Enero de 1973 En un proyecto
secreto(Caballo de Troya), dos pilotos de la USAF (Fuerza Aérea Norteamericana)
viajan en el tiempo al año 30 de nuestra era, concretamente, a la provincia
romana de la Judea (actual Israel).
Objetivo aparente: seguir los pasos de
Jesús de Nazaret y comprobar, con el máximo rigor, cómo fueron sus últimos
días. ¿Por qué fue condenado a muerte? ¿Quién era aquel Hombre? ¿Se trataba de
un Dios, como aseguran sus seguidores?
Jasón y Eliseo, responsables
de la exploración, viven paso a paso las terroríficas horas de la llamada
Pasión y Muerte del Galileo.
Jasón, en su diario, es
claro y rotundo: «Los evangelistas no contaron toda la verdad.» Los hechos, al
parecer, fueron tergiversados, censurados y mutilados, obedeciendo a
determinados intereses. Lo que hoy se cuenta sobre los postreros momentos del
Maestro es una sombra de lo que sucedió en realidad. Jasón se aventura en Nazaret
y reconstruye la infancia y juventud de Jesús. Nada es como se ha contado.
Fascinados por la figura y
el pensamiento de Jesús de Nazaret, los pilotos toman una decisión: Acompañarán
al Maestro durante su vida pública o de predicación, dejando constancia de
cuanto vean y oigan. Para ello deben actuar al margen de lo establecido
oficialmente por la operación Caballo de Troya. Y aunque sus vidas se hallan hipotecadas por
un mal irreversible —consecuencia del propio experimento—, los científicos se arriesgan en
un tercer «salto»
en el tiempo, retrocediendo al
mes de agosto del año 25 de nuestra era.
Para muchas personas el
Diario del Mayor (Jasón) es solo una saga, una novela de ciencia ficción y se
encargan de desprestigiar la valiente
misión de JJ Benítez, escogido por este científico (Jasón) para que lo
publicase y lo diera a conocer al mundo, como un derecho que tenemos todos los
seres humanos de conocer la verdad de este maravilloso Ser Jesús de
Nazaret "Mikael de Nebadon".
Las enseñanzas de este
Hombre-Dios Jesús de Nazaret no fueron dadas exclusivamente para ese tiempo y
lugar; sino para todas las generaciones, hasta que logremos encarnar y vivir
toda la filosofía que Él transmitió." El que tenga oídos, que oiga".
Queridos hermanos lectores de
estas páginas.
Es el mayor interés de la
Corporación CEMRI, dar a conocer a la humanidad sedienta de saber, los
acontecimientos más relevantes de la vida de nuestro amado Jesús de Nazaret (Mikael
de Nebadón).
Las apariciones de Jesús de
Nazaret, este increíble acontecimiento con resonancia universal, al igual que
todos los sucesos que vivió a lo largo
de sus 36 años de vida, no fueron escritos en su totalidad. Jesús realizó
diecinueve apariciones y no tres como cuenta los evangelistas. Lucas 24: 1-53,
Mateo 28: 1-10, Marcos 16: 1-8, Juan 20:1-10.
Jesús Mikael resucita, pero
lo hace en un cuerpo GLORIOSO; no en el cuerpo de materia que le sirvió como vehículo
de manifestación, en este plano material. Su cuerpo de carne y hueso quedó
reducido a despojos humanos. Ante la lógica científica no podía hacerlo en este cuerpo.
El cuerpo que vieron los
discípulos y todas aquellas personas a quienes Jesús se les apareció en diecinueve ocasiones, es un cuerpo GLORIOSO
que puede atravesar paredes, aparecer y desaparecer súbitamente a voluntad, como
Él mismo lo demostró.
Jesús no apareció con heridas, ni cicatrices, ni llagas. Esta
es una más de las tantas mentiras ridículas que le han hecho creer a la
humanidad.
Más adelante daremos a
conocer en estas páginas los Mundos de Moroncia, lugar al que llegaremos en
nuestra ascensión espiritual, después de dejar la vida de materia y donde
ocuparemos como espíritus un cuerpo
Moroncial o Glorioso, tal como lo prometió Jesús en sus enseñanzas sobre la inmortalidad del espíritu (La vida eterna)
Primera Aparición
Fecha:
Abril 9 del año 30
Hora: 5:47
Testigos: María la de Magdala y otras
cuatro mujeres más. (Juana, esposa de Chuza... María, la madre de los gemelos
Alfeo... Salomé, la madre de Juan y Santiago de Zebedeo y Susana, la más joven,
hija de Ezra, el de Alejandría.
Lugar:
Finca de José de Arimatea. Cerca al sepulcro.
Duración:
Unos cinco minutos
Éstas
que ves aquí -señaló María la de
Magdala- y otras diez o quince mujeres más, pasamos la fiesta del shabbat
recluidas en casa de José de Arimatea. Nuestra tristeza era tan grande y tan
profunda nuestra desolación, que creímos morir. “ Y Antes de que apuntara el
primer día de la semana, de acuerdo con lo prometido a José y Nicodemo,
cargamos con los aceites y aromas...”Caminamos presurosas. No tardaría en
amanecer y deseábamos concluir lo antes posible el doloroso trance del lavado y
de la preparación del cuerpo de nuestro Señor. ¡Llegamos a la tumba y, al ver
la losa...Estaba removida!
-Salomé
intervino- Cuando
llegamos a la puerta de los Peces nos cruzamos con una patrulla de Antonia.
Eran unos diez legionarios. Y parecían tener mucha prisa. Gritaban entre ellos
y no cesaban de mirar hacia atrás. Como si alguien les persiguiera...
“Extrañadas, intentamos averiguar lo que sucedía. Pero los soldados,
desencajados y sudorosos, nos ignoraron y siguieron su precipitada marcha hacia
la fortaleza. Así que, muertas de miedo -añadió-, cruzamos los huertos,
adentrándonos finalmente en la propiedad de José de Arimatea .
-Durante un
tiempo, desconcertadas ante la visión de la tumba abierta, no acertamos a
movernos del filo de las escaleras. No sabíamos qué hacer. Y el miedo fue
apoderándose de todas. Algunas insinuaron que debíamos regresar y dar cuenta a
los hombres. Pero yo sentí una irresistible curiosidad. Y les animé a bajar los
escalones. Dejamos los bultos en el suelo y, sacando fuerzas de flaqueza, me
acerqué a la boca de la gruta. Todo estaba oscuro y, al no disponer de teas, mi
primera observación del interior fue nula.
-Mis hermanas, inmóviles al pie de los peldaños, me suplicaron que lo
dejara y que volviera con ellas. Sin embargo, aunque todo mi cuerpo temblaba,
tomé la firme decisión de entrar y averiguar qué estaba sucediendo. Y así lo
hice. Sin pensarlo, desaparecí en el oscuro agujero. Y, tanteando, di al fin
con el banco de piedra sobre el que debía reposar el cadáver del Señor.
-Al notar que
se hallaba vacío, casi caigo desmayada. Grité horrorizada. Y, medio enloquecida
por el susto, con las manos extendidas, luché por encontrar la salida. Pero el
pánico confundió mis sentidos y fui a chocar con una de las paredes de la
sepultura. Fueron momentos angustiosos...-Cuando, al fin, palpé las aristas de
la boca y salí al exterior, éstas habían desaparecido.
-Susana
intervino- Al oír el alarido de María, la tensión y el
pavor estallaron y corrimos. Corrimos como locas, tropezando aquí y allá, hasta
llegar a las mismísimas murallas. Una
vez junto a la ciudad, mientras intentábamos recuperar el aliento, Juana, más
serena que nosotras, nos hizo ver que habíamos abandonado a María. Cogidas de
la mano y tiritando de miedo, deshicimos el camino, entrando de nuevo en el
huerto-.
-Cuando las vi
aparecer me lancé a su encuentro, gritándoles: Ya no está! Se lo han llevado!-
-Entonces,
casi a rastras, las conduje hasta la boca del sepulcro, obligándolas a que
entraran y certificaran lo que les decía.
-Estábamos tan
confusas; ni José ni Nicodemo nos habían insinuado que el cuerpo debiera ser
trasladado. Llegamos a enfadarnos, incluso, molestas por lo que estimábamos una
falta de delicadeza. Pero, casi al momento, rechazamos esta posibilidad. El
hurto tenía que ser obra de otras personas.
Seguramente,
comentamos, los responsables han sido Caifás y sus ratas... además, había otro
detalle inexplicable. Cuando empezó a clarear, con algo más de luz y serenidad,
entramos de nuevo en la tumba, confirmando el extraño orden de los lienzos. Era
muy raro -insistieron-. Si alguien roba un cadáver, ¿por qué va a entretenerse
en dejar la sábana tan bien dispuesta.
-El primer
toque de las trompetas del Templo -avanzó la de Magdala- nos sacó de tan
enmarañada discusión. Y nos disponíamos regresar para comunicar estos sucesos
cuando, de improviso, al subir las escaleras del panteón, vimos a un hombre
bajo los árboles. -Su túnica y manto eran los de un hombre. Algo diferentes,
si, pero los de un hombre... -No sabría explicártelo. -Eran de lino y lana. De
eso casi estamos seguras. Pero sus colores... Las ropas parecían nevadas. Su
brillo era mate. En un primer momento tuve la impresión de que sus vestidos se
hallaban cubiertos de miles de pequeñísimos copos de nieve. Pero sé que eso es
imposible...
-Una de mis
compañeras nos susurró algo sobre el jardinero de José. Pero no estábamos
seguras. Era tan alto y fuerte como el hortelano, eso si, pero vestía de forma
muy diferente. Además, su rostro...su rostro era como el cristal. -Es tan
difícil de explicar!...
-¿Quieres
decir que su cara era luminosa?
-No. Era otra
cosa. Aunque siempre nos mantuvimos a una cierta distancia, pudimos apreciar
sus rasgos y sus cabellos. No eran como los de un ser humano. ¡Parecían
transparentes! -Os digo lo que éstas y yo hemos visto!... ¡Qué Dios me fulmine
si miento!
-Mis hermanas
no se atrevieron a dar un solo paso; pero yo,
pensando que aquel hombre sabía algo sobre la desaparición del cadáver, me fui
hacia él. Y cuando estaba a dos o tres metros llamé su atención, preguntándole:
“¿Dónde has llevado al Maestro? ¿Dónde reposa? Di, para que vayamos a
recogerlo.”
“El extranjero
no contestó. Ni siquiera me miró. Siguió allí, con los largos brazos desmayados
a lo largo de la túnica y la cabeza baja, mirando hacia el suelo.
-Aquel
“extranjero”, al fin, levantó su rostro y nos habló.
-” ¿Qué
buscáis?”
-Quedé
desconcertada. Aquella voz... Me sequé las lágrimas como pude y, mirándole,
acerté a responder: “Buscamos a Jesús... enterrado en la tumba de José... Pero
ya no está. ¿Sabes tú dónde le han llevado?”
-Era Él...
Entonces lo supe. Su voz..., su voz...
Todos los allí
reunidos, conmovidos, no se atrevieron a respirar.
-Su voz. Sí,
yo la conozco. Era Él!
-”Este Jesús,
¿no os ha dicho, hasta en la misma Galilea, que moriría, pero que resucitaría?”
Todas nos
conmovimos –prosiguió Salomé. Todas comprendimos…Pero no supimos reaccionar. Al
poco, volvió a hablar. Su voz, dulce y afectuosa, pronunció un nombre: !María¡
-Entonces, al escuchar mi nombre, ya no dudé. ¡Era el Maestro! ¡Pero, estaba
tan cambiado!...Sus pies eran como el vidrio! ¡Sí, Dios mío! podía ver la tierra a través de ellos! “Y
presa de una mezcla de alegría, sorpresa y miedo, enterré mi rostro en el polvo
de la finca, murmurando: "Mi Señor!... ¡Mi Maestro!“
“Mis hermanas
me imitaron y cayeron igualmente de rodillas, atónitas. Sé que puede parecerte
una niñería, pero, ardiendo en deseos de abrazarle, de besarle, de estrujarle
entre mis brazos, fui acercándome a Él. Y cuando me disponía a hacerlo,
retrocedió, diciendo:
“¡No me toques, María! No soy el que tú has conocido en
la carne...“
-Por supuesto,
no me atreví a desobedecerle. Y me quedé allí, de rodillas, ensimismada..
Después de ordenarme que no le tocara, añadió:
-“...Bajo esta
forma permaneceré entre vosotros antes de ir cerca del Padre-.”
La de Magdala
se levantó y, con los ojos fijos en el tozudo Pedro, gritó: -Y dijo algo más! Rodeó
los divanes y, aproximándose al pescador, estalló:
-”Ahora íd todas y decid a
mis apóstoles, y a Pedro! que he resucitado y que me habéis hablado.”
María repitió
las palabras de Jesús, poniendo especial énfasis en la alusión al incrédulo
Pedro.
-¿Por qué
crees que te dijo que no era el que tú habías conocido en la carne?
En esta
ocasión, María replicó con una lógica aplastante:.-Porque, aunque tenía forma
humana, no parecía de carne y hueso.
La reacción
del tosco galileo (Pedro)nos desconcertó a todos. Al oír su nombre se alzó y, lívido,
sin desviar los ojos de la Magdalena, tartamudeó:
-¿Di...jo mí nom...bre?
-Todas lo
escuchamos -respondieron las mujeres al unísono.
Y algo que
yacía dormido en el corazón de Pedro despertó, obligándole a reaccionar. Se
echó el manto por los hombros y, en otro de sus característicos arranques,
salió de la estancia a la carrera. Un segundo después, como movido por otro
resorte, Juan Zebedeo le imitaba. Saltó del banco y corrió tras él. Ninguno de
los restantes discípulos movió un solo dedo. La incredulidad continuaba pintada
en sus rostros.
Segunda aparición
Fecha:
Abril 9 del año 30
Hora:
9: 35 aproximadamente
Testigos:
María de Magdala
Lugar: Afuera del sepulcro. María
arrodillada y con los brazos abiertos no cesaba de clamar, repitiendo una misma
y única palabra: Rabbuní!..Rabbuní.
Duración:
Segundos
-
¡Le he visto! - ¡ahora! ¡Ha sido ahora! ¡Os repito que le he visto por segunda
vez! ¡Aquí! –Era ÉL!...
Y
María, sin que nadie le preguntase repitió la misma descripción del “Extranjero
con túnica y mantos nevados”, y me ha hablado –Prosiguió con una creciente
emoción-. Ha dicho: “No permanezcas en la duda. Ten valor... Cree lo que has
visto y oído. Vuelve con los apóstoles y diles otra vez que he resucitado...
que apareceré ante ellos y que, pronto, como he prometido, les precederé en
Galilea.”
TERCERA APARICIÓN
Fecha:
Abril 9 del año 30
Hora:
Sexta (mediodía), poco mas o menos.
Testigos:
Santiago su hermano
Lugar:
Betania, Jardín de la hacienda de la familia de Lázaro
Duración:
De tres a cuatro minutos.
Cuando
los ánimos empezaron a encresparse, decidí salir de la vivienda. Y Fue como una
sensación… Fue como si alguien tocara en mi hombro. -Me di la vuelta y lo
vi...Me recordó una nube. O quizá humo... No sé. Era una “masa” brumosa que,
partiendo de la cabeza, fue moldeando una figura. Espantado, no tuve fuerzas ni
para huir. Y poco a poco, la nube se convirtió en un hombre. -La forma,
entonces, me habló. Y dijo: “Santiago, te llamo para el servicio del reino.
Únete seriamente a tus hermanos y sígueme.".
“Aquello”
no tenía nada que ver con el Jesús que conocí en vida. Era otra cosa. ¿Una
niebla? ¿Humo? ¿Una nube?... Sólo la voz... -Al escuchar mi nombre,
“Santiago", entonces supe que era Él.
¡Era su voz,! ¡La de siempre!
-Aturdido y muerto de miedo pensé en postrarme a sus pies. ¡Mi padre y mi
hermano! Fue lo único que acerté a decir. Pero, cuando me disponía a arrojarme
al suelo, Jesús me pidió que siguiera en pie.
-Entonces
paseamos hablamos unos momentos de las cosas que habían ocurrido y de las
que... -... tienen que suceder. - se despidió, diciendo: “Adiós, Santiago,
hasta que os salve a todos juntos.” Y dejé de verle. -Debo ser fiel a la
promesa hecha a mi hermano y Señor...
CUARTA APARICIÓN
Fecha:
abril 9 del año 30
Hora:
Hacia la hora nona (15.30 horas)
Testigos: Veinte testigos. Entre otros,
la familia de Lázaro, David Zebedeo, Salomé, su madre, la Señora, Santiago
(hermano de Jesús) y la Magdalena.
Lugar:
En el umbral de una de las estancias de la casa de Lázaro
Duración:
Segundos.
Narrado
por David Zebedeo.
-No
pasaría mucho de la hora nona, cuando, aquí mismo, de repente, alguien gritó...
-La
puerta, ésa que ves ahí, estaba abierta, igual que en estos momentos y, ante
los gritos, las miradas se dirigieron hacia fuera de la habitación. Era un hombre. Nos miraba desde fuera de la
estancia, quizá a un paso del dintel. Su figura, alta y atlética, se recortaba
contra la claridad del patio...
-Ni
dentro ni bajo el marco de la puerta: fuera! Y todos pudimos oírle. Levantó su
brazo izquierdo y nos saludó:
"La paz sea con vosotros."
Nos quedamos
mudos. Pero El continuó:
“Saludos
para aquellos que estuvieron cerca de mí en la carne y en la comunión de mis
hermanos y hermanas en el reino de los cielos.
¿Cómo habéis podido dudar? ¿Por qué habéis
esperado tanto para seguir de todo corazón la luz de la verdad? Entrad en la comunión del Espíritu de la
Verdad en el reino del Padre.“
-Cuando
medio nos repusimos del susto, algunos se levantaron y corrieron a abrazarle.
Pero se esfumó.
-Era un hombre. Sus ropas eran como las
nuestras -Como sabes, yo también estaba presente cuando ocurrió. Y puedo
asegurarte que aquel cuerpo no era como el humo o la nube que te describí...La
figura se hallaba completa, “como la de un ser humano”
QUINTA APARICIÓN
Fecha:
abril 9 del año 30
Hora:
16.15 aproximadamente
Testigos:
María la de Magdala, y veinticuatro mujeres más
Lugar:
Interior de la casa de José de Arimatea, en Jerusalén.
Duración:
Entre 1 y 2 minutos.
Inexplicablemente, sentimos frío. Fue una clara sensación. Como de un viento helado. Nos miramos mutuamente, en silencio,
extrañadas... Y de pronto, en el centro del corro, vimos la forma del Maestro. ¡Era
Él! Y nos saludó, diciendo:
“Que
la paz sea con vosotras.”
-Después
nos dijo:
“En la comunión del reino no habrá ni judío ni gentil. Ni rico ni
pobre. Ni hombre ni mujer. Ni esclavo ni señor... Vosotras también estáis
llamadas a proclamar la buena nueva de la liberación de la Humanidad por el
evangelio de la unión con Dios en el reino de los cielos.
Id por el mundo entero anunciando este
evangelio y confirmar a los creyentes en esta fe. A la vez que hacéis esto, no
olvidéis a los enfermos, alentar a los tímidos y temerosos. Siempre estaré con
vosotras hasta los confines de la tierra.”
Y dicho esto, desapareció. Nosotras, como ya
sabéis, caímos de rodillas, muertas de miedo. Supongo que perdí el sentido.
A
raíz de esta aparición, el Sanedrín dicta normas contra los que propaguen
noticias sobre la vuelta a la vida del rabí de Galilea.
SEXTA APARICIÓN
Fecha:
abril 9 del año 30
Hora:
16.30 aproximadamente
Testigos: Más de cuarenta griegos,
seguidores de las enseñanzas del Maestro. Algunos de ellos se hallaban en Getsemaní en la noche del
prendimiento.
Lugar: Interior de la casa de Flavio,
(pagano) antiguo conocido de Jesús. Vecino de Jerusalén. Aparición repentina.
Duración:
Poco más de un minuto
-”
Que la paz sea con vosotros. Aun cuando el Hijo del Hombre haya aparecido
en
la tierra entre judíos, traía su ministerio para todos los hombres...” Dentro del reino de mi Padre, no hay ni
habrá judíos ni gentiles. Todos seréis hermanos... Los hijos de Dios.” “Id por
lo tanto por el mundo entero extendiendo este evangelio de salvación, como lo
recibisteis de los embajadores del reino y yo os recibiré en la comunión de la
fraternidad de los hijos del Padre en la fe y la verdad.”
Dicho
esto, desaparece fulminantemente.
SÉPTIMA APARICIÓN
Fecha:
abril 9 del año 30
Hora:
18 horas aproximadamente
Testigos:
los hermanos Cleofás y Jacobo, (pastores).
Lugar: En el camino de la ruta Santa a Ammaus. Quizá
a cinco o seis kilómetros de Jerusalén.
Duración:
Una hora y media, aproximadamente.
Nos
encontrábamos discutiendo sobre la noticia del día: la tumba vacía. ¡Nos salió
al encuentro un hombre...-Un hombre!...
-Nos
acompañó un trecho y, de buenas a primeras, sin venir a cuento, nos desconcertó
con la siguiente pregunta:
“¿Cuáles eran las palabras que intercambiabais con
tanta seriedad cuando me he aproximado a vosotros?”
-"Mi
hermano y yo, perplejos, nos detuvimos, mirándole sin dar crédito a lo que
habíamos escuchado. ¿Cómo sabía aquel hombre lo que nos traíamos entre manos? Y
yo le dije: ¿Es posible que vivas en Jerusalén y no sepas los acontecimientos
que han ocurrido? Y él preguntó:
-“¿Qué acontecimientos?”
"Si
desconoces esos hechos (le dije un tanto malhumorado), eres el único en la
ciudad que no está al tanto de los rumores referentes a Jesús de Nazaret, que
era un profeta rico en palabras y obras ante Dios y el pueblo. Los jefes de los
sacerdotes y los dirigentes judíos le han entregado a los romanos, exigiendo su
crucifixión. Pero esto no es todo.
Muchos
de nosotros esperábamos que librase a Israel del yugo de los gentiles, además,
hoy estamos en el tercer día desde su crucifixión y algunas mujeres nos han
asombrado, declarando que habían salido muy de mañana hacia el sepulcro,
encontrando la tumba vacía. Y estas mismas mujeres repiten con insistencia que
han conversado con Jesús y sostienen que ha resucitado de entre los
muertos. Cuando lo contaron a los
hombres, dos de los discípulos corrieron a la tumba y también la hallaron
vacía...
Éste, después de mis explicaciones sobre la
visita de los apóstoles al sepulcro, comentó para vergüenza de los dos:
“Pero
no han visto a Jesús. “
-Seguimos
caminando y, después de un rato de silencio, aquel hombre habló y nos dijo:
“Qué lentos sois para comprender la verdad! Si
decís que el motivo de vuestra discusión eran las enseñanzas y las obras de
este hombre, os lo voy a aclarar, ya que estoy más acostumbrado a estas
enseñanzas.
-
¿No recordáis lo que siempre dijo y predicó Jesús?: ¿que su reino no era de
este mundo y que todos los hombres son hijos de Dios? Por ello deben encontrar
la liberación y la libertad en la alegría espiritual de la comunión fraterna
del servicio afectuoso en este nuevo reino de la verdad del amor del Padre celestial.
“
-“¿No
recordáis cómo el Hijo del Hombre proclama la salvación de Dios para todos los
hombres, sanando a los enfermos y a los afligidos y liberando a aquellos que
estaban unidos por el miedo y que eran esclavos del mal?
-
¿No sabéis que este hombre de Nazaret avisó a sus discípulos de que habría que
ir a Jerusalén y de que le entregarían a sus enemigos, que le condenarían a
muerte, resucitando al tercer día?
-
¿No habéis leído los pasajes de las Escrituras relativos a este día de
salvación de los judíos y gentiles, donde se dice que en Él, todas las familias
de la tierra serán en verdad bendecidas, que oirá el grito lastimero de los
necesitados y que salvará las almas de los pobres que buscan su ayuda y que
todas las naciones le calificarán de bendito?
-
¿No habéis oído que este Liberador aparecerá a la sombra de una gran roca, en
un país desértico?
-
¿Que
alimentará el rebaño como un verdadero pastor, acogiendo en sus brazos a los
corderos y llevándolos dulcemente sobre su pecho?
-
¿Que abrirá los ojos a los ciegos espirituales y liberará a los presos de la
desesperación en plena libertad y luz?”
-
“¿Que todos los que moran en las tinieblas verán la gran luz de la salvación
eterna?
-
¿Que curará los corazones destrozados, proclamará la libertad de los cautivos
del pecado y abrirá las puertas de la cárcel a los esclavos del miedo y del
mal?
-
¿Que llevará el consuelo a los afligidos y extenderá sobre ellos la alegría de
la salvación, en lugar del dolor y de la opresión?
-
¿Que será el deseo de todas las naciones y la alegría perpetua de los que
buscan la justicia?
-
¿Qué este Hijo de la Verdad y de la rectitud se levantará sobre el mundo con
una luz de curación y un poder de salvación?
-
¿Que perdonará los pecados a sus fieles? ¿Que buscará y salvará a los
extraviados?
-
¿Que destruirá a los débiles, pero que llevará la salvación a todos aquellos
que tienen hambre y sed de justicia?
-
¿No habéis oído que los que crean en Él gozarán de la vida eterna?
-
¿Qué extenderá su espíritu sobre toda la carne, y que en cada creyente este
Espíritu de la Verdad será un manantial de agua viva, incluso en la vida
eterna?
-
¿No habéis comprendido la grandeza del Evangelio del Reino que ese hombre os ha
dado?
-
¿No veis cuán grande es la salvación de la que os beneficiáis?"
-No
nos atrevimos a abrir la boca. ¿Qué podíamos replicarle nosotros, pobres
miserables arreadores de ganado? Y así llegamos a la aldea.
La noche apuntaba ya por el este y le rogamos
que se quedara con nosotros. Le mostramos nuestra humilde choza y aunque
parecía tener el propósito de seguir su camino, terminó por aceptar.
Jacobo
y yo, nerviosos y felices por tan distinguida compañía, nos esmeramos en la
cena: la mejor hogaza de pan, el mejor queso y el mejor vino... Nos sentamos a
la mesa y, a la luz de la lámpara de aceite, le hice entrega del “redondel” de
pan de trigo. Me excusé. Estaba un poco duro... Pero el hombre sonrió y,
troceándolo con gran facilidad, lo bendijo, dándonos un trozo a cada uno...
¡Entonces
caí en la cuenta! ¡Era Jesús! ¡Y, cuando, tras dar un codazo a mi hermano,
comenté “Es el Maestro!", desapareció. -! ¡Desapareció de nuestra vista!
No sé cómo, pero lo hizo...
OCTAVA APARICIÓN
Fecha:
abril 9 del año 30
Hora:
20.30 horas
Testigos:
Simón Pedro.
Lugar:
Patio a cielo abierto en el hogar de los Marcos, en Jerusalén.
Duración:
más de cinco minutos.
Yo
estaba en el patio, paseando y decidido a renunciar a mi misión en el reino,
cuando frente a mí, apareció la forma de un hombre. No le reconocí, pero sí su
voz...Y aquella voz familiar me habló. Y me dijo:
“Pedro, el enemigo quería
poseerte, pero yo no te he abandonado.”
“Sabía
que en tu corazón no habías renegado de mí. Por ello, te perdoné antes de que
me lo pidieras. Ahora hay que dejar de pensar en uno mismo y en las actuales
dificultades. Prepárate a llevar la buena nueva del evangelio a aquellos que se
encuentran en las tinieblas.
No te preocupes
por lo que puedas conseguir del reino, más bien, mira lo que tú puedas dar a
los que viven en la horrenda miseria espiritual. Estate prestos Simón para el
combate de un nuevo día, para la lucha contra el oscurantismo espiritual y las
nefastas dudas del pensamiento natural de los hombres.”
-Creedme'
-añadió Simón al descubrir las caras de asombro e incredulidad de sus
compañeros-.
Después de esto, aquel Hombre y yo paseamos
por el patio durante más de cinco minutos, recordando cosas del pasado. Y hablamos
también del presente y del futuro.
Después, al despedirse, volvió a decirme:
-
“Adiós, Pedro, hasta que te vea en compañía de tus compañeros. “
-Después
de aquella visión, Simón permaneció unos minutos en el patio como hipnotizado.
Y cuando comprendió que había visto y hablado con el Galileo, salió a la
carrera -loco de alegría- hacia el piso superior.
El
torbellino de preguntas de los discípulos fue inevitable. Y Simón Pedro, con la
boca abierta y sin saber a quién responder, terminó por bajar los ojos,
consciente de que era objeto de las mismas dudas y suspicacias que él había
manifestado a lo largo de toda la jornada.
Y le vi llorar amargamente.
NOVENA APARICIÓN
Fecha:
abril 9 del año 30
Hora:
21.30 horas
Testigos: El cabeza de familia, José de
Arimatea, diez de los once discípulos (faltaba Tomás) y quien esto escribe.
Lugar:
Planta superior de la casa de Elías Marcos (Jerusalén).
Duración:
Imposible de precisar quizás uno o dos minutos.
Puertas
cerradas y atrancadas. Un viento helado hace oscilar las llamas de las
lucernas. La estancia queda a oscuras. Una zigzagueante y azulada chispa
eléctrica (?) aparece al fondo del salón.
La
«chispa» (?) dibuja una figura humana, nítidamente perfilada por una sutil
línea violeta. Una «cascada de luz» (?) se derrama desde la parte superior,
colmando la silueta. Aparece un «hombre luminoso». Nadie reconoce al Maestro.
Copas metálicas y espadas, situadas cerca de la «aparición», entrechocan,
cayendo al suelo.
La
forma violácea habla y parece como si la voz partiera de toda la estructura.
-La paz sea con vosotros! -¿Por qué estáis tan
asustados, como si se tratara de un espíritu?. ¿No os dije que los principales
sacerdotes y dirigentes me entregarían a la muerte, que uno de vosotros me
traicionaría y que resucitaría al tercer día?
…-fue
bajando los brazos muy despacio- y prosiguió la “voz“
-
¿Y entonces a qué tantas discusiones y dudas sobre lo que manifestaron las
mujeres, Cleofás, Jacobo o el mismo Pedro? Y ahora que me veis, ¿me vais a
creer?
Nadie
respondió. ¿Quién, en su sano juicio, lo hubiera hecho?
-Uno
de vosotros todavía está ausente. ¡Cuando os reunáis una vez más y sepáis con
seguridad que el Hijo del Hombre ha resucitado, marchad para Galilea... Tened
fe en Dios! ¡Tened fe los unos en los otros! Así entraréis en el nuevo servicio
del reino de los cielos.
El
“ser” hizo una brevísima pausa. ¡Era asombroso! ¡Había matices en el timbre de
su voz!
-Permaneceré
en Jerusalén hasta que estéis en condiciones de partir hacia Galilea. Os dejo
en paz.
Y
en una fracción de segundo -quizá en menos-, toda la figura de luz se esfumó,
recogiéndose sobre sí misma, hasta que sólo quedó un punto brillante.
DÉCIMA APARICIÓN
Fecha:
abril 11 del año 30 (martes)
Hora: Poco antes de las 8 horas
Testigos:
Lázaro y más de ciento cincuenta seguidores del Maestro.
Lugar:
Interior de una de las sinagogas de Filadelfia (más allá de la Perea).
Duración:
Alrededor de tres minutos.
La
reunión tenía por objeto difundir la última noticia procedente de la Ciudad
Santa: “La resurrección del Maestro”.
Cuando Lázaro y Abner, el jefe de aquellos
creyentes, se disponían a hablar, un «hombre» surgió «de la nada», a escasos
pasos de los oradores. Tampoco lo reconocieron. Según los emisarios que dieron
cuenta del hecho, el Resucitado dijo:
«La
paz sea con vosotros...» Ya sabéis que tenéis un solo Padre en el cielo y que
únicamente existe un evangelio del reino: La buena nueva del regalo de la vida
eterna que los hombres reciben por la fe. Al gozar de vuestra fidelidad al
evangelio, rogad a Dios para que la verdad se extienda en vuestros corazones
con un nuevo y más bello amor hacia vuestros hermanos.
Amad
a todos los hombres como yo os he amado y servidles como yo os he servido.
Recibid en vuestra comunidad, con agradable comprensión y afecto fraternal, a
todos los hermanos consagrados a la divulgación de la buena nueva. Sean judíos
o gentiles. Griegos o romanos. Persas o etíopes. Juan predicó el reino por
adelantado. Vosotros, la fuerza del evangelio. Los griegos anuncian ya la buena
nueva y yo, en breve, voy a enviar al Espíritu de la Verdad al alma de todos
estos hombres, mis hermanos, que tan generosamente han consagrado sus vidas a
la iluminación de sus semejantes, hundidos en las tinieblas espirituales.
Todos
sois hijos de la luz. No tropecéis en el error de la desconfianza y la
intolerancia. Si, gracias a la fe, os
habéis elevado hasta amar a los no creyentes, ¿no deberíais igualmente amar a
vuestros compañeros creyentes de la gran familia de la fe? Recordad que, según
os améis, todos los hombres reconocerán que sois mis discípulos. «Marchad,
pues, por todo el mundo, anunciando el evangelio de la paternidad de Dios y de
la hermandad de los hombres. Hacedlo con todas las razas y naciones. Sed
prudentes al escoger los métodos para la divulgación de estas verdades.
Habéis
recibido gratuitamente este evangelio del reino y gratuitamente lo entregaréis.
»No temáis... Yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin del tiempo. »Os dejo
mi paz...»
Dicho
esto, el «Hombre» desaparece de la vista de los allí congregados. Los testigos,
impresionados, se apresuran a dar cumplida cuenta de lo ocurrido a los íntimos
del Maestro y a salir a los caminos, anunciando lo solicitado por el «Hombre».
A decir verdad, son los primeros «misioneros». Los pioneros en la difusión de
un mensaje -el gran mensaje- no contaminado...
DÉCIMA PRIMERA
Fecha:
abril 16 del año 30
Hora:
18 horas
Testigos:
Los once íntimos y quien esto escribe (Jasón)
Lugar:
Cenáculo, en la casa de los Marcos (Jerusalén).
Duración:
Cuatro minutos.
Nos
encontrábamos en plena cena, de repente, las candelas amarillentas de las
lucernas oscilaron ligeramente. Se hizo un silencio de muerte. Instantáneo. Y
supongo que el mismo escalofrío que me recorrió de pies a cabeza, sacudió igualmente
a los otros once.
Frente
a mí, como salido del otro lado del muro, avanzó una figura alta y corpulenta,
difuminada por la penumbra de la cámara. Las llamas recuperaron la verticalidad
y yo, espantado, creí que mi corazón se partía en dos.
El
“hombre" -porque en esta ocasión no hubo fenómenos luminosos ni extraños-
se detuvo entre los divanes ocupados por Santiago y Mateo Leví, frente por
frente al lugar de Tomás.
¡Era
El! Vestía su familiar atuendo: Manto color vino y la inmaculada túnica blanca.
Creo que fui el único que se puso en pie, impulsado por una feroz descarga de
adrenalina. El resto, pillado por sorpresa, no reaccionó. ¡Aquel cuerpo...
absolutamente humano! Esa fue, al menos, mi impresión. ¡Era el mismo Jesús que había conocido en vida!
Pero, ¿cómo podía ser si yo le había visto muerto? Mis ojos se clavaron en su
rostro, en sus cabellos, en su torso, en sus brazos, en las sandalias... ¡Todo
era normal! ¿Normal? ¡Dios mío!, qué locura! además, ¿por dónde había entrado?
Y
al plantarse frente a los mudos y casi hipnotizados discípulos, les saludó así:
-Que la paz sea con vosotros...He esperado una semana hasta que estuvierais
todos reunidos, para aparecer de nuevo y daros, una vez más, la orden de
recorrer el mundo divulgando el evangelio del reino... Os lo repito: lo mismo
que el Padre me ha enviado al mundo, yo os mando. Lo mismo que he revelado al
Padre, vosotros vais a extender el amor Divino, no sólo con palabras, sino
también con vuestras vidas cotidianas. Os envío, no para amar las almas de los
hombres, sino para amar a los hombres. No basta que proclaméis las alegrías del
cielo. Es preciso también demostrar las realidades espirituales de la vida
Divina en vuestra experiencia diaria.
Sabéis
por la fe que la vida eterna es un don de Dios. Cuando tengáis más fe y el
poder de arriba (el Espíritu de la Verdad) haya penetrado en vosotros, no
ocultaréis vuestra luz.
Aquí, tras las puertas cerradas, daréis a
conocer a toda la Humanidad el amor y la misericordia de Dios?. Por miedo, huís ahora
ante una desagradable experiencia. Pero, al estar bautizados del Espíritu de la
Verdad, iréis felices y alegres a propagar las nuevas experiencias de la vida
eterna en el reino del Padre... Vuestra misión en el mundo se basa en lo que he
vivido con vosotros: una vida revelando a Dios y en torno a la verdad de que
sois hijos del Padre, al igual que todos los hombres. Esta misión se concretará
en la vida que haréis entre los hombres, en la experiencia afectiva y viviente
del amor a todos ellos, tal y como yo os he amado y servido.
-...
Podéis permanecer aquí o en Galilea durante un corto periodo. Así podréis
reponeros del golpe de la transición entre la falsa seguridad de la autoridad
del tradicionalismo y el nuevo orden de la autoridad de los hechos, de la
verdad y de la fe, en las realidades supremas de la viva experiencia.
Que
la fe ilumine al mundo y que la revelación de la verdad abra los ojos cegados
por la tradición.
Que
vuestro amor destruya los prejuicios engendrados por la ignorancia. Al acercaros
a vuestros contemporáneos con simpatía comprensiva y una entrega desinteresada,
les conduciréis a la salvación por el conocimiento del amor del Padre.
Los judíos han exaltado la bondad. Los
griegos, la belleza. Los hindúes, la devoción. Los lejanos ascetas, el respeto.
Los romanos, la fidelidad... Pero yo pido la vida de mis discípulos. Una vida
de amor al servicio de sus hermanos encarnados.
El
Maestro hizo una breve pausa. Sus ojos seguían irradiando aquella mágica luz y
aquella afilada fuerza, y concentrándolos en los de Thomas, le dijo sin
reproches:
Y tú, Tomás, que has dicho que no creerías a menos que me vieras y
pusieras tus dedos en las heridas de los clavos de mis muñecas, ahora me has
visto y oído... A pesar de que no veas ninguna señal de clavos...
Y
Jesús acompañó aquellas palabras con un movimiento de sus brazos. Los alzó
hasta que las palmas quedaron a la altura de su rostro. Las amplias mangas se
deslizaron al momento hacia abajo. Los antebrazos y muñecas, en efecto, no
presentaban cicatrices o señales de las pasadas torturas.
Miré de soslayo al perplejo discípulo.
Estaba lívido.
Las miradas de todos se centraron en
las extremidades superiores del rabí, que permaneció unos segundos en la misma
posición. ¡Fue desconcertante! Su piel aparecía tersa, con el mismo y abundante
vello de antes y con los vasos perfectamente marcados.
-...
Ya que ahora vivo bajo una forma que tú también tendrás cuando dejes este mundo
-reanudó su importante aclaración-, ¿qué les dirás a tus hermanos? El mismo Jesús
respondió a su pregunta.
-Reconocerás
la verdad, ya que, en tu corazón, habías empezado a creer, a pesar de
manifestar con insistencia tu incredulidad.
Es
justo el momento en que las dudas empiezan a desmoronarse... Thomás, te pido que
no pierdas la fe. Sé creyente... Sé que creerás con todo tu corazón.
Al
ver las muñecas de su Maestro y escuchar estas palabras, Thomás se alzó del
diván, cayendo de rodillas sobre el entarimado. Y asustado, exclamó: - ¡Creo,
mi Señor y mi Maestro!
Fue la única vez que vi sonreír a Jesús. Fue
una sonrisa fugaz pero clara. Y el “hombre" replicó:
-Has
creído, Tomás, porque me has visto y oído. ¡Benditos sean en los tiempos
venideros...!
-La sangre se me heló en las venas. Jesús giró ligeramente su
rostro, mirándome a los ojos. Y repitió: -...
Benditos sean en los tiempos
venideros los que crean sin haberme visto con los ojos de la carne, ¡ni oírme
con los oídos humanos!
Una
mezcla de emoción, miedo y ganas de gritar me inundó el alma, dejándome como
muerto. Finalizadas estas históricas frases caminó hacia el extremo en el que
me hallaba y al llegar a mi altura, se volvió hacia los boquiabiertos
testigos. Entonces,
a manera de despedida, les comunicó:
-Ahora, id todos a Galilea. allí os apareceré muy pronto.
Se
volvió nuevamente hacia mí, me sonrió y caminó despacio, sin prisas, hacia la
penumbra de la pared por la que le habíamos visto surgir. Y dejamos de verle.
Simplemente, se esfumó...Y yo, con los dispositivos conectados, permanecí en
pie, como una estatua, tan ensimismado, perplejo y confuso como los demás.
DÉCIMA
SEGUNDA APARICIÓN
Fecha:
abril 18 del año 30 (martes)
Hora:
Poco después de las 20 horas
Testigos:
Unos ochenta griegos y judíos que compartían las enseñanzas del Maestro.
Lugar: Residencia de Rodán (ciudad de Alejandría, en
Egipto).
Duración:
Dos minutos escasos.
Cuando uno de los «correos» enviados
por David Zebedeo concluye su exposición sobre la muerte de Jesús de Nazaret,
un «Hombre» aparece de pronto entre los allí reunidos. Rodán, Natán de Busiris (el mensajero) y
otros lo reconocen. El Resucitado, según Natán, dice textualmente:
«Que la paz sea con vosotros...
El Padre me ha enviado para establecer algo
que no es propiedad de ninguna raza, nación, ni tampoco de ningún grupo
especial de educadores o predicadores. El evangelio del reino pertenece a
judíos y gentiles, a ricos y pobres, a hombres libres y a esclavos, a mujeres y
varones e, incluso, a los niños. Extended este evangelio de amor y verdad a
través de vuestras vidas. Os amaréis con un nuevo amor, como yo os he amado.
Serviréis a la humanidad con una devoción nueva y sorprendente, como yo os he
servido. Entonces, cuando los hombres
vean cómo los amáis, y cuánto trabajáis en su favor, comprenderán que habéis
entrado por la fe en la comunidad del reino de los cielos. Entonces seguirán al
Espíritu de la Verdad, al que descubrirán en vuestras vidas, hasta hallar la
salvación eterna. »Al igual que mi Padre me envió a este mundo, yo también os
envío. Todos estáis llamados a difundir esta buena nueva a quienes se debaten
en las tinieblas. El evangelio del reino pertenece a todos aquellos que creen
en él...¡Prestad atención!: este evangelio no debe ser confiado exclusivamente
a los sacerdotes...
»En breve, el Espíritu descenderá sobre
vosotros y os guiará hacia la verdad. Id, pues, y predicad esta gran
noticia...»Y no olvidéis que estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos.»
El «Hombre» se esfuma. Dos días después
-jueves, 20 de abril- otro «correo» llega a Alejandría con la noticia de la
resurrección.
Rodán y su gente proporcionan al
perplejo mensajero otra no menos valiosa información: «Sí, lo sabemos. Nosotros
acabamos de verlo.»
DÉCIMA
TERCERA APARICIÓN
Fecha: abril 21 del año 30 (viernes)
Hora: Poco después del amanecer
Testigos: Testigos «oficiales»: Diez de
los apóstoles (faltaba Simón el Zelota), el adolescente Juan Marcos y quien
esto escribe.
Lugar: Playa de Saidan, en el lago de
Tiberíades.
Duración: Oficialmente unas cuatro
horas.
A las 06 horas y 30 minutos de aquel
viernes, 21 de abril, las dos embarcaciones enfilaron la costa de Saidan. ¡Eran
ellos! Jesús, atento a las maniobras de los remeros, se separó de la fogata.
A poco más de cien metros de la orilla,
la primera de las barcas - capitaneada por Simón Pedro- aflojó la boga. Algunos
de los remeros repararon entonces en el hombre que parecía esperarlos cerca del
fuego. Se produjo una breve discusión. Quizá se trataba de alguno de los
habituales compradores de pescado de Nahum o de Tarichea, que acudía a
recibirlos.
Cuando la barca se hallaba a poco más
de 50 metros, Jesús levantó su brazo izquierdo y, dirigiéndose a los
pescadores, les gritó:
-¡Muchachos!, ¿habéis pescado algo?
Simón Pedro, con gesto adusto, le
respondió con un seco y lacónico «No».
El Resucitado se dirigió de nuevo a la
tripulación. Y señalando a estribor ordenó con potente voz:
- ¡Lanzad la red a la derecha de la
barca..., y encontraréis peces!
La superficie del yam se agitaba ante
la súbita aparición de un nutrido banco de peces. Pedro, olvidando al hombre de la playa,
comenzó a vociferar y a gesticular, advirtiendo a los ocupantes de la segunda
lancha, la proximidad del pescado. Juan Zebedeo soltó el ancla, e
incorporándose a la brega de los remeros, bogó con fuerza hacia el apetitoso
botín. A escasa distancia de la espumosa «mancha», con admirable precisión, las
embarcaciones se aproximaron. Arrojaron la red trazando un círculo. Al momento,
ocho de los diez hombres, entre gritos
de entusiasmo, se apresuraron a recoger el “arte” arrastrando la bolsa
hacia las popas de las lanchas.
El Maestro, visiblemente complacido,
dio media vuelta, retornando al lado de la fogata. Y cruzando los brazos sobre
el pecho, esperó.
Objetivamente hablando, Jesús se limitó
a señalar una «mancha» de pescado que, desde las lanchas, quizá hubiera pasado
inadvertida.
Después -ya se sabe-, con el paso del tiempo,
aquel hecho, totalmente fortuito, fue deformado y equiparado a la categoría de
«pesca milagrosa».
Muy cerca, Juan Zebedeo intuye que
aquel «Hombre» es el Maestro. Simón Pedro se lanza al agua. A pesar de sus
temibles modales, el tosco galileo amaba a su Señor por encima de sus amigos y
parientes. Y al llegar a la orilla se detuvo, permaneció inmóvil. Los nueve,
intrigados por el anormal comportamiento de Pedro, fueron aproximándose a la
playa. Los rostros pasaron de la
sorpresa al miedo. Sólo el de Juan se iluminó. Algunos incluso retrocedieron.
El silencio era plomizo. Significativo. El Maestro, con una mirada capaz de
perforar el acero, fue escrutando a cada uno de sus hombres. Pero tampoco habló
o hizo ademán alguno.
El Maestro en un tono distendido,
comentó:
-Juan, estoy contento de volver a verte
en Galilea, donde podremos tener una buena conversación. Quédate con nosotros a
desayunar.
Y dirigiéndose a los petrificados
discípulos les ordenó:
-Traed vuestro pescado y preparad
algunos para desayunar. Tenemos fuego y mucho pan.
Los discípulos, animados por las
palabras del Resucitado, lograron sacudirse el aturdimiento. Volvieron sobre
sus pasos, arrastrando la red hacia tierra firme. Pedro reaccionó. Se encaminó
al encuentro del rabí. Cayó de rodillas a sus pies y, abriendo sus brazos,
exclamó con aquel recio vozarrón que le caracterizaba, quebrado ahora por la
emoción: - ¡Mi Señor! y mi Maestro!
El resucitado, palmeando suave y
entrañablemente las mojadas espaldas de Pedro, le invitó a que acompañara a sus
hermanos a concluir la faena. El rabí se entregó a la preparación del fuego.
Las lenguas de fuego se retorcieron y Jesús, acusando el roce de las llamas,
retiró los brazos.
Felipe y los gemelos, al percatarse de las manipulaciones de su Maestro,
acudieron prestos, con la sana intención de ocupar su lugar. Jesús no lo
permitió. A continuación, solicitando de Santiago uno de los largos cuchillos
el rabí se situó con los peces al borde del yam. Se remangó y, hábilmente, fue descabezándolos
y extrayendo las entrañas. Una vez
lavados retornó junto al fuego, esperando a que la improvisada «parrilla»
alcanzase la temperatura idónea.
Minutos más tarde, las apetitosas
tilapias se asaban sobre la negra roca. Los aparejos fueron extendidos sobre la
playa y, frotándose las manos de satisfacción, rodearon al diligente
«cocinero».
Sirviéndose del cuchillo, el Maestro vigiló el asado de los peces. Cuando el desayuno estuvo a punto,
Jesús, con los ojos llorosos por el humo, indicó a sus amigos que se sentaran.
Los gemelos, siguiendo su costumbre, se dispusieron a servir el pan y las
tilapias.
-No… -Intervino el rabí-, vosotros
también debéis sentaros. Juan Marcos lo hará.
Jesús una vez más- rompió el hielo,
bromeando sobre el chapuzón de Simón Pedro y su poco estético vientre. Las risas afloraron de nuevo y, por espacio
de una media hora, se entretuvieron en rememorar viejos recuerdos y
experiencias, muchas de ellas vividas allí mismo, en el lago. Jesús reía con ganas,
absolutamente feliz.
Hacia las 09 horas la conversación
decayó.
Y el Maestro, alzándose, hizo una señal
a Juan Zebedeo y a Simón Pedro para que le acompañaran. Jesús, flanqueado por
sus dos hombres, caminó despacio por la orilla del agua, en dirección a la
desembocadura del Jordán. De pronto, pasando su brazo izquierdo sobre los
hombros del Zebedeo, le preguntó:
-Juan, ¿me amas?
- ¡Sí, Maestro!... ¡De todo corazón!
Y el Resucitado, ante la atónita mirada
de los galileos, exclamó con vehemencia:
-Entonces, renuncia a tu intolerancia y
aprende a amar a los hombres como yo te he amado. Consagra tu vida a demostrar
que el amor es lo más grande del mundo. Es el amor de Dios quien conduce a los
hombres a la salvación. El amor es la bondad espiritual y la esencia de la
verdadera belleza.
Y volviéndose hacia el rudo Pedro,
taladrándole con aquella mirada de halcón, le formuló la misma cuestión.
-Pedro, ¿me amas?
- ¡Señor, sabes que te amo con toda mi
alma!
-Si me amas -argumentó con un hilo de
tristeza-, alimenta a mis corderos…
imparable, como siempre, el pescador
quiso replicar; pero el Resucitado, sellando los labios del galileo con su mano
izquierda, prosiguió:
-No escatimes tu ministerio a los
débiles, a los pobres ni a los jóvenes.
Predica el evangelio sin temor ni preferencias. No olvides que Dios no
hace excepciones. Sirve a tus contemporáneos como yo te serví. Perdona a los
hombres como yo te he perdonado. Deja que la experiencia te demuestre el valor
de la meditación y el poder de la reflexión inteligente.
Sí, Señor, sabes que te amo.
-Cuida bien de mis ovejas.
Sé un buen pastor para mi rebaño.
No traiciones la confianza que tengo en
ti.
No te dejes sorprender por el enemigo.
Debes estar siempre vigilante. ¡Vela y
reza!
-El confuso discípulo permaneció
clavado en la arena. Jesús y el Zebedeo se distanciaron unos metros. Pero el
Maestro se volvió hacia el pescador, planteándole por tercera vez el mismo
dilema.
-Pedro, ¿me amas verdaderamente?
Simón bajó la cabeza, entristecido.
Jesús aguardó. Y, Pedro remontándose por encima de la tristeza, le gritó sin
esconder su enojo:
- ¡Conoces todas mis cosas, Señor!...
¡Por lo tanto, sabes que, en realidad, te quiero!
Y el Resucitado, autoritario, le
ordenó:
- ¡Alimenta mis ovejas!...
¡No abandones el rebaño!
¡Sirve de ejemplo e inspiración a todos
tus compañeros pastores!...
¡Ama al rebaño como yo te he amado!
¡Conságrale toda tu felicidad, como yo
lo hice contigo!
¡Y sígueme!... ¡Sígueme hasta el fin!
Estas consignas fueron acompañadas de
bruscos y sucesivos movimientos afirmativos de cabeza por parte de Pedro. El
rabí se disponía a reanudar el paseo cuando, en otro de sus irreflexivos
arranques, Simón señaló hacia Juan, preguntando:
-Si te sigo, ¿qué hará éste?
Jesús le miró con benevolencia. Y con
una paciencia infinita le aclaró:
-No te preocupes de lo que hagan tus
hermanos. Si quiero que Juan permanezca aquí al marcharte tú, y hasta que yo
vuelva, ¿en qué te concierne?
Avanzó unos pasos hasta situarse a
medio metro del galileo y, colocando sus manos sobre los hombros de Pedro,
repitió con firmeza:
- ¡Tú asegúrate únicamente de seguirme!
Jesús dio por concluido el breve paseo,
rogando a los desconcertados Pedro y Juan que avisaran a sus hermanos Andrés y
Santiago Zebedeo para que se reunieran con él.
También Andrés y Santiago acompañaron
al Señor por la orilla del lago. Transcurridos unos minutos de embarazoso
silencio, Jesús le habló así al ex jefe de los íntimos:
-Andrés, ¿tienes confianza en mí?
Y con exquisita calma respondió:
-Sí, Maestro, tengo absoluta confianza
en ti.... y lo sabes. El Resucitado le sonrió complacido.
-Andrés, si tienes confianza en mí
-replicó Jesús, poniendo el dedo en uno de los graves defectos del galileo-,
ten más confianza en tus hermanos y, sobre todo, en Pedro...
Andrés, bajando la mirada, aceptó de
buen grado la Sutil reprimenda.
-... Antaño -prosiguió en tono animoso-
te encomendé la dirección del grupo. Ahora es preciso que les des confianza, en tanto que
yo te dejo para ir hacia el Padre.
Cuando tus hermanos se dispersen como consecuencia de las persecuciones,
sé un sabio y previsor consejero para Santiago, mi hermano por la sangre, ya
que tendrá que soportar una pesada carga, que su experiencia no le permite
llevar. Después sigue teniendo confianza. ¡No te faltaré! Y al fin vendrás
junto a mí.
Seguidamente, volviéndose hacia el frío y distante Santiago de
Zebedeo, le formuló la misma pregunta:
-Tienes confianza en mí?
El pétreo rostro del pescador no se
inmutó. Pero su voz, reposada y segura, denunció el gran afecto que le
profesaba.
-Sí, Maestro, de todo corazón...
-Santiago, si es cierto que tienes
confianza en mí, deberías ser menos impaciente con tus hermanos...
El Zebedeo no pestañeó. El rabí tenía
toda la razón. Pero, demasiado orgulloso para admitirlo, sostuvo desafiante la
mirada del Resucitado.
-Si de verdad deseas disfrutar de mi
confianza, esto te ayudará a ser mejor para con la hermandad de los creyentes.
La irresistible luz de aquellos ojos
venció finalmente la audacia del Zebedeo quien inclinando la cabeza, asintió en
silencio.
-...Aprende a pensar en las
consecuencias de tus palabras y actos. Recuerda que la cosecha es obra de la
siembra. Reza por la tranquilidad de
espíritu y cultiva la paciencia. Con fe viva, éstas gracias te sostendrán
cuando llegue la hora de beber la copa del sacrificio. No temas nunca. Cuando hayas acabado en la
Tierra vendrás a morar junto a mí.
Nueva y dramática «profecía»: «...
cuando llegue la hora de beber la copa del sacrificio.» Santiago moriría
catorce años después...
A continuación, fueron reclamados
Tomás, el «mellizo», y Bartolomé.
-Thomás, ¿me sirves?
-Sí, Señor... Te sirvo ahora y siempre.
-Si quieres servirme -le anunció al
tiempo que le estrechaba contra su costado derecho-, sirve a tus hermanos mortales
como yo te he servido. No te canses de
obrar en este sentido y persevera, puesto que has recibido la ordenación de
Dios para este servicio de amor. Al
terminar en la Tierra servirás conmigo en la gloria. Thomás, tienes que dejar de
dudar. ¡Acrecienta tu fe y tu conocimiento de la Verdad! Si lo deseas, cree en
Dios como un niño, pero no actúes infantilmente...Y, deteniéndose, le alentó
con vehemencia: -¡Ten valor! ¡Sé fuerte en la fe y en el reino de Dios!
Bartolomé (Natanael) escuchó la misma
pregunta:
- ¿Me sirves?
-Sí, Maestro, con una total entrega.
-Si me amas de todo corazón -prosiguió
Jesús-, asegúrate de trabajar por el bienestar de mis hermanos terrestres. Une
la amistad a tus consejos y añade el amor a la filosofía. Sirve a tus contemporáneos como yo
serví. Sé fiel a los hombres, lo mismo
que he velado por ti. No seas crítico y espera menos de algunos hombres. Así,
tu decepción será menor. Al término de
tu trabajo en la Tierra servirás arriba, conmigo.
Les tocó el turno a Mateo Leví y
Felipe.
El bromista del grupo -Felipe- parecía haber
perdido su habitual y encomiable sentido del humor. Fatigado y ojeroso por la
pasada noche en el yam, me dio la sensación de que estaba a punto de dormirse.
-Felipe, ¿me obedeces?
-Sí, Señor, te obedeceré aun a costa de
mi vida.
Sin poder evitarlo, bostezó
ruidosamente. El Maestro, paciente ante el honesto aunque poco espiritual
galileo, aguardó a que el de Caná recuperara una cierta compostura. Después, señalando hacia el este, le dijo algo
que marcaría su destino:
-Si quieres obedecerme, ve al país de los gentiles y
proclama el evangelio.
El intendente siguió la dirección apuntada por el dedo
del Maestro. Sin embargo creo que no le comprendió del todo.
-… Los profetas
han dicho que más vale obedecer que sacrificar.
Por la fe, conociendo a Dios, eres un hijo del reino. Sólo hay una ley a
observar: difundir el evangelio. ¡Deja de temer a los hombres! ¡No te asuste
predicar la buena nueva de la vida eterna a tus semejantes que languidecen en
las tinieblas y que tienen sed de luz y de verdad!
Muerto de cansancio, Felipe oía sin
escuchar. Pero súbitamente, cuando le mencionó el tema «dinero», su
atolondramiento se esfumó.
-.. No te ocupes más del dinero
-concluyó Jesús-, ni de las provisiones. Desde ahora, al igual que tus
hermanos, eres libre para extender la buena nueva. Te precederé y acompañaré
hasta el final.
Con una sonrisa de alivio, Felipe retornó junto al fuego.
Mateo Leví, el «ex recaudador» de
impuestos, uno de los hombres más serios y cabales del grupo, aguardó su turno
con evidente curiosidad.
-¿Tu corazón, Mateo, está en
disposición de obedecerme?
-Sí, Señor -replicó el discípulo con
serenidad-, estoy enteramente consagrado a seguir tu voluntad.
Entonces, si quieres obedecerme, ve a enseñar a todos los pueblos el evangelio del reino. No proporcionarás a tus hermanos las cosas
materiales de la vida. Sin embargo, proclamarás la buena nueva de la salud y de
la salvación espiritual. A partir de ahora, no tendrás otro objetivo que
ejecutar el mandamiento de predicar este evangelio del reino del Padre. Igual
que yo he seguido en la Tierra la voluntad del Padre, tú cumplirás también tu
misión divina...
Jesús puso especial énfasis en estas tres últimas palabras: «
tu misión divina.» -Acuérdate que judíos y gentiles son ambos tus hermanos. No
tengas temor de ningún hombre cuando proclames las verdades salvadoras del
evangelio del reino de los cielos. Allí
donde yo voy, tú vendrás pronto.
La última pareja con la que el
Resucitado dialogó aquella mañana fue la formada por los dóciles e ingenuos
gemelos.
-Jacobo y Judas -les preguntó
conjuntamente-
¿creéis en mí? La respuesta fue fulminante:
-Sí, Maestro, creemos.
Jesús los contempló con ternura. No
cabía duda: a pesar de su corta capacidad intelectual, los de Alfeo le
idolatraban. Les sonrió y, contagiados de aquel inmenso afecto, se precipitaron
sobre el rabí, abrazándole.
-Muy pronto os voy a dejar -les
manifestó con dulzura y como si temiera lastimarlos- Ya veis que lo he hecho
físicamente... Su exquisito tacto no evitó que los hermanos, presintiendo su
marcha, rompieran a llorar. El Maestro intentó infundirles ánimo:
-Estaré poco
tiempo en mi actual forma, antes de ir con el Padre...-Creéis en mí. Sois mis
discípulos y siempre lo seréis. Seguid creyendo cuando haya partido y recordad
siempre vuestra asociación conmigo. Incluso cuando regreséis a vuestro antiguo
trabajo. No dejéis jamás que el cambio de labor influya en vuestra obediencia.
Tened fe en Dios hasta el fin de vuestros días terrestres. No olvidéis que sois
hijos de Dios por la fe y que todo trabajo honrado es sagrado para el reino.
Nada de cuanto haga un hijo de Dios
puede ser ordinario; por lo tanto, haced ahora vuestro trabajo como si fuera
para Dios. Cuando hayáis acabado en este mundo -Jesús levantó el rostro hacia
el azul del cielo- tengo otros mejores, donde trabajaréis también para mí. En esta obra, en éste y otros mundos,
trabajaré con vosotros y mi espíritu vivirá en vosotros.
Y hacia las 10 horas, en compañía de
los angustiados gemelos, Jesús de Nazaret retornó junto a sus pensativos
hombres.
Pidió dos voluntarios para ir en busca
de Simón, el Zelote, con la súplica de que se uniera al grupo. Andrés y Pedro
prometieron traerlo ese mismo día. Acto seguido, en pie, a un par de metros del
círculo que formaban los galileos, de espaldas al lago, se despidió con las
siguientes palabras:
- ¡Adiós!... Hasta que vuelva a verlos
a todos mañana, a la hora sexta, en la montaña de vuestra ordenación.
Ni los pescadores, ni nosotros, podríamos
explicar satisfactoriamente lo que ocurrió a continuación. Las palabras están de más. Ni la tecnología,
ni todo el saber actual podrían aclarar el cómo de semejante desaparición.
Sencillamente, Jesús -o lo que fuera- dejó de «estar». Insisto, los galileos, y yo dejamos de verle. Se disolvió sin ruido, sin rastro,
sin destellos y sin la implosión que, lógicamente, debería haber provocado.
¡Nada
DÉCIMA
CUARTA APARICIÓN
Fecha: abril 22 del año 30 (sábado)
Hora: Sexta (mediodía)
Testigos: Los once discípulos.
Lugar: Monte de la Ordenación (hoy
llamado de las Bienaventuranzas), al norte del kennereth (lago de Galilea).
Duración: Una hora
A las 11.45 se detenían a corta
distancia de la cima. El Maestro, en pie, los esperaba. El Señor los saludó, invitándolos a que se
aproximaran. El Zelote, más impresionado que el resto, fue el último en llegar
hasta Él. Y a una orden del Resucitado, los once se arrodillaron a su
alrededor.
Entonces, levantando el rostro hacia
los cielos, pronunció unas solemnes palabras. Más que hablar, Jesús gritó,
pleno de seguridad, poder y majestad. Al oírle nos estremecimos.
- ¡Padre mío, te traigo de nuevo a
estos hombres: ¡Mis mensajeros! De entre los hijos de la Tierra, he elegido a
éstos para que me representen, como yo he venido representándote. ¡Ámalos y acompáñalos, como tú me has amado y
acompañado! Y ahora, Padre mío, dadles la sabiduría, ya que pongo en sus manos
todos los asuntos del reino. Nuevamente, Padre mío, te doy las gracias por
estos hombres y los dejo bajo tu guardia...
Concluida la plegaria, en mitad de un
respetuoso silencio, el Resucitado se acercó a cada uno de los presentes,
colocando las manos sobre sus cabezas. En cada imposición, el Señor cerraba sus
ojos, permaneciendo así por espacio de varios segundos. Sólo Felipe y Simón
Pedro -los más curiosos- se permitieron alzar ligeramente los ojos, espiando
los movimientos de Jesús. Terminada la imposición de manos, les rogó que se
alzaran. Y recuperando su buen humor, departió con ellos durante una media hora,
rememorando -como sucediera en la playa de Saidan- los «viejos tiempos».
Por último, hacia las 12.45 horas se
dirigió a Simón, el Zelote, abrazándolo durante casi un minuto. No hubo
palabras en aquel efusivo abrazo. Pero los ojos del patriota se llenaron de
lágrimas. Acto seguido, uno por uno,
repitió la entrañable despedida. Y retrocediendo hasta el centro del círculo
que formaban los íntimos, desapareció fulminantemente. Tras unos minutos de
confusión, los discípulos emprendieron el regreso a Nahum.
DÉCIMA
QUINTA APARICIÓN
Fecha: abril 29 del año 30 (sábado)
Hora: Hacia la hora nona (Quince horas)
Testigos: Los once discípulos, el joven
Juan Marcos, la Señora, parte de la familia de los Zebedeo, alrededor de
quinientos vecinos de las localidades próximas y quien esto escribe.
Lugar: Playa de Saidan.
Duración: Quince segundos
aproximadamente.
Convocados por Simón Pedro para
hablarles sobre el resucitado de Galilea, hacia las 14 horas, comenzó a
registrarse un lento e ininterrumpido fluir de hombres, mujeres y niños.
Aquellas gentes -en su mayoría- eran sencillos felah,(campesinos, trabajadores,
artesanos) y un buen número de am-ha-arez (la escoria del pueblo, semidesnudos).
Aquello -más que una reunión de carácter religioso- era una festiva jornada «de
campo o de playa». A nadie parecía preocuparle la prometida aparición de los
discípulos del rabí. Los niños jugaban, las mujeres asaban tilapias, los
hombres pendientes de las fogatas. etc. etc.
Y así continuó la «fiesta» hasta que,
poco antes de la hora nona (las tres), Pedro apareció en primer lugar. Se detuvo unos instantes inspeccionando el
gentío. Y con voz ronca se dirigió a los presentes, recordando quién era el
Hijo del Hombre. Pedro, les hizo ver que «sólo había un camino: Imitar al
Resucitado».
Y tras cincuenta minutos de discurso,
con un público embelesado y rendido, Simón Pedro cerró la alocución con un
audaz acto de fe: -” Y afirmamos que
Jesús de Nazaret no está muerto. Y declaramos que se ha levantado de la tumba.
Y proclamamos que le hemos visto y hemos hablado con Él.
De repente sucedió «algo» que,
obviamente, nadie esperaba. Las gentes, atónitas, no reaccionaron. Recuerdo que
el viento cesó. Y lo hizo bruscamente y a destiempo. Las fogatas -
«alimentadas» por una fuerza invisible- estiraron sus lenguas de fuego. Pero
fue un crepitar silencioso. En realidad, «todo» era silencio. Un inmenso y
antinatural silencio. Sin embargo, el oleaje batía la costa. Y en aquel
atronador silencio, en el centro de la barca, surgió una alta figura. Vestía
una larga túnica blanca, sin manto, con los brazos desmayados a lo largo del
«cuerpo». De improviso, las gentes retrocedieron. Algunos tropezaron y cayeron.
No escuché exclamaciones. El movimiento -provocado por el miedo- fue igualmente
silencioso. Y durante unos instantes sus ojos se pasearon por la desconcertada
y temerosa concurrencia.
Y abriendo los finos labios, con su
templada, vigorosa y acariciante voz, exclamó:
« Que la paz sea con vosotros...
» «... Mi paz os dejo. »
E instantáneamente dejé -dejamos- de
verle. Sencillamente se volatilizó. Y sin intervalo alguno, con el eco de la
última frase en mi cerebro, todo recuperó la normalidad.
DÉCIMA
SEXTA APARICIÓN
Fecha: mayo 5 del año 30 (viernes)
Hora: Primera vigilia de la noche
(hacia las 21 horas).
Testigos: El anfitrión (Nicodemo), los once
discípulos y alrededor de setenta seguidores del Maestro, entre los que se
encuentran mujeres y griegos.
Lugar:
Patio a cielo abierto en la casa de Nicodemo (Jerusalén).
Duración: Unos cuatro minutos.
A la media hora de iniciada la reunión,
un «Hombre» se presenta de improviso entre ellos. Es reconocido de inmediato. Y
Jesús, según las informaciones que obran en mi poder, les dice:
“La paz sea con vosotros... He aquí el grupo
más representativo de creyentes, embajadores del reino, discípulos, hombres y
mujeres, al que he aparecido desde que me liberé de la carne. Os recuerdo ahora
lo que os anuncié tiempo atrás: “Que mi estancia entre vosotros
terminaría. Os manifesté que tenía que
volver junto al Padre. También os expuse claramente cómo los sacerdotes
principales y los líderes de los judíos me entregarían para ser condenado a
muerte. Pero también os dije que me levantaría del sepulcro…Entonces, ¿cuál es
la razón de vuestro desconcierto? ¿Por qué tanta sorpresa cuando, al tercer
día, resucité? No me creísteis porque escuchasteis mis palabras sin
entenderlas.» Ahora, por tanto, prestad atención para no caer de nuevo en el
error de oírme con la mente, ignorándome con el corazón.
» Desde el primer momento de mi estancia
entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos
a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podéis acceder al
conocimiento de ese gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y
vosotros sus hijos...» ¡Dios os ama!... Y es un hecho que sois sus hijos...»
Por la fe en mis palabras, esto se convierte en una verdad eternamente viva en
vuestros corazones. «Cuando, por esa fe viva, os hagáis conscientes de ese Dios
y de cuanto afirmo, entonces habréis nacido como hijos de la luz y de la vida.
Y yo os prometo que seguiréis ascendiendo y que encontraréis al Padre en el
Paraíso... «Debéis marchar, predicando el amor de Dios y el servicio a los
hombres». Lo que el mundo necesita es
saber que todos son hijos del Padre y que, gracias a esa fe, pueden conocer y
experimentar esa noble verdad.
Mi encarnación debería ayudar a comprender que
los hombres son hijos del cielo, pero sé también que, sin la fe, no es posible
alcanzar el auténtico sentido de esa revelación. Ahora, aquí, estáis
compartiendo la realidad de mi resurrección. Pero esto no tiene nada de
extraño. Yo tengo el poder para sacrificar mi vida... y para recuperarla. Es el
Padre quien me otorga ese poder... Más que por esto, vuestros corazones deberían
estremecerse por la realidad de esos muertos de una época que han emprendido la
ascensión eterna poco después de que yo abandonara la tumba de José de
Arimatea. He vivido para mostraros cómo, con amor, podéis revelar a Dios a
vuestros semejantes. El hecho de amaros y serviros ha sido una revelación. Si
he permanecido entre vosotros como el Hijo del Hombre ha sido para que lleguéis
a conocer esta gran verdad: ¡sois hijos de un Dios! Id, pues, y gritad este
evangelio.
«Amad como yo os he amado. Servid como
yo os he servido. «Habéis recibido con generosidad... Sed, pues, generosos.
«Quedaos en Jerusalén hasta que vaya al Padre y os envíe el Espíritu de la
Verdad. Él, después, os conducirá a una verdad más extensa y os acompañará por
todo el mundo.
«Siempre estaré con vosotros...» Os
dejo mi paz.»
Dicho esto, el «Hombre» desaparece.
DÉCIMA
SÉPTIMA APARICIÓN
Fecha: mayo 13 del año 30 (sábado)
Hora: Hacia la décima (16 horas)
Testigos: Alrededor de setenta y cinco
samaritanos, fieles seguidores del Maestro
Lugar: Cerca del pozo de Jacob (ciudad
de Sicar, en Samaría).
Duración: Tres minutos
Mientras comentan las noticias sobre la
resurrección, el rabí aparece ante ellos. Todos lo identifican. El texto, con
las palabras del Resucitado, es enviado igualmente a la casa de los Marcos.
Decía así:
«La paz sea con vosotros... Estáis
gozosos al saber que soy la resurrección y la vida. Pero nada de esto os
servirá si antes no nacéis del espíritu y encontráis a Dios. Si llegáis a ser
hijos del Padre por la fe..., nunca moriréis. «El evangelio del reino os enseña
que todos los hombres son hijos de Dios. Pues bien, es preciso que esta buena
nueva sea extendida por todo el mundo. Ha llegado la hora... Ya no deberéis
adorar a Dios en el monte Gerizim o en Jerusalén, sino allí donde os
encontréis. Allí donde estéis..., en espíritu y en verdad.
Es vuestra fe la que
salva el alma. La salvación es una gracia de Dios para todos aquellos que se
consideran sus hijos. Pero no os equivoquéis. Aun cuando la salvación es un
regalo del Padre, ofrecido a cuantos lo desean por la fe, es menester rendir
frutos espirituales en la vida.
» La aceptación de la verdad sobre la
paternidad de Dios significa que debéis hacer vuestra la segunda gran
revelación: Todos los hombres son hermanos..., ¡físicamente!» Por lo tanto, si
el hombre es vuestro hermano, es mucho más que vuestro prójimo. Y el Padre
exige que lo améis como a vosotros mismos.
» Si el hombre pertenece, pues, a
vuestra propia familia, no sólo lo amaréis con un amor fraterno, sino que lo
serviréis como os serviríais a vosotros mismos. Y así lo haréis porque yo,
primero, lo hice con vosotros.
» Id, pues, por el mundo, anunciando
esta buena nueva a todas las criaturas de cada raza, tribu y nación.
«Mi espíritu os precederá y estaré siempre
con vosotros.»
Acto seguido, ante el temor y la
perplejidad de los samaritanos, el Resucitado desaparece.
DÉCIMA
OCTAVA APARICIÓN
Fecha: mayo 16 del año 30 (martes)
Hora: Poco antes de las 21 horas
Testigos: Los emisarios no consiguen
ponerse de acuerdo. Algunos mencionan cincuenta. Otros hablan de un centenar de
gentiles, todos ellos conocedores de las enseñanzas de Jesús.
Lugar:
Ciudad de Tiro (Costa de Fenicia)
Duración: Entre cuatro y cinco minutos
En el instante de la aparición discuten
sobre la pretendida vuelta a la vida del Galileo. Al presentarse súbitamente
ante ellos, casi todos lo reconocen.
«Es un "Hombre" normal y corriente.»
Éstas son las palabras del Resucitado:
«La paz sea con vosotros...» Os
regocijáis al saber que el Hijo del Hombre ha resucitado de entre los muertos.
Así sabéis que vosotros, al igual que vuestros hermanos, también venceréis a la
muerte. Pero para alcanzar esa
supervivencia es preciso que, previamente, hayáis nacido del espíritu que busca
la verdad y hayáis descubierto al Padre. El pan y el agua de la vida se otorgan
únicamente a los que tienen hambre de verdad y sed de Dios. No os confundáis...
Que los muertos resuciten no constituye el evangelio del reino. Estas cosas
sólo son el resultado, una consecuencia más, de la fe en la buena nueva. Forma parte del evangelio y de la sublime
experiencia de aquellos que, por la fe, se convierten en hijos de Dios... pero recordad..., no es el evangelio.
» Mi Padre me ha enviado para difundir
esta noticia: ¡todos sois hijos de ese Dios!» Así, pues, yo os envío lejos,
para que prediquéis esta salvación.» La salvación es un don de Dios, pero los
que nacen del espíritu demuestran los frutos inmediatamente, a través del
servicio a sus semejantes. Éstos son esos frutos: Servicio amoroso, abnegación
desinteresada, fidelidad, equilibrio, honradez, permanente esperanza, confianza
sin reservas, misericordia, bondad continua, piadosa clemencia y paz sin fin.
Si los creyentes no aportan estos
frutos en su vida diaria..., ¡están muertos! El espíritu de la Verdad -no os
engañéis- no reside en ellos. Son
sarmientos inútiles de una viña viva y, a no tardar, serán podados.
»Mi Padre exige que todos los hijos de
la fe rindan un máximo de frutos. Si vosotros sois estériles, Él cavará
alrededor de las raíces y cortará las ramas inútiles.
Ésta es la gran verdad: Conforme
avancéis en el reino de los cielos, esos frutos deberán ser más cuantiosos.
Podéis entrar en el reino como un niño, pero os aseguro que mi Padre solicitará
que alcancéis, por la gracia, la plenitud de un adulto.
Estad tranquilos... Cuando salgáis a
proclamar esta buena nueva, yo os precederé y mi Espíritu de la Verdad habitará
en vosotros.» Os dejo mi paz...»
A continuación, el «Hombre» desaparece.
Al día siguiente -según los emisarios que trajeron la noticia- aquellos
gentiles (tirios y sidonios en su mayoría) se lanzaron valientemente a las
calles, llenando de estupor a los habitantes de Tiro, Sidón, Antioquía y
Damasco.
DÉCIMA
NOVENA APARICIÓN
Fecha: mayo 18 del año 30 (jueves)
Hora: 6:30 horas
Testigos: Los íntimos (once), María
Marcos, Rodé, una de las sirvientas, y quien esto escribe.
Lugar:
Estancia superior de la casa de los Marcos, en la Ciudad Santa
Duración: Una hora y veinte minutos
aproximadamente.
María Marcos dispuso dos grandes
bandejas de madera y en ellas, el desayuno de los once. Le supliqué que me
permitiera ayudarla. Cedió con una sonrisa y me pasó la bandeja.
Y cruzando el patio, se dirigió a las
escaleras que conducían a la planta superior. A mi espalda, con las restantes
colaciones, Rode, una de las sirvientas.
La dueña batió palmas, anunciando el
nuevo día y la leche caliente. En ese
instante me vine abajo. ¿Cómo reaccionaría el Zebedeo al descubrir mi
presencia? No lo pensé dos veces. Y tratando de evitar nuevos y desagradables
enfrentamientos, recuperé la bandeja y, dando media vuelta, me encaminé hacia
la salida.
Y entre la penumbra, cuando me
encontraba a dos pasos de la puerta apareció aquel «Hombre». La verdad es que
casi tropecé con él. Y aturdido, al excusarme e intentar rodearlo, me habló en
voz baja. Estupefacto, la bandeja resbaló entre mis dedos, cayendo con
estrépito sobre el piso. Y el «hombre», sonriendo, se inclinó. Recogió la pieza
y, al entregármela, susurró: -Tampoco es para tanto...
Y rebasándome se dirigió al centro de
la sala. ¿Cómo explicarlo? Sencillamente, me quedé atornillado al suelo y
mirando a la puerta. Y a mis espaldas sonó un grito. Y la segunda bandeja
corrió la misma suerte. Murmullos. Pasos precipitados. Uno o dos «sofás» que
caen y, al fin, un nombre...¡Maestro!
Y con el vello erizado, giré sobre los
talones. Aquel Hombre volvió a agacharse. Tomó la bandeja de Rode y tuvo que
insistir para que la aterrorizada muchacha terminara de agarrarla. -Era Él....
de nuevo!
Manto color vino fajando el atlético
tórax. Túnica blanca, inmaculada, de amplias mangas...El Resucitado miraba al
grupo de los íntimos. Los once hombres, espantados, apelotonados en una
esquina, contrastaban dramáticamente con la estampa de las mujeres. ¡Era Él...,
de nuevo!
Parpadeó y el sereno semblante se
iluminó con aquella acogedora y dulce sonrisa. Y tendiendo las manos hacia
adelante agitó los dedos, animando a los suyos a que se acercaran. Pero nadie
reaccionó.
Y al reforzar la sonrisa, una blanca e
impecable dentadura animó el claroscuro del cenáculo y de los corazones. Y
los once, eufóricos, entre lágrimas, risas, hipos y empujones, besaron y se disputaron las
manos del Galileo. Emocionado, sentí envidia. Yo también deseé besar aquellas
largas y mágicas manos. Y suave pero firmemente, el Maestro fue retirándolas. Y
la mano derecha se dirigió hacia las mujeres. Y la izquierda, hacia lo que
quedaba de este explorador. Aquél sería un beso que jamás olvidaré...
-Que la paz sea con vosotros...
-Os pedí que permanecierais aquí, en
Jerusalén, hasta mi ascensión junto al Padre...
-Y os dije que enviaría al Espíritu de
la Verdad, que pronto será derramado sobre toda carne y que os conferirá el
poder de lo alto...
Simón, el Zelota, se destacó en la
penumbra. Y tartamudeando preguntó: -Entonces, Maestro, ¿restablecerás el
reino?... ¿Veremos la gloria de Dios manifestarse en el mundo?
Pero el Maestro, girando hacia quien
esto escribe, transmitió una clara y triste sensación de impotencia. Después,
dirigiéndose al antiguo guerrillero, se lamentó:
-Simón, todavía te aferras a tus viejas
ideas sobre el Mesías judío y el reino material... -No te preocupes, recibirás
poder espiritual cuando el Espíritu haya descendido sobre ti...
Y el Maestro, alzando los brazos
ligeramente, abrió las manos e intentó despabilar a los equivocados galileos. Y
su voz vibró.
-Después marcharéis por todo el mundo predicando esta buena
noticia del reino. Así como el Padre me envió, así os envío yo ahora...- ¡Y
deseo que os améis y tengáis confianza los unos en los otros!
Y los once, con
una sola voz, replicaron con un decidido «Sí, Maestro».
-Judas ya no está con
vosotros porque su amor se enfrió y porque os negó su confianza...- ¿No habéis leído en las Escrituras
que «no es bueno que el hombre esté solo»? Ningún hombre vive para sí mismo.
Todo aquel que quiera tener amigos deberá mostrarse amistoso. ¿Acaso no os envié a enseñar de dos en dos,
con el fin de que no os sintierais solos y de que no cayerais en los errores y
sufrimientos que provoca la soledad? También sabéis que durante mi
encarnación no me permití estar a solas por largos períodos. Desde el principio
tuve siempre a mi lado a dos o tres de vosotros..., incluso cuando hablaba con
el Padre...- ¡Confiad, pues, los unos en los
otros!
Y de pronto, con el tono desmayado, sin disimular un punto de amargura,
concluyó:
Y esto es hoy mucho más necesario porque vais a quedar solos...
Y los
rostros se enturbiaron. Y los murmullos redoblaron como un presagio.
-La hora
ha llegado... -Estoy a punto de regresar cerca del Padre...
Les indicó que lo
siguieran. Dio media vuelta y con los ojos bajos caminó hacia la puerta. Lo vimos alejarse y descender por la
escalera. Y una vez más fueron las mujeres las que tiraron de aquel pelotón de
perplejos e inútiles hombres. Eran las siete horas... Fui el último en
abandonar el lugar. Y confundido, me lancé tras el grupo, manteniendo una
discreta y prudencial distancia. El
Maestro, en cabeza, caminaba con sus características grandes zancadas. Parecía
tener prisa.
Jesús dio unos pasos y se asomó a la
ladera, contemplando la ciudad. Y la luz, despegando desde los perfiles de
Moab, bañó aquel rostro. No podía creerlo. Lo tenía a la vista, sí. Le había
escuchado, sí. Y a pesar de todo..., me costaba entenderlo. ¿Muerto? No, aquél
era un ser humano..., ¡vivo! ¡Vivo! ¡Dios mío! Y como si hubiera leído en mi
corazón, buscó la mirada de este atormentado explorador y revalidó el
pensamiento capital con una media sonrisa: «Un ser humano..., ¡vivo!». Y
regresando junto a los suyos se dispuso a hablarles. Los íntimos imitando a Pedro, se arrodillaron frente a Él. Yo, con un nudo en la garganta,
permanecí de pie.
-Os he pedido que permanecierais en
Jerusalén hasta que recibáis el poder de lo alto.
» Ahora estoy a punto de despedirme de
vosotros y ascender junto al Padre. Y pronto, muy pronto, enviaremos al
Espíritu de la Verdad a este mundo donde he vivido...
Los discípulos, sin comprender, le
miraban como niños.
-Y cuando Él llegue, difundiréis el
evangelio del reino. Primero en Jerusalén. Después... Y desplazando el rostro
hacia este explorador, me salió al encuentro. Me estremecí. -Después..., por
todo el mundo.
Y la voz se tensó. Y repitió,
traspasándome: - ¡Por todo el mundo! En
ese instante lo supe. Aquella mirada de halcón me abrió el alma. Y descendiendo
sobre los once, dulcificando tono y semblante, continuó:
-Amad a los hombres
con el mismo amor con que os he amado. Y servid a vuestros semejantes como yo
os he servido.
Y recorriendo todas y cada una de las caras de los angustiados
discípulos, añadió:
-Servidlos con el ejemplo...enseñad a los hombres con los
frutos espirituales de vuestra vida. Enseñadles la gran verdad... -Incitadlos a
creer que el hombre es un hijo de Dios. -¡Un hijo de Dios! -El hombre es un
hijo de Dios y todos, por tanto, sois hermanos.
Y levantando el rostro cerró
los ojos. Y se bebió el azul del cielo. Y al abrirlos
-Recordad todo cuanto os
he enseñado y la vida que he vivido entre vosotros...
Y adelantándose, fue a posar las manos
sobre la cabeza de los atónitos galileos.
-Mi amor os cubrirá.
La frase fue repetida once veces. Mejor
dicho, doce; porque, al concluir, avanzó hacia quien esto escribe y al llegar a
mi altura, en un gesto típico, depositó las manos sobre mis hombros. Y susurró:
-Mi amor os cubrirá...- ¡Hasta muy pronto!
Con un certero guiño de complicidad me
ahogó en una sonrisa y dando media vuelta, dirigiéndose de nuevo a sus íntimos,
concluyó:
-Y mi espíritu y mi paz reinarán sobre vosotros.
Y alzando los brazos
gritó:
- ¡Adiós!
Y súbitamente desapareció. Y lo hizo en un impecable silencio.
Podían ser las siete horas y cincuenta minutos...
Fuente: CABALLO DE TROYA J.J BENÍTEZ