domingo, 5 de agosto de 2018

LAS BIENAVENTURANZAS


EL SERMÓN  DE LA MONTAÑA

Domingo 12 de enero, año 27, hora quinta (once de la mañana).

Recién llegado del yam, el Maestro reunió a los doce e hizo un gesto para que me uniera a ellos.

Desembarcamos  en  Nahum  y,  en  silencio,  dejamos  atrás  la  población, dirigiéndonos hacia el oeste. Al poco ascendíamos por una colina.

El cielo se nubló, de repente. Y empezó a soplar el viento. Procedía del oeste. Llegó fuerte y silbante.

Los  discípulos  hacían  comentarios,  pero,    nadie  conocía  las intenciones del Maestro.

Felipe era el que más renegaba. No llevábamos comida, ni agua, ni tampoco unos capotes con los que cubrirnos en caso de lluvia; Pero el Galileo sabía…Siguió ascendiendo hacia la cima. Y a las 13 horas alcanzamos la cumbre.

Bartolomé respiraba con dificultad. Jesús dejó que sus hombres se recuperasen. Y solicitó que los discípulos se sentaran en la hierba.

 Formaron un círculo en torno a Él. Yo permanecí en pie, por detrás del citado círculo. Miró a los discípulos, uno por uno, y lo hizo con especial ternura. Yo también recibí el regalo de aquella mirada, color miel.

Observé el cielo. Las nubes densas, no presagiaban nada bueno. No tardaría en llover.

Finalmente, el Hijo del Hombre, apartando los cabellos del rostro, anunció:

—Ha llegado la hora… Deseo proclamaros mis embajadores…

Los íntimos se miraron unos a otros. Pedro sonrió, pero creo que no entendió el alcance de las palabras del Galileo. Y Jesús continuó:

—Hermanos míos, ha llegado la hora del reino… Os he traído aquí para que sintáis, de cerca, la presencia de Ab-bā.

Me miró fugazmente.

—… A partir de hoy seréis distintos… Quiero que proclaméis mi mensaje con fidelidad…

Se detuvo unos segundos, e insistió:

—Quiero que proclaméis el mensaje del Padre con fidelidad. En especial cuando yo no esté.  Olvidad los asuntos terrenales.  Olvidad las rivalidades. Olvidad quién es más y quién es menos. Todos sois superiores a todos… No lo olvidéis… Sois hijos de un Dios.

Se detuvo de nuevo. También el viento se quedó quieto, expectante.

—¡Sois inmortales por expreso deseo de Ab-bā! ¡Sois inmortales, hagáis lo que hagáis, y penséis lo que penséis…!

Los discípulos le miraban, incrédulos.

—Olvidad prohibiciones. Olvidad dogmas. Olvidad la política… 

Cruzamos otra mirada. Yo sí comprendí…

—¡Olvidadme, incluso! ¡Olvidad mi persona, si lo deseáis, pero no dejéis que el olvido ahogue el mensaje del Padre!

Pedro y Juan Zebedeo protestaron por lo bajo.

—Nunca te olvidaremos, Maestro…

 Efectivamente, no entendieron al galileo.

—¿Y cuál es ese mensaje?

Jesús lo había repetido decenas de veces. Pero volvió sobre ello:

—El  Padre  no  es  lo  que  dicen…  ¡Sois  sus  hijos!  ¡Sois  inmortales  por naturaleza! ¡Sois hermanos! ¡Hay una esperanza! A eso he venido: despertad a los dormidos, hablad de  la  inmortalidad a  los que  sufren la  oscuridad de  la ignorancia, liberad a los oprimidos de espíritu, cargad los corazones de alegría, respetad todas las opiniones, no vendáis…

El rostro de Jesús se iluminó.

—Este reino invisible y alado del que os hablo es el reino que  añora  la humanidad, desde siempre y  para siempre… En verdad os digo que ese reino llegará. Vosotros, ahora, sois los primeros heraldos. No os apartéis de  lo que predico…

Pedro estalló:

—¡Nunca, rabí! ¡Jamás nos apartaremos!

—Buscad el nuevo reino en vuestras mentes y el resto llegará por añadidura.

—En verdad os digo que ese reino está tan cerca que uno de vosotros no morirá hasta que no lo haya visto…

—Y cuando me haya ido: difundid mi mensaje…

El Maestro prosiguió. Solicitó a los discípulos que se colocaran de rodillas, y así lo hicieron. Acto seguido, en mitad de un sonoro silencio, elevó el rostro hacia las nubes, entornó los ojos y murmuró algo, al tiempo que alzaba los brazos y presentaba las palmas de las  manos. No alcancé a oír.

Instantes después, el Hijo del Hombre caminó hacia Judas Iscariote, colocó las manos sobre la cabeza de éste y, sin tocar los cabellos, dejó que corrieran los segundos. El silencio siguió tronando. Algunos discípulos, intrigados, levantaron la vista con disimulo, contemplaron la escena, y volvieron a bajar los ojos.

Y el Maestro empezó a cantar. Fue un cántico suave, melodioso, y lleno de misterio.

—Cuando regrese…, querido Judas, tu dignidad será restablecida…

El  Iscariote  se  removió,  inquieto.  No  comprendió.  Nadie  entendió.

Jesús se  dirigió a  Tomás. Situó las manos sobre la  cabeza  del discípulo y volvió a entonar un cántico, al tiempo que dirigía los ojos al cielo:

—Cuando regrese…, querido Tomás, tú serás el profeta…

Después pasó al primero de los gemelos, y volvió a cantar:

—Cuando regrese…, querido Jacobo, tú serás… 

Cuarto discípulo: el segundo gemelo.

—Cuando regrese…, querido Judas, tú anudarás los pactos…

A continuación llegó frente a  Simón, el Zelota, y  repitió la  imposición de manos, cantando:

—Cuando regrese…, querido Simón, nada permanecerá oculto…

Mateo fue el siguiente:

—Cuando regrese…, querido Mateo, el mundo será del Padre…

—Cuando regrese…, querido Bartolomé, lo valioso flotará a simple vista…

 Y le tocó el turno al intendente:

—Cuando regrese…, querido Felipe, habré vencido para siempre…

 Se dirigió al siguiente. Santiago de Zebedeo dejó hacer a su amigo. Jesús colocó las largas manos sobre la cabellera del «hijo del trueno» , alzó la mirada hacia las nubes, y volvió a sus cánticos. Una fuerte tronada se desplomó sobre la colina. No logré oír al Galileo. Y empezó a llover,  mansamente.

Jesús  permaneció  con  el  rostro  encarado  a  los  cielos.  Y  el  agua  fue iluminándolo. El Maestro no parecía tener prisa. Se desplazó hacia Juan Zebedeo y repitió la imposición. Esta vez sí oí:

—Cuando regrese…, querido Juan, el mundo será anclado en la luz..

Y el rabí se colocó frente a Simón Pedro..

—Cuando regrese…, querido Pedro, tú me precederás…

Pedro miró a su alrededor, buscando que alguien le explicara. Nadie lo hizo. Nadie supo de qué hablaba el Maestro.

Y llegó frente a Andrés. Situó las manos sobre la cabeza del primero de los seleccionados y cantó, feliz:

—Cuando regrese…, querido Andrés,  no  habrá   palabras,  ni  tampoco explicaciones…

Y el Maestro, con las ropas y el cabello chorreantes, salió del círculo y se dirigió a quien esto escribe. Fue instantáneo. Supe lo que iba a hacer. Me arrodillé e incliné la cabeza. Y el Galileo situó las manos muy cerca de mis blancos cabellos. Noté la energía que emanaba de aquel Hombre. Y le oí cantar, con ímpetu:

—Cuando regrese…, querido mal’ak, la noche se retirará y  seré venerado como el Divino…

No sé explicar lo que sucedió. Contaré, simplemente, lo que vi y lo que sentí. En esos instantes, al finalizar el misterioso cántico, todo se  volvió azul: la lluvia, la colina, las nubes, las ropas, los rostros…Pudo durar cinco segundos. Todo era azul…

Dejé de oír los truenos, dejé de oír el viento, y  el ruido de la lluvia… Y experimenté una indescriptible sensación de paz y  de ingravidez. Todo parecía flotar   a   mi   alrededor,   empezando   por      mismo,   y   por   mis   propios pensamientos. Después lo supe. Todos vieron la luz azul y todos tuvieron la misma sensación de paz. Y recordé las palabras del Hijo del Hombre: «… Os he traído aquí para que sintáis, de cerca, la presencia de Ab-bā».

Instantes después, el azul desapareció. Dejó de llover. Los discípulos se miraron, desconcertados. Las ropas estaban secas. ¿Cómo era posible? Y todos se abrazaron…

Nadie sabía qué había ocurrido, pero se sentían bien, empezando por este atónito explorador. Quizá fuera la hora nona (tres de la tarde).

El Hijo del Hombre dejó que los discípulos se tranquilizaran, y habló así:

—Ahora,   amigos   míos,   ya   no   sois   como   los   demás…   Ahora   sois embajadores de un Reino Invisible y Alado… Debéis comportaros como tales… Sois  como  esos  seres  maravillosos  que  conocen  la Gloria  del  Padre  y,  sin embargo, renuncian a ella, y acuden en auxilio de las criaturas del tiempo y del espacio…

Por supuesto, los doce seguían con las miradas extraviadas. No comprendían. Y el Señor continuó:

—Algunas de las cosas que estoy a punto de desvelaros os parecerán duras… Es la ley del nuevo reino: nada se consigue durmiendo…

»En breve os enviaré para que retiréis la venda de los ojos del mundo… Atended mi mensaje: ¡fuera el miedo!… ¡El que hace la voluntad de Ab-bā no volverá a caminar en tinieblas!»

 Cuando encontréis a mis hijos afligidos, habladles con ánimo y decidles:

»Bienaventurados los que saben leer el arco iris, porque ellos están en el camino.

»Bienaventurados los que son perseguidos por causa de su rectitud, porque de ellos es el reino de los cielos.

»Bienaventurados  los  que  viven  la  soledad  del  alma,  porque  ellos  han recorrido la mitad del camino.

» Bienaventurados los pacificadores, porque  ellos serán llamados hijos de Dios.

»Bienaventurados los que no temen, porque ellos han hallado a Dios en su mente.

»Bienaventurados seréis cuando os maldigan y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, falsamente, porque grande será vuestra recompensa en el reino.

»Bienaventurados los que saben, y callan, porque ellos serán ensalzados…, algún día.

»Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia.

»Bienaventurados los que eligen nacer en la imperfección, porque ellos serán doblemente recompensados.

»Bienaventurados los que sufren el luto, porque ellos serán consolados.

»Bienaventurados los buscadores de  la  verdad, aunque  no la  encuentren, porque ellos serán recompensados con la búsqueda.

»Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán el Espíritu.

»Bienaventurados los que no buscan felicidad, porque ellos serán hallados por la felicidad.

»Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios mucho antes.

»Bienaventurados los que no mienten, porque a ellos no les importa que los engañen.

»Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra como heredad.

»Bienaventurados los que se entregan a la voluntad de Ab-bā, porque habrán encontrado la verdad.

»Bienaventurados los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán saciados.

»Bienaventurados los que se aman a sí mismos, porque habrán empezado a amar a los demás.

»Bienaventurados los humildes, y los pobres de espíritu, porque de ellos son los tesoros del reino.

»Bienaventurados los que desaprenden, porque ellos renacen.

Y el Maestro continuó hablando.

«Vosotros sois la  sal de  la  tierra… No perdáis nunca  la  curiosidad ni la confianza…»

«Vosotros sois la luz del mundo… Una ciudad asentada en un monte no se puede   esconder…   Brillad   e   iluminad   a   las   gentes…   Que   digan:   son especiales…».

«Os envío al mundo para que me representéis pero, sobre todo, para que gritéis mi mensaje: el hombre es hijo de un Dios».

«Confiad en el Padre. No resistáis las injusticias por la fuerza. No os vendáis al poder… Si vuestro prójimo os golpea en la mejilla derecha, poned también la izquierda… Sufrid antes que pleitear entre vosotros…».

«No utilicéis el mal contra el mal… No respondáis a  la  injusticia con la venganza».

«Y yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os ultrajan».

«Y haced todo aquello que creáis que yo haría por vosotros».

Se detuvo unos segundos. Contempló a los doce y, alzando la voz, reiteró:

«¡Sois hijos de un Dios!… Se os ha entregado la luz. Regaladla, de la misma forma que vosotros la habéis obtenido gratuitamente».

«No vendáis. Limitaos a mostrar… Que cada cual decida».

Me buscó con la mirada y proclamó:

«Es más importante insinuar que convencer… Dejad que el Padre haga su trabajo»

«No cometáis el error de quitar la mota del ojo de vuestro hermano cuando hay  una  viga  en el vuestro. Retirad primero la  viga  para  poder  despejar  la mota…»

«Vivid sin miedo. Junto al Padre nada os faltará. No temáis. Él está dentro, en vuestras mentes…».

«Habéis oído que se ha dicho: “Si el ciego conduce al ciego, ambos caerán al abismo”.  Si queréis guiar a otros hacia el reino invisible y  alado de mi Padre debéis caminar en la luz… Escuchad mis palabras y, sobre todo, mantenedlas cuando yo me haya ido».

«No perdáis el tiempo con los que no desean oír… No arrojéis lo santo a los perros… No echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después os despedacen».

«Estad atentos. Muchos falsos profetas vendrán a  vosotros vestidos como corderos. Son lobos…».

«Por  sus frutos los conoceréis… Lo importante  no es lo que  dice  el ser humano, sino lo que hace».

Respiró hondamente y concluyó:

«Más  aún:  lo  importante  ni  siquiera  es  eso.  Lo  importante  es  lo  que siente…»



Yo sentí admiración y gratitud.


Ahí terminó la enseñanza. A una señal del Maestro, los doce se levantaron y descendieron la «colina de las bienaventuranzas».



Fuente: CABALLO DE TROYA