sábado, 2 de mayo de 2015

EL AÑO VEINTICINCO Y VEINTISÉIS DE JESÚS

EL AÑO VEINTICINCO (AÑO 19 d. de J.C.)

Jesús era uno de los ejemplares más robustos y refinados de hombre que aparecieron en la tierra desde los días de Adán.
Su desarrollo físico era extraordinario, su mente activa, aguda y penetrante —en comparación con la mentalidad promedio de sus contemporáneos, la de Jesús alcanzaba proporciones gigantescas— y su espíritu era por cierto humanamente divino.

Jesús decidió llevar a Judá a su primera visita al templo para celebrar la pascua. Allí se encontraron con Lázaro de Betania. Mientras Jesús conversaba con Lázaro y hacía arreglos para celebrar la Pascua juntos, Judá se metió en un lío con un centinela romano, dando rienda suelta a sus sentimientos antirromanos reprimidos, que les complicó la vida a todos. Judá y Jesús fueron conducidos al instante a la prisión militar.

No estuvieron presentes en el templo para la consagración de los hijos de la ley y el  ingreso de Judá en la plena ciudadanía de Israel.
Jesús compareció ante el magistrado militar en nombre de Judá. Hábilmente supo excusar la extrema juventud de su hermano, explicando a la vez reposada y cuerdamente.
Tan sabiamente manejó Jesús el caso, que el magistrado le dijo a Jesús al despedirlos: «Haríais bien en vigilar al muchacho; es capaz de crearos grandes problemas a todos vosotros».

Sus temporadas de profunda meditación se veían interrumpidas a menudo por Ruth y sus compañeras de juego. Siempre estuvo Jesús presto a posponer la contemplación de su obra futura por el mundo y el universo, para compartir la alegría infantil, la resplandeciente felicidad de estos pequeños, que nunca se cansaban de escuchar a Jesús relatar las experiencias de sus diversos viajes a Jerusalén. Mucho también disfrutaban de sus historias sobre los animales y la naturaleza.

Los niños siempre eran bienvenidos en el taller de reparaciones. Jesús les ponía arena, bloques y piedras al costado del taller, y los niños acudían en bandadas y allí se entretenían. Cuando se cansaban de jugar, los más atrevidos espiaban las actividades en el taller y si veían a Jesús desocupado, se metían al taller diciendo: «Tío Josué, sal y cuéntanos un cuento largo». Lo tomaban de la mano, arrastrándolo hasta su piedra favorita junto a la esquina del taller y allí se sentaba él con los niños formando un semicírculo, sentados en el suelo frente a él. ¡Cuánto disfrutaban los pequeños de su tío Josué! Con él aprendían a reír, a reír de todo corazón.

Era costumbre que uno o dos de los más pequeños se encaramaran sobre sus rodillas y allí se quedaran sentados, contemplando extasiados sus rasgos expresivos mientras les narraba cuentos. Los niños amaban a Jesús, y Jesús amaba a los niños.
Para sus amigos era difícil comprender la amplitud de la gama de sus actividades intelectuales, cómo él podía pasar en forma tan súbita y completa de la discusión profunda de temas políticos, filosóficos o religiosos a la total despreocupación de los alegres juegos infantiles de esos pequeños de cinco a diez años de edad.

A medida que sus propios hermanos y hermanas crecían, él contaba con más tiempo libre, y antes de que llegaran los nietos, mucha atención les dedicaba a estos pequeños; pero él no vivió en la tierra lo suficiente, para que pudiera disfrutar por mucho tiempo de los nietos.

EL AÑO VEINTISÉIS (AÑO 20 d. de J.C.)

A comienzos de este año, Jesús de Nazaret se hizo muy consciente de la amplia gama de poder potencial que poseía. En esta época, aunque poco decía, mucho pensó sobre su relación con su Padre en los cielos. La conclusión de tanta reflexión fue expresada cierta vez en su oración en la cumbre de la colina, cuando dijo:

«Sea yo quien fuere y sea cual fuere el poder que yo pueda ejercer o no, he estado siempre y siempre estaré sujeto a la voluntad de mi Padre Paradisiaco».

Sin embargo, mientras este hombre iba y venía del trabajo a la casa y de la casa al trabajo en Nazaret, era literalmente cierto —en cuanto a un vasto universo— que «en Él se ocultaban todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento».
Concomitante con los propósitos del autootorgamiento también se dedicó Jesús a desenmarañar los complicados asuntos de este planeta, así como estaban relacionados con la rebelión de Lucifer.

Este año Jesús disfrutaba de más tiempo libre, y lo dedicó a adiestrar a Santiago en la administración del taller de reparaciones y a José en la dirección de los asuntos domésticos.
María presentía que se estaba preparando para dejarlos. Dejarlos, ¿para ir adonde? ¿A hacer qué? Ya casi había renunciado a la idea de que Jesús sería el Mesías. No podía comprenderlo; simplemente no entendía a su primogénito.

Jesús pasó gran parte de su tiempo, este año, con cada uno de los miembros de su familia. Frecuentemente salía con ellos haciendo largas caminatas por los campos y las colinas. Finalmente el día había llegado en que todos los hermanos de Jesús habían elegido sus oficios y se habían establecido en ellos.
Se estaba preparando el escenario para la partida de Jesús de su hogar. Le presentó a Santiago el título de propiedad del taller de reparaciones y formal y solemnemente abdicó al título de jefe de la casa de José y de la manera más conmovedora, instaló a su hermano Santiago como «jefe y protector de la casa de mi padre».Y le dijo: «Pero, hijo mío, yo seguiré enviándote algo todos los meses hasta que haya llegado mi hora; lo que yo envíe, tú lo usarás como lo exija la ocasión.

Así pues se preparaba Jesús para ingresar a la segunda fase de su vida adulta, en la cual se separaría de su casa, para dedicarse públicamente a los asuntos de su Padre...Continúa

Fuente: LIBRO DE URANTIA

No hay comentarios:

Publicar un comentario