EL
SERMÓN DE LA MONTAÑA
Domingo
12 de enero, año 27, hora quinta (once de la mañana).
Recién llegado del yam, el Maestro reunió a los doce e hizo un gesto para que me
uniera a ellos.
Desembarcamos en
Nahum y, en
silencio, dejamos atrás
la población, dirigiéndonos hacia
el oeste. Al poco ascendíamos por una colina.
El
cielo se nubló, de repente. Y
empezó a soplar el viento. Procedía del oeste. Llegó fuerte y silbante.
Los discípulos
hacían comentarios, pero, nadie
conocía las intenciones del
Maestro.
Felipe
era el que más renegaba. No llevábamos comida, ni agua, ni tampoco unos capotes
con los que cubrirnos en caso de lluvia; Pero
el Galileo sabía…Siguió ascendiendo hacia la cima. Y
a las 13 horas alcanzamos la cumbre.
Bartolomé
respiraba con dificultad. Jesús
dejó que sus hombres se recuperasen. Y solicitó que los discípulos se sentaran
en la hierba.
Formaron un círculo en torno a Él. Yo permanecí
en pie, por detrás del citado círculo. Miró
a los discípulos, uno por uno, y lo hizo con especial ternura. Yo también
recibí el regalo de aquella mirada, color miel.
Observé
el cielo. Las nubes densas, no presagiaban nada bueno. No tardaría en llover.
Finalmente,
el Hijo del Hombre, apartando los cabellos del rostro, anunció:
—Ha
llegado la hora… Deseo proclamaros mis embajadores…
Los
íntimos se miraron unos a otros. Pedro sonrió, pero creo que no entendió el
alcance de las palabras del Galileo. Y
Jesús continuó:
—Hermanos
míos, ha llegado la hora del reino… Os he traído aquí para que sintáis, de
cerca, la presencia de Ab-bā.
Me
miró fugazmente.
—…
A partir de hoy seréis distintos… Quiero que proclaméis mi mensaje con
fidelidad…
Se
detuvo unos segundos, e insistió:
—Quiero
que proclaméis el mensaje del Padre con fidelidad. En especial cuando yo no
esté. Olvidad los asuntos terrenales. Olvidad las rivalidades. Olvidad quién es más
y quién es menos. Todos sois superiores a todos… No lo olvidéis… Sois hijos de
un Dios.
Se
detuvo de nuevo. También el viento se quedó quieto, expectante.
—¡Sois
inmortales por expreso deseo de Ab-bā! ¡Sois inmortales, hagáis lo que hagáis,
y penséis lo que penséis…!
Los
discípulos le miraban, incrédulos.
—Olvidad
prohibiciones. Olvidad dogmas. Olvidad la política…
Cruzamos otra mirada. Yo sí comprendí…
Cruzamos otra mirada. Yo sí comprendí…
—¡Olvidadme,
incluso! ¡Olvidad mi persona, si lo deseáis, pero no dejéis que el olvido
ahogue el mensaje del Padre!
Pedro
y Juan Zebedeo protestaron por lo bajo.
—Nunca
te olvidaremos, Maestro…
Efectivamente, no entendieron al galileo.
Efectivamente, no entendieron al galileo.
—¿Y
cuál es ese mensaje?
Jesús
lo había repetido decenas de veces. Pero volvió sobre ello:
—El Padre
no es lo
que dicen… ¡Sois
sus hijos! ¡Sois
inmortales por naturaleza! ¡Sois
hermanos! ¡Hay una esperanza! A eso he venido: despertad a los dormidos, hablad
de la
inmortalidad a los que sufren la
oscuridad de la ignorancia,
liberad a los oprimidos de espíritu, cargad los corazones de alegría, respetad
todas las opiniones, no vendáis…
El
rostro de Jesús se iluminó.
—Este
reino invisible y alado del que os hablo es el reino que añora
la humanidad, desde siempre y
para siempre… En verdad os digo que ese reino llegará. Vosotros, ahora,
sois los primeros heraldos. No os apartéis de
lo que predico…
Pedro
estalló:
—¡Nunca,
rabí! ¡Jamás nos apartaremos!
—Buscad
el nuevo reino en vuestras mentes y el resto llegará por añadidura.
—En
verdad os digo que ese reino está tan cerca que uno de vosotros no morirá hasta
que no lo haya visto…
—Y
cuando me haya ido: difundid mi mensaje…
El
Maestro prosiguió. Solicitó a los discípulos que se colocaran de rodillas, y
así lo hicieron. Acto
seguido, en mitad de un sonoro silencio, elevó el rostro hacia las nubes,
entornó los ojos y murmuró algo, al tiempo que alzaba los brazos y presentaba
las palmas de las manos. No alcancé a
oír.
Instantes
después, el Hijo del Hombre caminó hacia Judas Iscariote, colocó las manos sobre
la cabeza de éste y, sin tocar los cabellos, dejó que corrieran los segundos. El
silencio siguió tronando. Algunos
discípulos, intrigados, levantaron la vista con disimulo, contemplaron la
escena, y volvieron a bajar los ojos.
Y
el Maestro empezó a cantar. Fue un cántico suave, melodioso, y lleno de misterio.
—Cuando
regrese…, querido Judas, tu dignidad será restablecida…
El Iscariote
se removió, inquieto.
No comprendió. Nadie
entendió.
Jesús
se dirigió a Tomás. Situó las manos sobre la cabeza
del discípulo y volvió a entonar un cántico, al tiempo que dirigía los ojos
al cielo:
—Cuando
regrese…, querido Tomás, tú serás el profeta…
Después pasó al primero de los gemelos, y volvió a cantar:
Después pasó al primero de los gemelos, y volvió a cantar:
—Cuando
regrese…, querido Jacobo, tú serás…
Cuarto discípulo: el segundo gemelo.
Cuarto discípulo: el segundo gemelo.
—Cuando
regrese…, querido Judas, tú anudarás los pactos…
A
continuación llegó frente a Simón, el
Zelota, y repitió la imposición de manos, cantando:
—Cuando
regrese…, querido Simón, nada permanecerá oculto…
Mateo fue el siguiente:
Mateo fue el siguiente:
—Cuando
regrese…, querido Mateo, el mundo será del Padre…
—Cuando
regrese…, querido Bartolomé, lo valioso flotará a simple vista…
Y le tocó el turno al intendente:
Y le tocó el turno al intendente:
—Cuando
regrese…, querido Felipe, habré vencido para siempre…
Se dirigió al siguiente. Santiago de Zebedeo dejó hacer a su amigo. Jesús colocó las largas manos sobre la cabellera del «hijo del trueno» , alzó la mirada hacia las nubes, y volvió a sus cánticos. Una fuerte tronada se desplomó sobre la colina. No logré oír al Galileo. Y empezó a llover, mansamente.
Se dirigió al siguiente. Santiago de Zebedeo dejó hacer a su amigo. Jesús colocó las largas manos sobre la cabellera del «hijo del trueno» , alzó la mirada hacia las nubes, y volvió a sus cánticos. Una fuerte tronada se desplomó sobre la colina. No logré oír al Galileo. Y empezó a llover, mansamente.
Jesús permaneció
con el rostro
encarado a los
cielos. Y el
agua fue iluminándolo. El
Maestro no parecía tener prisa. Se desplazó hacia Juan Zebedeo y repitió la imposición.
Esta vez sí oí:
—Cuando
regrese…, querido Juan, el mundo será anclado en la luz..
Y
el rabí se colocó frente a Simón Pedro..
—Cuando
regrese…, querido Pedro, tú me precederás…
Pedro
miró a su alrededor, buscando que alguien le explicara. Nadie lo hizo. Nadie
supo de qué hablaba el Maestro.
Y
llegó frente a Andrés. Situó las manos sobre la cabeza del primero de los
seleccionados y cantó, feliz:
—Cuando
regrese…, querido Andrés, no habrá
palabras, ni tampoco explicaciones…
Y
el Maestro, con las ropas y el cabello chorreantes, salió del círculo y se
dirigió a quien esto escribe. Fue
instantáneo. Supe lo que iba a hacer. Me arrodillé e incliné la cabeza. Y
el Galileo situó las manos muy cerca de mis blancos cabellos. Noté la energía
que emanaba de aquel Hombre. Y
le oí cantar, con ímpetu:
—Cuando
regrese…, querido mal’ak, la noche se retirará y seré venerado como el Divino…
No
sé explicar lo que sucedió. Contaré, simplemente, lo que vi y lo que sentí. En
esos instantes, al finalizar el misterioso cántico, todo se volvió azul: la lluvia, la colina, las nubes,
las ropas, los rostros…Pudo
durar cinco segundos. Todo era azul…
Dejé
de oír los truenos, dejé de oír el viento, y
el ruido de la lluvia… Y experimenté una indescriptible sensación de paz
y de ingravidez. Todo parecía
flotar a mi alrededor, empezando
por mí mismo,
y por mis
propios pensamientos. Después lo supe. Todos vieron la luz azul y todos
tuvieron la misma sensación de paz. Y recordé las palabras del Hijo del Hombre:
«… Os he traído aquí para que sintáis,
de cerca, la presencia de Ab-bā».
Instantes
después, el azul desapareció. Dejó de llover. Los discípulos se miraron,
desconcertados. Las ropas estaban secas. ¿Cómo
era posible? Y
todos se abrazaron…
Nadie
sabía qué había ocurrido, pero se sentían bien, empezando por este atónito
explorador. Quizá
fuera la hora nona (tres de la tarde).
El
Hijo del Hombre dejó que los discípulos se tranquilizaran, y habló así:
—Ahora, amigos
míos, ya no
sois como los
demás… Ahora sois embajadores de un Reino Invisible y
Alado… Debéis comportaros como tales… Sois
como esos seres
maravillosos que conocen
la Gloria del Padre y,
sin embargo, renuncian a ella, y acuden en auxilio de las criaturas del
tiempo y del espacio…
Por
supuesto, los doce seguían con las miradas extraviadas. No comprendían. Y el
Señor continuó:
—Algunas
de las cosas que estoy a punto de desvelaros os parecerán duras… Es la ley del
nuevo reino: nada se consigue durmiendo…
»En breve os enviaré para que retiréis la venda de los ojos del mundo… Atended mi
mensaje: ¡fuera el miedo!… ¡El que hace la voluntad de Ab-bā no volverá a caminar
en tinieblas!»
Cuando encontréis a mis hijos afligidos, habladles con ánimo y decidles:
Cuando encontréis a mis hijos afligidos, habladles con ánimo y decidles:
»Bienaventurados los que saben leer el arco iris, porque ellos están en el camino.
»Bienaventurados los que son perseguidos por causa de su rectitud, porque de
ellos es el reino de los cielos.
»Bienaventurados los que
viven la soledad
del alma, porque
ellos han recorrido la mitad del
camino.
»
Bienaventurados los pacificadores, porque
ellos serán llamados hijos de Dios.
»Bienaventurados los que no temen, porque ellos han hallado a Dios en su mente.
»Bienaventurados seréis cuando os maldigan y os persigan y digan toda clase de mal
contra vosotros, falsamente, porque grande será vuestra recompensa en el reino.
»Bienaventurados los que saben, y callan, porque ellos serán ensalzados…, algún
día.
»Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia.
»Bienaventurados los que eligen nacer en la imperfección, porque ellos serán
doblemente recompensados.
»Bienaventurados los que sufren el luto, porque ellos serán consolados.
»Bienaventurados los buscadores de
la verdad, aunque no la
encuentren, porque ellos serán recompensados con la búsqueda.
»Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán el Espíritu.
»Bienaventurados los que no buscan felicidad, porque ellos serán hallados por la
felicidad.
»Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios mucho antes.
»Bienaventurados los que no mienten, porque a ellos no les importa que los
engañen.
»Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra como heredad.
»Bienaventurados los que se entregan a la voluntad de Ab-bā, porque habrán encontrado
la verdad.
»Bienaventurados los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán
saciados.
»Bienaventurados los que se aman a sí mismos, porque habrán empezado a amar a
los demás.
»Bienaventurados los humildes, y los pobres de espíritu, porque de ellos son los
tesoros del reino.
»Bienaventurados los que desaprenden, porque ellos renacen.
Y
el Maestro continuó hablando.
«Vosotros
sois la sal de la
tierra… No perdáis nunca la curiosidad ni la confianza…»
«Vosotros sois la luz del mundo… Una ciudad asentada en un monte no se
puede esconder…
Brillad e iluminad
a las gentes…
Que digan: son especiales…».
«Os envío al mundo para que me representéis pero, sobre todo, para que gritéis mi
mensaje: el hombre es hijo de un Dios».
«Confiad
en el Padre. No resistáis las injusticias por la fuerza. No os vendáis al
poder… Si vuestro prójimo os golpea en la mejilla derecha, poned también la
izquierda… Sufrid antes que pleitear entre vosotros…».
«No utilicéis el mal contra el mal… No respondáis a la
injusticia con la venganza».
«Y yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian,
bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os ultrajan».
«Y haced todo aquello que creáis que yo haría por vosotros».
Se
detuvo unos segundos. Contempló a los doce y, alzando la voz, reiteró:
«¡Sois hijos de un Dios!… Se os ha entregado la luz. Regaladla, de la misma forma
que vosotros la habéis obtenido gratuitamente».
«No vendáis. Limitaos a mostrar… Que cada cual decida».
Me
buscó con la mirada y proclamó:
«Es más importante insinuar que convencer… Dejad que el Padre haga su trabajo»
«No cometáis el error de quitar la mota del ojo de vuestro hermano cuando
hay una
viga en el vuestro. Retirad primero
la viga
para poder despejar
la mota…»
«Vivid
sin miedo. Junto al Padre nada os faltará. No temáis. Él está dentro, en
vuestras mentes…».
«Habéis oído que se ha dicho: “Si el ciego conduce al ciego, ambos caerán al
abismo”. Si queréis guiar a otros hacia el reino invisible y alado de mi Padre debéis caminar en la luz…
Escuchad mis palabras y, sobre todo, mantenedlas cuando yo me haya ido».
«No perdáis el tiempo con los que no desean oír… No arrojéis lo santo a los
perros… No echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y
después os despedacen».
«Estad
atentos. Muchos falsos profetas vendrán a
vosotros vestidos como corderos. Son lobos…».
«Por sus frutos los conoceréis… Lo importante
no es lo que dice
el ser humano, sino lo que hace».
Respiró
hondamente y concluyó:
«Más aún:
lo importante ni
siquiera es eso.
Lo importante es
lo que siente…»
Yo
sentí admiración y gratitud.
Ahí
terminó la enseñanza. A una señal del Maestro, los doce se levantaron y
descendieron la «colina de las bienaventuranzas».
Fuente: CABALLO DE TROYA