sábado, 2 de mayo de 2015

EL AÑO VEINTITRÉS Y VEINTICUATRO DE JESÚS

EL AÑO VEINTITRÉS (AÑO 17 d. de J.C.)

Este año la presión financiera cedió ligeramente ya que había cuatro miembros de la familia trabajando. Miriam ganaba bastante dinero con la venta de leche y mantequilla; Marta se había convertido en una tejedora experta.

Se había pagado más de un tercio del precio de compra del taller de reparaciones. La situación era tal, que Jesús dejó de trabajar durante tres semanas para llevar a Simón a Jerusalén para la Pascua, siendo éste el período más largo de tiempo libre de los quehaceres diarios, que había disfrutado desde la muerte de su padre.
   
Viajaron a Jerusalén por el camino de las Decápolis y a través de Pella, Gerasa, Filadelfia, Hesbón, y Jericó. Regresaron a Nazaret por la ruta costera, haciendo escala en Lida, Jope, Cesarea, y de allí, bordeando el Monte Carmelo, a Tolemaida y Nazaret.

Este viaje le dio a Jesús la oportunidad de conocer bastante bien toda Palestina al norte del distrito de Jerusalén.
En Filadelfia, Jesús y Simón conocieron a un mercader de Damasco, quien gustó mucho de los jóvenes nazarenos e insistió se detuvieran con él en su centro de operaciones en Jerusalén, mientras Simón visitaba el templo, Jesús pasó la mayor parte de su tiempo conversando sobre los acontecimientos del mundo, con este hombre erudito y muy viajado.

Este mercader poseía más de cuatro mil camellos de caravana, tenía intereses en todo el mundo romano y estaba por viajar a Roma.
Le propuso a Jesús que fuese a Damasco para trabajar en su negocio de importaciones de mercancías orientales, pero Jesús le explicó que no le parecía justificable ir tan lejos de su familia en este momento; sin embargo, durante el viaje de regreso mucho pensó Jesús acerca de esas ciudades distantes y de los países aun más remotos del Lejano Occidente y del Lejano Oriente, países de los que con tanta frecuencia oía hablar a los pasajeros y conductores de las caravanas.

Mientras Simón asistía a las ceremonias pascuales, Jesús se mezclaba con las multitudes de visitantes y participaba en muchas interesantes conversaciones personales con numerosos prosélitos gentiles. Conoció a un  joven helenista llamado Esteban, junto al palacio Asmoneo, pues ambos estaban paseando por allí y Jesús comenzó una conversación casual que despertó un interés mutuo, lo cual llevó a una discusión de cuatro horas sobre el estilo de vida y el verdadero Dios y su culto.

Esteban quedó muy impresionado con lo que decía Jesús, y nunca olvidó sus palabras. Y fue éste el mismo Esteban que posteriormente se convertiría en creyente de las enseñanzas de Jesús y cuya audacia al predicar este nuevo evangelio provocó la ira de los judíos, que terminaron por apedrearlo a muerte.

Parte del extraordinario coraje de Esteban al proclamar su fe en el nuevo evangelio, provenía directamente de esa conversación anterior con Jesús; pero Esteban jamás supuso que el joven galileo con quien había conversado unos quince años antes, era la misma persona a quien él llamaría el Salvador del mundo, y por quien pronto daría su vida. Convirtiéndose así en el primer mártir de la nueva fe cristiana en evolución.

Cuando Esteban dio su vida en pago de su ataque al templo judío y a sus prácticas tradicionales, estaba presente un ciudadano de Tarso llamado Saulo. 
Al ver Saulo cómo supo este griego dar la vida por su fe, nació en su corazón la emoción que finalmente lo llevaría a abrazar la causa misma por la cual murió Esteban; más tarde se convertiría en el acometedor e indómito Pablo, el filósofo, si no el único fundador de la religión cristiana.

El domingo después de la semana de Pascua Simón y Jesús comenzaron su viaje de regreso a Nazaret.
 Simón nunca olvidaría lo que Jesús le enseñó en este viaje. Siempre había amado a Jesús, pero ahora sentía que había comenzado a conocer a su padre-hermano.
Mucho se preocupó María al oír a Simón contar que Jesús había pasado la mayor parte del tiempo en Jerusalén «conversando con los extranjeros, especialmente los que provenían de países remotos».
La familia de Jesús nunca pudo comprender su gran interés en la gente, su impulso de hablar con todos, de averiguar el estilo de vida de cada uno, y de averiguar lo que pensaba.
Esta familia nazarena estaba cada vez más enfrascada en sus problemas inmediatos y humanos; pocas veces se mencionaba la futura misión de Jesús y él mismo muy rara vez hablaba de su carrera futura.
Rara vez pensaba su madre en que él era un hijo de promesa. Poco a poco iba renunciando a la idea de que Jesús habría de cumplir una misión divina en la tierra, aunque de cuando en cuando la llama de su fe se reavivaba al recordar ella la visitación de Gabriel antes de que el niño naciera.


 EL EPISODIO EN DAMASCO

Los últimos cuatro meses de este año los pasó Jesús en Damasco, como huésped del mercader a quien conociera por primera vez en Filadelfia, cuando iba camino de Jerusalén.
Un representante de este mercader, que se encontraba de paso en Nazaret, buscó a Jesús y lo escoltó a Damasco.
Este mercader medio judío, proponía donar una cuantiosa suma de dinero para el establecimiento de una escuela de filosofía religiosa en Damasco.
Soñaba con crear un centro de estudios que pudiera rivalizar y ser superior al de Alejandría. Le propuso a Jesús que emprendiera inmediatamente una larga gira por los centros educacionales del mundo, como paso preparatorio para convertirse luego en el director de este nuevo proyecto.

Fue ésta una de las más grandes tentaciones que Jesús tuvo que enfrentar en el curso de su carrera puramente humana.
También este mercader trajo ante Jesús a un grupo de doce mercaderes y banqueros quienes habían acordado patrocinar la proyectada academia.
Jesús manifestó un profundo interés en la escuela proyectada, ayudándoles a planificar su organización, pero siempre expresó el temor de que sus otras obligaciones previas, no declaradas, le impedirían aceptar la dirección de una empresa tan ambiciosa.
Su pretendido benefactor era persistente, empleó a Jesús como traductor pago en su casa, mientras que él, su esposa, y sus hijos e hijas trataban de convencerlo de que aceptara el honor que se le ofrecía.
Pero no se dejó convencer. Bien sabía que su misión en la tierra no requería el patrocinio de ninguna institución de enseñanza; sabía que no debía comprometerse en lo más mínimo a la dirección de los «consejos de los hombres», aunque fueran éstos muy bien intencionados.

Quien fue rechazado por los líderes religiosos de Jerusalén aun después de haber demostrado su liderazgo, fue reconocido y aclamado como maestro magistral por los empresarios y banqueros de Damasco, y todo esto cuando no era aún sino un oscuro y desconocido carpintero de Nazaret.

Él jamás mencionó esta oferta a su familia; a fines de este mismo año nuevamente estaba en Nazaret, cumpliendo con sus deberes cotidianos como si no hubiera tenido que vencer la tentación de las halagadoras propuestas de sus amigos de Damasco.
Tampoco asociaron nunca estos hombres de Damasco, al futuro ciudadano de Capernaum, que tanto cambiaría el mundo judío, con el excarpintero nazareno que se había atrevido a rechazar el honor que sus fortunas combinadas podrían haberle procurado.
Con gran sagacidad e intencionalmente, Jesús se las ingenió para separar varios episodios de su vida para que estos nunca llegaran asociarse, a los ojos del mundo, como acciones realizadas por un mismo individuo.

Muchas veces, en años posteriores, escuchó el relato de esta misma historia, la crónica de un extraño galileo que declinó la oportunidad de fundar una academia en Damasco para competir con Alejandría.
Uno de los propósitos que Jesús tenía en mente al procurar la separación de ciertos aspectos de su experiencia terrenal, era prevenir la formación de una trayectoria tan versátil y espectacular, que pudiera llevar a las generaciones futuras a venerar al maestro en vez de obedecer la verdad que él había vivido y enseñado.

No quería Jesús que una imagen de actuación humana tan destacada llegara a distraer la atención de sus enseñanzas.
Muy pronto reconoció que sus seguidores estarían tentados a elaborar una religión basada en él, que tal vez habría de competir con el evangelio del reino que se proponía proclamar al mundo.
Por consiguiente, intentó en todo momento suprimir todo elemento de su extraordinaria carrera en la tierra, que según él, pudiera alimentar esta tendencia humana natural de exaltar al maestro, en lugar de proclamar sus enseñanzas.
Este mismo motivo explica también por qué permitió que le conocieran por diferentes títulos durante las distintas épocas de su diversificada vida en la tierra. Además, no quería ejercer cualquier clase de influencia sobre su familia, u otros, que pudieran llevarlos a creer en él, en contra de sus propias convicciones honestas.

Siempre rehusó aprovecharse indebida o injustamente de la mente humana.
Quería que los hombres creyeran en él sólo si el corazón de ellos respondía sinceramente a las realidades espirituales reveladas por sus enseñanzas.

EL AÑO VEINTICUATRO (AÑO 18 d. de J.C.)

Fue éste el primer año para Jesús de relativa libertad de las obligaciones familiares. Santiago, con la ayuda de Jesús en asesoría y finanzas, administraba con éxito los asuntos del hogar.
Este año vino a Nazaret un joven de Alejandría para concordar  un encuentro entre Jesús y un grupo de judíos prominentes de Alejandría, a celebrarse en algún lugar de la costa de Palestina. A mediados de junio,  Jesús fue a Cesarea para dicho encuentro. Los jóvenes le propusieron que se estableciera en su ciudad como maestro religioso, ofreciéndole como incentivo inicial la posición de ayudante del chazán de la sinagoga principal de la ciudad.

Los portavoces de este consejo explicaron a Jesús, que Alejandría estaba destinada a convertirse en el centro de la cultura judía para todo el mundo; que la tendencia helenística en los asuntos judíos sobrepasaba considerablemente a la escuela babilónica de pensamiento. Le recordaron a Jesús los sordos ecos nefastos de rebelión que corrían en Jerusalén y en toda Palestina; le aseguraron que una sublevación de los judíos palestinos equivaldría a un suicidio nacional, que la mano de hierro de Roma aplastaría la rebelión en tres meses y que Jerusalén sería destruida y el templo demolido, sin que quedara piedra sobre piedra.

Jesús los escuchó atentamente, les agradeció su confianza y al rechazar la invitación de ir a Alejandría, les dijo en esencia: “Aún no ha llegado mi hora».  Se quedaron desconcertados ante la aparente indiferencia de Jesús al honor que habían querido conferirle.
 Antes de despedirse de Jesús, quisieron entregarle una bolsa de dinero como muestra de la estima de sus amigos alejandrinos y en compensación por el tiempo y el gasto que incurrió Jesús al viajar a Cesarea para conferenciar con ellos; pero él del mismo modo rehusó el dinero, diciendo: «La casa de José no ha recibido nunca limosnas; no podemos comer el pan de otro, mientras tenga yo brazos fuertes y mis hermanos puedan trabajar».

Mientras se encontraba en Nazaret, Jesús seguía enseñando en la escuela nocturna tres veces por semana, frecuentemente leía las escrituras los sábados en la sinagoga, conversaba con su madre, enseñaba a los niños, y en general se conducía como un digno y respetable ciudadano de Nazaret dentro de la comunidad de Israel...Continúa

Fuente: LIBRO DE URANTIA

EL AÑO VEINTICINCO Y VEINTISÉIS DE JESÚS

EL AÑO VEINTICINCO (AÑO 19 d. de J.C.)

Jesús era uno de los ejemplares más robustos y refinados de hombre que aparecieron en la tierra desde los días de Adán.
Su desarrollo físico era extraordinario, su mente activa, aguda y penetrante —en comparación con la mentalidad promedio de sus contemporáneos, la de Jesús alcanzaba proporciones gigantescas— y su espíritu era por cierto humanamente divino.

Jesús decidió llevar a Judá a su primera visita al templo para celebrar la pascua. Allí se encontraron con Lázaro de Betania. Mientras Jesús conversaba con Lázaro y hacía arreglos para celebrar la Pascua juntos, Judá se metió en un lío con un centinela romano, dando rienda suelta a sus sentimientos antirromanos reprimidos, que les complicó la vida a todos. Judá y Jesús fueron conducidos al instante a la prisión militar.

No estuvieron presentes en el templo para la consagración de los hijos de la ley y el  ingreso de Judá en la plena ciudadanía de Israel.
Jesús compareció ante el magistrado militar en nombre de Judá. Hábilmente supo excusar la extrema juventud de su hermano, explicando a la vez reposada y cuerdamente.
Tan sabiamente manejó Jesús el caso, que el magistrado le dijo a Jesús al despedirlos: «Haríais bien en vigilar al muchacho; es capaz de crearos grandes problemas a todos vosotros».

Sus temporadas de profunda meditación se veían interrumpidas a menudo por Ruth y sus compañeras de juego. Siempre estuvo Jesús presto a posponer la contemplación de su obra futura por el mundo y el universo, para compartir la alegría infantil, la resplandeciente felicidad de estos pequeños, que nunca se cansaban de escuchar a Jesús relatar las experiencias de sus diversos viajes a Jerusalén. Mucho también disfrutaban de sus historias sobre los animales y la naturaleza.

Los niños siempre eran bienvenidos en el taller de reparaciones. Jesús les ponía arena, bloques y piedras al costado del taller, y los niños acudían en bandadas y allí se entretenían. Cuando se cansaban de jugar, los más atrevidos espiaban las actividades en el taller y si veían a Jesús desocupado, se metían al taller diciendo: «Tío Josué, sal y cuéntanos un cuento largo». Lo tomaban de la mano, arrastrándolo hasta su piedra favorita junto a la esquina del taller y allí se sentaba él con los niños formando un semicírculo, sentados en el suelo frente a él. ¡Cuánto disfrutaban los pequeños de su tío Josué! Con él aprendían a reír, a reír de todo corazón.

Era costumbre que uno o dos de los más pequeños se encaramaran sobre sus rodillas y allí se quedaran sentados, contemplando extasiados sus rasgos expresivos mientras les narraba cuentos. Los niños amaban a Jesús, y Jesús amaba a los niños.
Para sus amigos era difícil comprender la amplitud de la gama de sus actividades intelectuales, cómo él podía pasar en forma tan súbita y completa de la discusión profunda de temas políticos, filosóficos o religiosos a la total despreocupación de los alegres juegos infantiles de esos pequeños de cinco a diez años de edad.

A medida que sus propios hermanos y hermanas crecían, él contaba con más tiempo libre, y antes de que llegaran los nietos, mucha atención les dedicaba a estos pequeños; pero él no vivió en la tierra lo suficiente, para que pudiera disfrutar por mucho tiempo de los nietos.

EL AÑO VEINTISÉIS (AÑO 20 d. de J.C.)

A comienzos de este año, Jesús de Nazaret se hizo muy consciente de la amplia gama de poder potencial que poseía. En esta época, aunque poco decía, mucho pensó sobre su relación con su Padre en los cielos. La conclusión de tanta reflexión fue expresada cierta vez en su oración en la cumbre de la colina, cuando dijo:

«Sea yo quien fuere y sea cual fuere el poder que yo pueda ejercer o no, he estado siempre y siempre estaré sujeto a la voluntad de mi Padre Paradisiaco».

Sin embargo, mientras este hombre iba y venía del trabajo a la casa y de la casa al trabajo en Nazaret, era literalmente cierto —en cuanto a un vasto universo— que «en Él se ocultaban todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento».
Concomitante con los propósitos del autootorgamiento también se dedicó Jesús a desenmarañar los complicados asuntos de este planeta, así como estaban relacionados con la rebelión de Lucifer.

Este año Jesús disfrutaba de más tiempo libre, y lo dedicó a adiestrar a Santiago en la administración del taller de reparaciones y a José en la dirección de los asuntos domésticos.
María presentía que se estaba preparando para dejarlos. Dejarlos, ¿para ir adonde? ¿A hacer qué? Ya casi había renunciado a la idea de que Jesús sería el Mesías. No podía comprenderlo; simplemente no entendía a su primogénito.

Jesús pasó gran parte de su tiempo, este año, con cada uno de los miembros de su familia. Frecuentemente salía con ellos haciendo largas caminatas por los campos y las colinas. Finalmente el día había llegado en que todos los hermanos de Jesús habían elegido sus oficios y se habían establecido en ellos.
Se estaba preparando el escenario para la partida de Jesús de su hogar. Le presentó a Santiago el título de propiedad del taller de reparaciones y formal y solemnemente abdicó al título de jefe de la casa de José y de la manera más conmovedora, instaló a su hermano Santiago como «jefe y protector de la casa de mi padre».Y le dijo: «Pero, hijo mío, yo seguiré enviándote algo todos los meses hasta que haya llegado mi hora; lo que yo envíe, tú lo usarás como lo exija la ocasión.

Así pues se preparaba Jesús para ingresar a la segunda fase de su vida adulta, en la cual se separaría de su casa, para dedicarse públicamente a los asuntos de su Padre...Continúa

Fuente: LIBRO DE URANTIA

EL AÑO VEINTISIETE, VEINTIOCHO Y VEINTINUEVE DE JESÚS


EL AÑO VEINTISIETE (AÑO 21 d. de J.C.)

El 21 de  enero de este año, durante una lluviosa mañana de un domingo, Jesús partió sin ceremonia del seno de su familia, explicándoles tan sólo que iba a Tiberias y luego a visitar otras ciudades en torno al Mar de Galilea. Así les dejó y nunca más volvería a ser un miembro regular de esta familia.
Jesús viajo a Capernaum para visitar al amigo de su padre, Zebedeo; quien era fabricante de barcas.
Jesús de Nazaret era experto tanto en las tareas de diseño como de construcción y un verdadero especialista en el trabajo de madera y Zebedeo hacía mucho tiempo que quería construir mejores botes. Expuso pues sus planes a Jesús, y le invitó a asociarse con él. Jesús tan sólo trabajó con Zebedeo poco más de un año, pero durante ese tiempo creó un nuevo estilo de barca y estableció métodos completamente nuevos para su fabricación. Mediante una técnica superior y métodos altamente perfeccionados de vaporizar las tablas, Jesús y Zebedeo comenzaron a construir barcas de superior calidad y clase, embarcaciones mucho más seguras para navegar en el lago que las de tipo más antiguo.   Jesús llegó a ser muy conocido entre los pescadores galileos como el diseñador de las nuevas barcas.    

Jesús continuó durante este año construyendo barcas mientras seguía observando cómo vivían los hombres en la tierra. Frecuentemente salía a visitar la parada de las caravanas, ya que Capernaum estaba en la ruta directa de Damasco hacia el sur.  Capernaum era un importante puesto militar romano, y el comandante de la guarnición era un gentil creyente de Yahvé, que construyó una hermosa sinagoga en Capernaum, donde  Jesús ofició.
los viajeros que tuvieron la oportunidad de asistir, le recordaban como el carpintero de Nazaret.
En el patrón de impuestos Jesús se inscribió como un «artesano especializado de Capernaum». A partir de ese día y hasta el fin de su vida terrenal, se le conoció como residente de Capernaum. El nunca declaró residencia legal en ningún otro lugar, aunque por diversas razones, permitió que otros le asignaran residencia en Damasco, Betania, Nazaret e incluso Alejandría.

En la sinagoga de Capernaum encontró muchos libros nuevos en las arcas de la biblioteca, y pasaba estudiando intensamente. Dedicaba una noche a hacer vida social con los ancianos, otra con los jóvenes. En la personalidad de Jesús había algo graciable e inspirador que atraía invariablemente a los jóvenes.  A ellos siempre hacía sentir cómodos en su presencia. Acaso el gran secreto de su popularidad con ellos consistía en el doble hecho de que siempre mostraba interés en lo que ellos estaban haciendo, aunque rara vez les ofrecía consejo a menos que se lo pidieran.

Jesús les impartía enseñanzas variadas y avanzadas, dentro de lo que ellos podían comprender. Hablaba de manera abierta, expresando sus ideas e ideales sobre política, sociología, ciencia y filosofía, pero nunca presumía de hablar con finalidad autoritaria excepto cuando discutía de religión —la relación del hombre con Dios.
    
Una vez por semana celebraba Jesús una reunión con todos los jornaleros que trabajaban en la casa, en el taller y en el puerto, pues Zebedeo tenía muchos empleados. Y fue entre estos obreros entre los que Jesús fue llamado por primera vez «el Maestro». Este año hizo Jesús grandes progresos en la dominación ascendente de su mente humana y alcanzó nuevos y elevados niveles de contacto consciente con su Ajustador del Pensamiento.
Su formación como hombre del reino tenía que ser completada antes de que pudiera entrar a su carrera de enseñanza y predicación como el Dios-hombre perfeccionado de las fases divina y posthumana, de su autootorgamiento en Urantia.

EL AÑO VEINTIOCHO (AÑO 22 d. de J.C.)

En marzo del año 22 d. de J.C., Jesús se despidió de Zebedeo y de Capernaum. Pidió una pequeña suma de dinero para costear sus gastos de viaje a Jerusalén. Antes de irse, Jesús tuvo una larga conversación con su nuevo amigo e íntimo compañero Juan Zebedeo.
Le dijo que pensaba viajar extensamente hasta «que llegue mi hora» y le pidió que se ocupara en su lugar de enviar dinero a su familia en Nazaret todos los meses, hasta que se agotaran los fondos acumulados por él durante ese año.
Y Juan así le expresó su promesa: «Maestro mío, ocúpate de tus asuntos, haz tu obra en el mundo; yo actuaré por ti en éste y en cualquier otro asunto, y velaré por tu familia como cuidaría de mi propia madre y de mis propios hermanos y hermanas. Vete en paz.

Ya Jesús en Jerusalén, durante casi dos meses pasó la mayor parte de su tiempo escuchando las discusiones en el templo y visitando ocasionalmente las diversas escuelas rabínicas. Pasaba la mayoría de los sábados en Betania. Antes del fin de esta semana pascual, por una aparente casualidad, Jesús conoció a un rico viajero llamado Gonod y a su hijo Ganid un joven de unos diecisiete años. Estos viajeros procedían de la India camino a Roma y a otros lugares del Mediterráneo y habían planeado visitar Jerusalén durante la Pascua, con la esperanza de encontrar a alguien a quien pudieran contratar como intérprete para ambos y tutor para el hijo.

Al conocer a Jesús, el padre insistió que los acompañara en su viaje. Jesús le habló de su familia, agregando que no le parecía justo abandonarla por un período de casi dos años, período durante el cual podría correr el riesgo de pasar necesidades. Este viajero del Oriente le propuso pues a Jesús adelantarle los jornales correspondientes a un año de trabajo, para que él se los entregase a una persona de su confianza, asegurando así la protección de su familia contra cualquier necesidad. Y Jesús convino entonces en viajar con ellos.
Jesús le contó a Zebedeo todo el arreglo de este viaje por el Mediterráneo, pero le hizo prometer que no se lo diría a nadie, ni aun a su propia familia; y Zebedeo jamás reveló su conocimiento sobre el paradero de Jesús durante este largo período de casi dos años.
En el curso de esta gira mediterránea Jesús pasaba aproximadamente medio día en función de tutor de Ganid e intérprete de Gonod en las entrevistas de negocios y encuentros sociales de éste.
El resto del día estaba a su disposición, y lo dedicaba Jesús a relacionarse personalmente con sus semejantes, a entablar las estrechas relaciones con los mortales de este mundo, las cuales tanto caracterizaron sus actividades de estos años inmediatamente precedentes a su ministerio público.
Jesús conoció pues por observación directa, de primera mano y por contacto real, la más elevada civilización material e intelectual del Occidente y del Oriente
De Gonod y su brillante hijo mucho aprendió sobre la civilización y la cultura de la India y de la China, porque Gonod, que era ciudadano de la India, había hecho tres largos viajes al imperio de la raza amarilla.
Ganid el joven, aprendió mucho de Jesús durante esta larga e íntima asociación. Llegaron a tenerse mucho afecto mutuo, y el padre del muchacho trato de persuadir a Jesús en muchas ocasiones de que los acompañara cuando regresaran a la India, pero Jesús siempre rehusó la invitación, alegando que era menester volver a su familia en Palestina.
Antes del retorno de Jesús, la familia en Nazaret ya casi lo había dado por muerto. Sólo las aseveraciones de Zebedeo, quien en varias ocasiones los visitaba con su hijo Juan en Nazaret, mantenían viva la esperanza en el corazón de María.

EL AÑO VEINTINUEVE (AÑO 23 d. de J.C.)

Todo el vigésimo noveno año de su vida lo pasó Jesús completando su gira por el mundo mediterráneo.A través de esta gira por el mundo romano, por muchas razones a Jesús se le conoció como el Escriba de Damasco En Corinto y en otras escalas del viaje de regreso se le conoció como el tutor judío.
Fue éste un período extraordinario en la vida de Jesús. Durante este viaje se puso en contacto con muchos de sus semejantes, sin embargo esta experiencia es una fase de su vida que él nunca reveló ni a su familia ni a ninguno de los apóstoles. (salvo Zebedeo de Betsaida).

En todos vuestros esfuerzos para descifrar el propósito de la vida de Jesús en Urantia, debéis recordar la motivación del autootorgamiento de Mikael.
Si queréis comprender el significado de muchas de sus acciones aparentemente extrañas, debéis discernir el propósito de su estadía en vuestro mundo. En todo momento cuidó de que su carrera personal no resultara desproporcionadamente atrayente, de que no monopolizara la atención de los seres humanos.
No quería atraer a sus semejantes en una forma excepcional o sobrecogedora. Estaba dedicado a la obra de revelar el Padre celestial a sus semejantes mortales y al mismo tiempo consagrado a la sublime tarea de vivir su vida terrena mortal, siempre sujeta a la voluntad del mismo Padre del Paraíso.

También será siempre provechoso comprender la vida de Jesús en la tierra, si los estudiantes mortales de este divino autootorgamiento recuerdan que, aunque vivió esta vida de encarnación en Urantia, la vivió para todo su universo. En la vida que vivió en la carne de naturaleza mortal había algo especial e inspirador para cada una de las esferas habitadas de todo el universo de Nebadon.
Lo mismo también se aplica a todos aquellos mundos que han llegado a ser habitables después de la era memorable de su estadía en Urantia.
Y esto es igualmente cierto de todos los mundos que puedan llegar a ser habitados por criaturas volitivas en toda la historia futura de este universo local.
 El Hijo del Hombre durante la época y mediante las experiencias adquiridas en su viaje por el mundo romano, completó prácticamente su preparación por educación y contacto con los pueblos diversificados del mundo de su día y de su generación.
Al tiempo de su regreso a Nazaret, gracias a lo que había aprendido viajando, prácticamente ya sabía cómo vive el hombre y cómo forja su existencia en Urantia.
El verdadero propósito de este viaje alrededor de la cuenca del Mediterráneo fue conocer a los hombres.

Conoció y amó a toda clase de hombres, ricos y pobres, de todas las clases sociales, negros y blancos, eruditos y menos eruditos, cultos e incultos, animalísticos y espirituales, religiosos e irreligiosos, rectos e inmorales.
En este viaje por el Mediterráneo hizo Jesús grandes progresos en su tarea humana de dominar la mente material y mortal y su Ajustador residente hizo grandes progresos en la ascensión y conquista espiritual de este mismo intelecto humano.

Al finalizar este viaje Jesús virtualmente conocía —con toda humana certeza— que él era un Hijo de Dios, un Hijo Creador del Padre Universal.
El Ajustador pudo cada vez más evocar en la mente del Hijo del Hombre nebulosas memorias de su experiencia en el Paraíso en asociación con su Padre Divino, antes de que él viniera a organizar y administrar este universo local de Nebadon.
Así pues el Ajustador, poco a poco, trajo a la conciencia humana de Jesús esos recuerdos necesarios de su existencia anterior y divina, en las diferentes épocas de su pasado casi eterno.
El último episodio de su experiencia prehumana que el Ajustador le evocó fue su diálogo de despedida con Emanuel de Salvington poco antes de hacer entrega de su personalidad consciente para embarcarse en la encarnación urantiana.
Y esta última imagen de recuerdo de su existencia prehumana se hizo claro en la conciencia de Jesús el mismo día de su bautismo por Juan en el río Jordán.

Fuente: LIBRO URANTIA