servido. 

Y recorriendo todas y cada una de las caras de los angustiados discípulos, añadió: 

-Servidlos con el ejemplo...enseñad a los hombres con los frutos espirituales de vuestra vida. Enseñadles la gran verdad... -Incitadlos a creer que el hombre es un hijo de Dios. -¡Un hijo de Dios! -El hombre es un hijo de Dios y todos, por tanto, sois hermanos. 

Y levantando el rostro cerró los ojos. Y se bebió el azul del cielo. Y al abrirlos 

-Recordad todo cuanto os he enseñado y la vida que he vivido entre vosotros...

Y adelantándose, fue a posar las manos sobre la cabeza de los atónitos galileos. 

-Mi amor os cubrirá.

La frase fue repetida once veces. Mejor dicho, doce; porque, al concluir, avanzó hacia quien esto escribe y al llegar a mi altura, en un gesto típico, depositó las manos sobre mis hombros. Y susurró:

 -Mi amor os cubrirá...- ¡Hasta muy pronto!

Con un certero guiño de complicidad me ahogó en una sonrisa y dando media vuelta, dirigiéndose de nuevo a sus íntimos, concluyó: 

-Y mi espíritu y mi paz reinarán sobre vosotros. 

Y alzando los brazos gritó: 

- ¡Adiós! 

Y súbitamente desapareció. Y lo hizo en un impecable silencio. Podían ser las siete horas y cincuenta minutos...


Fuente: CABALLO DE TROYA J.J BENÍTEZ



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