CUARTA Y ÚLTIMA SEMANA EN EL HERMÓN



__Fue la más dura. La más tensa y angustiosa. Fue, prácticamente, una semana sin Él. Es curioso. Teóricamente -según las normas- éramos meros observadores de otro «ahora». Caballo de Troya lo prohibía terminantemente: nada de afectos, nada de lazos con los naturales de aquel tiempo histórico. Pues bien, no lo conseguimos. Jesús de Nazaret nos atrapó. Aquel Hombre-Dios se coló en nuestros corazones y, sencillamente, le amamos. Poco importó la operación. Nunca nos arrepentimos. Fue por esto que aquellos postreros días en la cumbre de la montaña santa representaron un suplicio extra. Y no porque el Maestro, o nosotros, sufriéramos percance alguno, sino, justamente, como digo, por su repentina salida del mahaneh.
Según consta en mi diario, sucedió al amanecer del domingo, 9 de septiembre. El Galileo nos reunió y, con el rostro severo, anunció:

JN__ Escuchad atentamente. Ahora debo dejaros por unos días. Es preciso que siga ocupándome de los asuntos de mi Padre...

__ Nos alarmamos. Ni el tono ni el semblante eran los habituales. Parecía preocupado. Muy preocupado...

JN__ ...Esperad tranquilos.

__ Y concluyó con unas palabras que no entendimos:

JN__...Es la hora del rebelde y del príncipe de este mundo... Punto final.

__ Le vimos cargar algunas provisiones, tomó su manto color vino y, sin despedirse, desapareció entre los cedros, rumbo a los ventisqueros.

__ ¿Qué sucedía? ¿A qué obedecía aquel brusco cambio? Unas horas antes, mientras departíamos al amor del fuego, el Maestro se había mostrado alegre y comunicativo. Eliseo y yo discutimos. Pasamos horas intentando despejar el enigma. ¿Éramos los responsables de la súbita partida? ¿Qué habíamos hecho? ¿Qué pudimos decir para que, a la mañana siguiente, se mostrara tan grave y distante?


Domingo 16 de septiembre año 25


__ Sería, poco más o menos, la hora «nona» (las tres de la tarde).

__ ¡El Maestro!

__ Era un Jesús distinto. Radiante. La habitual y penetrante luz de sus ojos aparecía ahora multiplicada. Aquella estampa nada tenía que ver con la del Galileo que nos había dejado una semana antes. Más aún: la luminosidad era infinitamente más acusada que la irradiada durante toda la estancia en el Hermón.

J__ ¿Qué ocurrió en los ventisqueros?

__ El rabí sonrió al fin y, señalando las hormigas que empezaban a correr por brazos y túnicas, exclamó socarrón:

JN__ ¡Vaya par de ángeles! No os puedo dejar solos. Un día más y acabáis con mi reino...

__ Acto seguido, abrazándonos, susurró:

JN__ Se ha hecho la voluntad de Ab-bá... Ahora soy yo el Príncipe de este mundo.

__ Esa misma noche -la última en el Hermón-, cálido y eufórico, explicó el porqué de su repentino y dilatado aislamiento en la cumbre de la montaña santa. La cena, aunque frugal, resultó divertida, como siempre. El «cocinero-jefe» se hallaba feliz y se esmeró, echando mano de otra receta familiar: tortilla con miel, al estilo de la Señora, la de «las palomas». Y al final, el brindis favorito del Maestro:

JN__ Lehaim! _ ¡Por la vida! _

__Y el Galileo, ansioso por compartir su aventura en la soledad de las nieves, inició así sus aclaraciones:

JN__ Os contaré un cuento...» Hace tiempo, mucho tiempo, el gran Dios encomendó a uno de sus Hijos la creación de un nuevo universo. Y ese Hijo construyó un magnífico reino, repleto de estrellas y mundos. Era un universo inmenso. »Y aquel Hijo gobernó con amor y sabiduría durante miles y miles de años. »Pero ocurrió algo... »Cierto día, en una apartada región, varios de los príncipes a su servicio, jefes de otros tantos mundos, decidieron rebelarse contra la autoridad del Hijo y soberano. No creyeron en su forma de gobierno e incitaron a otros príncipes próximos a manifestarse contra lo establecido. E intentaron formar su propio reino, rechazando al monarca y, en definitiva, al gran Dios. »EL Hijo, echando mano del amor y la misericordia, trató de restablecer el orden. Fue inútil. Los rebeldes, empeñados en el error, despreciaron todo intento de reconciliación. «Finalmente, ese Hijo divino tomó una decisión: viajaría de incógnito hasta los lejanos mundos de los infractores, haciéndose pasar por tan modesto carpintero. Escogió uno de los planetas y allí nació como un hombre más. Y así vivió, sujeto a la carne, y enseñando la verdad a las gentes. Les mostró quién era en realidad el gran Dios. Habló del espléndido futuro que les aguardaba y, sobre todo, recordó que eran hijos de ese maravilloso Padre.

JN__ »Pero la fama de aquel Hombre-Dios terminó llegando a oídos de los príncipes rebeldes. Y sucedió que, en cierta ocasión, cuando el carpintero oraba en lo alto de una montaña nevada, dos de los traidores se presentaron ante él, sometiéndolo a toda clase de preguntas.

«¿Quién eres...? ¿Cómo te atreves a hablar de ese Dios?... ¿Quién te envía?» Por último, convencidos de que se hallaban ante el Hijo y soberano del universo, le hicieron una proposición:

¡Únete a nosotros! Y el Hijo replicó: -«Hágase la voluntad del Padre.»

Los rebeldes, derrotados, se retiraron. Y todo el universo, pendiente de aquella entrevista, elogió la misericordia del Hijo y soberano. Desde entonces, el Dios disfrazado de hombre y carpintero ostentaría también el título de Príncipe de la Tierra.

___ Terminada la historia, el Maestro descendió a los detalles, revelando algo que, con el paso de los siglos, resultaría igualmente deformado. Esto fue lo que acertamos a intuir:

Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, en una minúscula región de su universo (en la nuestra), tuvo lugar una insurrección, más o menos similar a la expuesta en el cuento. Mejor dicho, en el supuesto cuento. Un viejo conocido de los humanos -Luzbel-, jefe de esa casi insignificante parcela de la galaxia, se alzó contra el orden establecido, protestando por el largo camino exigido para llegar al Paraíso. Al parecer, calificó esa «marcha» de «fraude total», dudando, incluso, de la existencia de Ab-bá. La rebelión, sin embargo, no alcanzó excesivo éxito. Sólo 30 o 40 mundos la secundaron. La Tierra fue uno de ellos. Pues bien, no deseando acudir a métodos más severos -a los que tenía legítimo derecho-, el magnánimo Hijo Creador de este universo optó por encarnarse y «camuflarse» entre las más modestas de sus criaturas. Justamente entre las que habitaban en uno de esos mundos en rebeldía. Y se hizo hombre. Y vivió como tal, anunciando a los infelices súbditos de los príncipes rebeldes dónde estaba la verdad y quién era Ab-bá.

Pero la naturaleza divina del humilde carpintero no pasó desapercibida para los jefes planetarios que encabezaban la insurrección. Y dos de ellos -un alto representante de Luzbel y el propio príncipe del mundo seleccionado por el Hijo divino- acudieron a su presencia. Y lo hicieron en aquellos días de septiembre y en aquel lugar. Ésta, probablemente, fue la razón del súbito ensombrecimiento del Hijo del Hombre cuando se alejó del mahaneh. Él sabía lo que le aguardaba en la soledad de los ventisqueros. Sabía que estaba a punto de ofrecer una nueva oportunidad a sus hijos descarriados. Y se sometió, dócil, a los interrogatorios y proposiciones. Pero, como decía el «cuento», sólo se sometió a la voluntad de su Padre.

Por último, estos seres no materiales -creados por el propio Hijo divino en luz y perfección- se retiraron derrotados. Y el universo de Jesús de Nazaret -según sus palabras- asistió perplejo y conmovido a la «batalla dialéctica». En esos momentos -y sigo transmitiendo sus explicaciones-, el Hijo del Hombre, por expresa voluntad de Ab-bá, fue investido como Príncipe de este mundo. Un título especialmente importante, según Él. A partir de ese suceso -afirmó-, la rebelión quedó «lista para sentencia». Al rechazar, una vez más, su misericordia, la suerte de todos ellos depende ahora de «otras instancias». Y así sigue.

Esto, ni más ni menos, fue lo acaecido en el Hermón en aquellos días. Unas jornadas trascendentales en las que, no obstante, no llegamos a percibir nada extraño, salvo la ya referida y grave actitud del Maestro. La explicación era simple: esa «batalla» no se desarrolló a nivel físico. En otras palabras: aunque lo hubiéramos acompañado a los ventisqueros, nada habríamos visto, ni tampoco oído...Como decía, no fue fácil asimilar tan intrincadas y misteriosas explicaciones. Lentamente, sin embargo, iríamos divisando una «luz» que centraría el espinoso problema y, sobre todo, que despejaría otras no menos interesantes incógnitas.

Por ejemplo, según el Maestro, una de las razones de la violencia y primitivismo de la tierra hay que buscarla, justamente, en las consecuencias de esa desgraciada rebelión. Al traicionar las leyes divinas, nuestro mundo, como el resto de los planetas que se levantó contra Ab-bá, quedó automáticamente incomunicado y sumido en la oscuridad y la barbarie. Y, «técnicamente», así continúa. Sólo cuando la «cuarentena» sea levantada, la humanidad -esta infeliz humanidad- recuperará la normalidad.

Naturalmente, le preguntamos: ¿cuándo llegará ese venturoso día? La respuesta fue rotunda:

JN__ Cuando los rebeldes sean juzgados... Pero eso no está en mis manos.

Lo que sí estaba al alcance del Hijo del Hombre era consolar e iluminar a las criaturas que padecen -y padecerán- este aislamiento. Y escogió uno de esos mundos en rebelión, sembrando la semilla de la esperanza: Ab-bá existe. Ab-bá espera. Ab-bá os ama...

__ Esa noche, cercano el lunes, 17 de septiembre, antes de retirarnos a descansar, Jesús de
Nazaret dio una última orden:

JN__ Preparaos. Mañana partiremos. La hora del Hijo del Hombre está próxima...

__Y así fue. Su hora -la de su vida pública- se acercaba. Y estos exploradores fueron testigos de excepción. Sí, la aventura acababa de empezar... FIN


Fuente/ CABALLO DE TROYA

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